Una entrevista de Pedro Medina León
A Juan Carlos Castillón traté de ubicarlo desde que leí su novela Nieve sobre Miami, por allá en el 2012, pero me fue imposible. Hace un tiempo conocí al escritor catalán Jorge Carrión, quien estaba de visita por la ciudad para presentar sus libros. Entre uno y otro tema, llegamos hasta Castillón, dado que también es catalán y para mí uno de los pioneros en las letras locales en nuestro idioma. Jorge Carrión y Castillón se conocían vagamente de alguna tertulia en Barcelona, así que Carrión dijo que podía conseguirme su e-mail y horas después lo recibí en mi Whatsapp. Desde entonces he mantenido contacto con Juan Carlos Castillón, y creo que es la voz más que autorizada que he encontrado para hablar del Miami de los ochenta. Es muy lúcido e imparcial: ni anglo ni cubano ni colombiano, lo cual es importante. Entre las muchas preguntas que se me han venido a la cabeza, le he ido formulando las siguientes, que espero ustedes disfruten tanto como yo al leer sus respuestas. Excepto por algún tipo, he procurado mantener intacto todo el texto.
Estuviste en el Salvador, en la época de la revolución Arenera. Qué te llevó hasta allí y por cuánto tiempo.
Tenía problemas en mi país, conocí un centroamericano que había salido del suyo porque sus problemas allí eran mucho peores que los mِíos, pero que me pintó una imagen de El Salvador, como un país en el que se podían realizar todos los sueños de alguien que había leído, y digerido mal, las novelas de Larteguy, que apenas pude hacerlo me mudé… Te diré que de cerca las novelas de Larteguy, como las de Sven Hassel, por solo citar dos escritores que escriben libros en los que pasan cosas, no son tan divertidas como en el papel. Por eso me volví a mudar. Un amigo de mi padre tenía familia en Miami y me ayudaría los primeros meses.
Luego de Centroamérica llegaste a Miami, a inicios de los ochenta, con una visa de tránsito de 3 días y te quedaste 20 años. En ese entonces, segun se lee en los libros de historia (cabe aclarar que todos son escritos por anglos) ser hispano o latinoamericano era más o menos sinónimo de delincuente ¿por qué decidiste hacerlo?
En cuanto a lo de los delincuentes hispanos… no creo que fuera así. No en Miami. Miami tenía ya por aquel entonces una sólida clase media y profesional hispana que la diferenciaban de otras ciudades. Coral Gables era ya cubana, como lo era en gran parte de algunos de los centros decisorios de la política local… Por ejemplo, el grupo de la Latin Builders Association. En otras partes de Estados Unidos podías ir a una bodega latina, pero en Miami podías ir a un banco y abrir una cuenta en español con un empleado hispanoparlante, comprar una casa de lujo con un realtor hispanoparlante, ir a un restaurante de lujo y hablar en español con alguien más que con camareros y lavaplatos… Primero llegaron los cubanos y veinte años después tenían bancos, después llegó toda clase de hispanoamericanos que buscaban poder entenderse con un banco norteamericano en español.
Es verdad que se dieron en aquel momento dos fenómenos delincuenciales que se reatroalimentaron siendo originalmente independientes: el narcotráfico colombiano, que vino a Miami porque es una ciudad muy bien situada y porque era más fácil ser rico e hispano en Miami que en cualquier otra ciudad sin llamar la atención de la gente; y el Mariel… pero el Mariel que hubiera destruído la reputación de cualquier otra comunidad hispana de Estados Unidos (Imagínate que un dictador extranjero te meta entre los refugiados de su país a miles de delincuentes y enfermos mentales) llegó demasiado tarde para afectar de forma definitiva a un grupo mucho más grande, mucho más rico y mucho mejor instalado, tanto que nadie en la prensa local, al menos en la grande e institucional, se atrevió a asimilar hispano con delincuente. Si lo hubo a nivel de opinión pública, trabajando entre hispanoparlantes, ese estigma del hispano = delincuente se diluía mucho.
Son muchos, fue al menos mi caso, aquellos que cuando pasan a un país nuevo no se mudan en realidad a ese país, sino que se instalan en lo que los sociólogos han llamado un enclave étnico. Cuando pasas de un país a otro mudándote a un enclave étnico, no acabas de llegar del todo al nuevo país. Little Havana, de donde nunca quise mudarme, era (supongo que todavía es) un enclave étnico… no un guetto… un guetto es un sitio del que no puedes irte, aunque quieras… un guetto era por aquel entonces gran parte de Liberty City… pero un enclave étnico es un sitio en el que escoges estar entre los tuyos. Para alguien llegado de un país de distintas leyes e idioma el enclave étnico (Little Italy, Little Odessa, Koreatown) es un sitio en el que te acostumbras al nuevo idioma sin despedirte del anterior, te ayudan a rellenar con algunas pequeñas trampas tu aplicación al Social Security, lees al dsesayunar la edición bilingüe del Miami Herald, te enteras de que los precios expuestos en las vitrinas no incluyen el sales tax y aprendes un inglés de supervivencia que te llevará de lavar platos al cabo de un mes a resumir los libros enviados al sistema de bibliotecas públicas del Condado, al cabo de tres o cuatro años (reconozco que este no es un ejemplo muy extendido… pero, después de todo, esta es mi entrevista…), hasta que un día, algunos años después de llegar, a la hora del desayuno acabas por abrir la versión en inglés del periódico en lugar del suplemento en español y te das cuenta de que, incluso si sigues viviendo en un enclave étnico, ya si que has llegado a tu nuevo país, porque puedes entender su humor y seguir su política…
Trabajaste como librero en varias librerías de la calle 8 y te rodeabas de escritores. Cómo fue esa experiencia y cómo era entonces el mundo literario local en Miami. ¿Qué autores notables recuerdas?
En cualquier otra gran ciudad aquellas librerías no hubieran destacado de forma especial, pero en Miami eran parte de la vida social y política de la misma. Dentro de una comunidad que en aquella época estaba movilizada, la librería, un sitio en el que se mueven palabras e ideas, es un centro importante. Estuve rodeado de escritores, pero decir que me rodeé de escritores implicaría un acto voluntario. Un buen día me vi rodeado de escritores sin buscarlo. Conocía autores del exilio que pertenecieron a las distintas generaciones de la literatura cubana… Gente de Orígenes, la revista de Lezama Lima… Monseñor Gaztelu, Armando Alvárez-Bravo, Carlos M. Luis, Lorenzo García-Vega. Gente de los primeros años de la revolución, como Fernando Villaverde… Gente de la generación intermedia, salida de Cuba en su primera infancia, que mantuvo su idioma, como Manuel Santayana, Orlando González-Esteva. La gente del Mariel, todo aquel grupo que rodeó a Reinaldo Arenas… Y otra gente inclasificable pero brillante… sin contar la gente que no vivía en Miami pero nos visitaba (Cabrera Infante, Zoe Valdés, Carlos Alberto Montaner) cuando venía por la ciudad porque aquellas librerías eran su manera de mantenerse en contacto con la cultura del exilio… y eso sin olvidarnos de gente que intentaba, como tú ahora, mantener revistas literarias—en aquella época eran de papel y más difíciles de mantener: la esposa de Heberto Padilla mantuvo, prácticamente en solitario, la revista Linden Lane Magazine; Nilda Cepero que hizo lo mismo con Latino Stuff Review… Estar en el mostrador de una librería me permitió conocer a toda esa gente… para algunos fui un amigo que les buscaba libros raros, para otros uno de esos tipejos del mundo editorial que cambian algo tan bonito como es un libro por algo tan bajo como dinero.
Dicho esto, y a pesar de las indiscutibles ventajas que supone poderle preguntar directamente a un autor sobre su obra, lo que a mí más me influyó fueron las conversaciones, la tertulia con los clientes habituales. Existía una tertulia, llena de bromas pesadas, viejos recuerdos—que a veces podían ser viejos rencores—que hacía que trabajar allí mereciera la pena. No sólo escritores y amigos de las letras, sino también gente que había estado en el clandestinaje primero contra Batista y después contra Fidel, sargentos políticos de la vieja república, profesionales retirados, nuevos profesionales formados en su nuevo país que buscaban recuerdos del perdido por sus padres, amigos todos. Allí me contaron, desde el punto de vista de un testigo directo, la revuelta de Cienfuegos contra Batista; otro de mis clientes me contó la primera vez que vio matar a un hombre, a los postres, en una comida, después de subir uniformes para los alzados en la Sierra; mi primera compañera de trabajo en una de esas librerías había sido Abecedaria (miembro del grupo terrorista ABC en los años treinta); el padrastro de Adolfo de Jesús Constanzo pasó por allí después de que lo matasen, buscando libros sobre religiones afrocubanas que le permitiesen comprender lo que su hijastro había hecho, pero también lo hizo el profesor de sociología de Sarah Aldrete, la Bruja novomexicana, que no acababa de comprender como su alumna se había convertido en un monstruo. Aunque mi mejor anécdota no tiene que ver con gente bronca, sino con aquel día en que ayudando a una estudiante norteamericana a comprar todos los libros que existían de los autores de la generación de Orígenes, tuve la suerte de poderla presentar a Monseñor Ángel Gaztelu, que había acompañado a Lezama Lima en todas sus aventuras literarias.
En tu novela Nieve sobre Miami hablas del barrio Vietnam, que era llamado así no por su comunidad de vietnamitas, sino por la violencia que había en él. ¿Es producto de la ficción o podrías explayarte un poco más al respecto?
Aquel barrio vio tantos vietnamitas como chinos el barrio chino de Barcelona. Buena parte de Little Havana, la que por aquel entonces era Vietnam, se llama realmente Riverside, que es un nombre que ha permanecido en algunos edificios oficiales… Lo de Vietnam es porque durante un tiempo fue zona de combate.
A principios de los ochenta, Flagler, en tiempos una calle comercial tan importante como la Ocho, vio cómo la mayor parte de sus negocios quebraban durante unas largas, muy largas, increíblemente largas obras que cerraron la calle al tráfico. Calles sin comercio, locales y viviendas que bajan sus alquileres, una oleada de inmigrantes pobres que inundan esas casas y empujan hacia afuera a los ocupantes originales… Pobreza, marginales sin futuro, policías desmoralizados, dinero fácil… pasó lo que pasó. La parte baja de Flagler estuvo a un paso de convertirse en un guetto más que en un enclave étnico… sin embargo incluso entonces siguió siendo parte de una comunidad más amplia que, bien que mal, acabó por emplear a los recién llegados.
Los ochentas, la primera mitad de los ochenta, fueron sin embargo también duros porque fue el momento en que a la coca blanca (esa droga casi presentable de clase media que te ayuda a ser más agresivo en los negocios) la siguió el crack, que es una droga para marginales. Yo vivía, en una casa protegida por rejas y perros a tres cuadras de un supermercado de crack (es paradójico, pero el deseo de mi casera de proteger su casa de los consumidores de crack, acabó por conseguir que su casa tuviera todo el siniestro aspecto de una crack house: rejas en todas las ventas, un sistema de rejas dobles para acceder a la casa, perros agresivos en el patio trasero). Durante el día Roberts, el viejo drugstore de Flagler, justo antes del puente que une Little Havana con el Downtown, seguía siendo un local normal. A las tres de la madrugada era el último local abierto de la zona y frente a la puerta de su pizzería—Roberts como tantos viejos drugstores de los cincuenta había tenido una fuente de soda reconvertida con los años en pizzería—, había una bonita representación de los que suponía la subcultura del crack (putas piedreras de cinco dólares, vendedores de esquina adolescentes, clientes desesperados), pero no dentro porque el que estaba detrás del mostrador, sirviendo pizzas era un veterano de la EEBI de la Guardia Nacional de Nicaragua y les tenía prohibida la entrada.
En las mesas de Roberts escribí algunas partes de Nieve Sobre Miami, comiendo pizza y bebiendo cerveza con los repartidores del local… era después de todo el único local abierto a las tres de la mañana y tenían toda clase de anécdotas sobre sus clientes, que podían ser sabrosas porque qué clase de gente necesita comer desesperadamente de madrugada.
Existe un poemario sobre esa gente, escrito, o al menos ambientado, a pocas cuadras de Roberts. Little Havana memorial park, de Eddy Campa. Un poema épico sobre putas, corredores de apuestas, pequeños delincuentes, policías corruptos y usureros.
La literatura anglo de Miami de los 80 es, probablemente, la más interesante que tiene la ciudad hasta la fecha, tiene una línea muy similar a la de Nieve sobre Miami. ¿Qué tan vinculada estaba la literatura anglo y la escrita en nuestro idioma en aquellos años? ¿Existía algún tipo de conexión o relación o ninguna?
No es una cuestión de influencias mutuas. Ellos no me leyeron y yo, por ejemplo, a Carl Hiaasen, al que debemos el nacimiento de la expresión Cocaine Cowboy, lo vine a leer años después. Leí, apenas salieron, los libros de David Rieff y Joan Didion sobre Miami, y desde luego The corpse had a familiar face de Edna Buchanan, sus recuerdos como cronista policial de El Herald, que precedió por poco a la bonanza marimbera y a los libros que sobre ella aparecieron. No se trató tanto de influencias de libros como de la lectura de la prensa local (un cadáver descalzo vestido de Gucci que no se pudo identificar porque le faltaban manos y cabeza), los críos que te sabían repetir verbatim frases enteras de Scarface. La morgue de Miami contratando camiones frigoríficos para almacenar el exceso de cadáveres (y al forense jefe de Miami diciéndole a la prensa que “después de todo un cadáver es un pedazo de carne”).
Y luego las anécdotas personales. Un buen día estás a las cuatro de la mañana contando tus propinas en tu habitación alquilada y oyes golpes en el pasillo… es la policía llevándose a rastras a otro de los inquilinos… Otra vez un cliente que ha desaparecido tres meses del restaurantito pseudoespañol en que sirves tapa de tortilla de patata y chato de vino por 1.50, reaparece y ha dejado de ser la persona que recordabas, lleva un traje nuevo, zapatos caros, corte de pelo de 20 dólares (y te recuerdo que estamos hablando de los ochenta) y lleva un anillo casi en cada dedo de la mano… el mismo que recontaba el dinero para pagar una Llave (una cerveza Becks) invita a todo el mundo a una ronda. Las dos escenas aparecen en Nieve. Luego está el cliente cabreado con la ciudad porque iban a rodar Scarface en Miami, ya tenía apalabrada su casa, y un councilman comemierda logró que se llevasen la peli a California.
Compartiendo una misma ciudad y unas mismas vivencias es normal coincidir en más de un detalle, pero cuando escribi NSM mis ídolos no eran los autores de noir sino los nuevos periodistas norteamericanos de la generación anterior y despues Doctorow al que nunca he intentado imitar.
Viviste en Miami durante la época Miami Vice ¿Qué tan realista era la serie con relación a la ciudad?
La relación entre Miami y Miami Vice fue completamente antinatural. Viendo películas de los años treinta sabemos hoy cómo vestían los gangsters de Chicago. En el caso de Miami, viendo una serie televisiva, los marimberos aprendieron cómo tenían que vestirse los marimberos. Crockett y Tubbs (que son policías, pero tratan de pasar como delincuentes) enseñaron a toda una generación de delincuentes a vestir con clase. Hasta entonces podías reconocer a un marimbero por las joyas, las grandes cadenas de oro, y los beepers… al cabo de dos años todos ellos tenían una chaqueta de lino, y se perdían en las grandes reuniones entre cientos de otras personas que sin ser delincuentes comunes vestían como Crockett y Tubbs chaquetas de lino sobre camisetas y usaban zapatos sin calcetines. Yo, como todo el mundo, tuve una chaqueta de lino como Crockett, pero como Tubbs compraba sus chaquetas en Oak Tree, tuve también una chaqueta cruzada gris perla, del mismo modelo que él. Parecer marimbero era algo habitual y no te hacía quedar mal.
El último tiroteo de Miami Vice se rodó al lado del Parque Martí, a media cuadra de la que era mi casa llena de rejas… y había más policías, de verdad, y de mentirijillas, aquel día que durante el incendio provocado de una crack house la semana anterior.
Los colores, sin tonos tierra, la decoración, incluso la música de aquella serie, ayudaron a que una ciudad con poco pasado tuviera de golpe una imagen sofisticada, cruel, hermosa y violenta, que en vez de causar repulsa llevó a Miami Beach a miles de fotógrafos, diseñadores, modelos. El mundo de la droga de verdad, si debo juzgarlo por los pobres parias aparcados frente a Roberts, es horrible. El mundo de Miami Vice, pese a que tantos de sus capítulos tuvieran finales deprimentes, era esteticamente sedcutor y todos, excepto los pobres parias de Roberts, ganamos algo con el mismo. El dinero de la coca se convirtió en edificios e inversiones, la estética de Miami Vice en el renovado SoBe. A condición de que no te pillase un fuego cruzado, era excitante vivir en una ciudad de ese tipo.
¿Alguna vez estuviste en el Mutiny Hotel?
No, y debo ser el único que no lo ha hecho porque todo el mundo presume de haber pasado por el bar de aquel Hotel. Fui una vez a Rogers on the Green, porque en aquellos momentos estaba intentando escribir algo sobre Richard Morales Navarrete y me daba morbo estar en el local en que habían matado a una leyenda en la más estúpida de las peleas. Aunque sean pocos los que recuerdan al Mono Morales.
¿Algún lugar icónico o restaurante o bar que recuerdes de manera particular de Miami?
Había un restaurante de pescadores, recuerdo el nombre, pero no te lo diré, sobre la Ocho, en el que cada mes o mes y medio mataban a algún pescador pasado al negocio de recogida de bultos en alta mar. Una vez, uno de mis clientes, el Dr. José Sánchez-Boudy (EPD), que dirigía el departamento de español en un college de North Carolina, antes de sentarse en una de sus mesas, le preguntó al propietaro “Hoy tenemos muerto en el menú…”, pero lo hizo con tanta gracia que en vez de sacarlo a patadas le dieron una buena mesa. Había otro restaurante de pescado en Flagler, todo deep fried, sin licencia de alcohol, o sea que ibas al supermercado de al lado y te traías la cerveza en un cartucho de papel marrón. Estabas de pie frente a la barra para ordenar y comías de pie, sin mesas ni sillas… escogías tu mismo el pescado que estaba expuesto a la vista y te lo servían en cinco minutos o menos… sólo rebozado y frito… el pescado más fresco de la ciudad. Alrededor tuyo todos los demás clientes eran ex-pescadores a los que recoger bultos en alta mar había llevado a las camisas de seda, el cinto de piel caimán y los tres beepers al cinto.
¿Por qué decidiste volver a tu país? ¿Es Miami una tierra pasajera, como la ven muchos, en la que cuesta proyectarse a largo plazo?
Es perfectamente posible crear raíces en Miami, pero mis raíces estaban en España y tampoco me arrepiento de haber regresado. En España estaba mi madre, están aún mi hermano, su esposa y su hijo. La familia es importante, pero algún día volveré. Sueño con el mismo sueño de tantos norteamericanos. Retirarme en Miami, sentarme al sol en la sala de espera de Dios, con mis viejos amigos.