Una entrevista de Gabriel Rimachi Sialer
Juan Casamayor es uno de esos personajes con quien sentarse a tomar un café es como empezar a leer un gran libro de aventuras. La suya empezó hace 22 años, cuando, tras visitar a un prima, quedó enamorado del proceso editorial. El resto es una historia llena de subidas y bajadas, de apuestas ganadas y también perdidas, de aviones, hoteles, ferias internacionales, reconocimientos y descubrimientos, pero también de compromiso: el de ampliar el canon literario, por ejemplo, reconociendo la labor de importantes escritoras que quedaron a un lado ante el arrollador fenómeno del Boom y de las condiciones sociales de entonces. Para Casamayor no existe un actual Boom femenino, simplemente porque las escritoras estuvieron escribiendo siempre.
2022 parece haber sido un buen año ¿En pandemia las personas se dedicaron a leer un poco más?
Lo que pasó en todo el mundo es que el confinamiento nos llevó a un uso y abuso de pantallas. Entonces si tú tienes una persona que está confinada en casa, que trabaja por las mañanas con una pantalla, que luego se conecta a Netflix… eso se lo puedes dar por un tiempo. Pero a partir de una etapa eso se fractura y uno se llega a cansar hasta de Netflix, entonces voltea el rostro y dice ¡Pero si tengo libros! Y lo que pasó en España y otros lugares es que hubo un crecimiento importante y significativo en los años 2020 y 2021. Creció la lectura en la forma de un paso hacia adelante que no ha regresado. Curiosamente, cuando se iba abriendo la oportunidad de ocio y con ello aparecieron de nuevo los restaurantes, viajes, museos, cine, lo que sea, el libro se ha mantenido en su trinchera: lleva 500 años manteniéndose en su trinchera, y eso vino acompañado de ventas.
Pero eso no ha sido así en todos los países del mundo.
Por supuesto que no. En España hay una cultura lectora bastante fuerte, sobre todo en lo referente al libro electrónico: no me refiero al libro digital si no al libro en papel vendido vía electrónica, porque no dependes de un Amazon. Las librerías independientes tienen muy bien trabajados su e-commerce, su delivery, si eres una librería pequeñita y no puedes manejar las entregas pues contratas a un distribuidor que se encarga de hacer ese trabajo, y esto empezó, de a pocos, previo a la pandemia. Ahora, en los distintos mercados latinoamericanos no ha sido así. Cada mercado tiene un modelo y ha sufrido distintos cambios. México, por ejemplo, es un país de librerías que dependen de grandes cadenas con librerías enormes, que han estado cerradas durante meses, han sufrido muchas pérdidas y es curioso porque, salvo Ghandi en México, otras grandes cadenas no tenían desarrollado ese modelo de negocio.
Como pasó en Perú, por ejemplo, que todo se tuvo que mover a una velocidad de vértigo.
En el caso de Perú hubo que acelerar el desarrollo tecnológico, y así como cerraron muchas librerías, los que ya tenían el sistema montado pudieron subsistir con las ventas online, porque además brindaron servicios de desarrollo web de e-commerce y de generación de ebooks a otras editoriales. Así nos ha pillado la pandemia, pero en 2021 las cifras entregadas por el Gremio de Editoriales de España indican que se han recuperado cifras previas a la crisis de 2008. Ahí nos hemos situado ahora en ventas. Yo, el año que más he vendido libros en España ha sido en 2021, y curiosamente ha sido el año en que mi editorial bajó su dependencia de Amazon. Para que te des una idea: de 100 libros, 18 los vendía Amazon, y ahora vendemos casi 6. Yo no quiero que mis libros los venda solo Amazon, mis primeros clientes son las librerías independientes, y eso tiene que ver con mercado español: el 35 % del mercado del libro se comercia con las librerías independientes, que son así el primer cliente de la industria del libro y eso es muy bueno.

Además, ustedes gozan de toda una red de librerías independientes que en Latinoamérica no hay. En ese sentido la supervivencia de las librerías en Perú es muchísimo más difícil.
Es mucho más difícil, es cierto. Y por eso yo entiendo que articulen la venta directa, pero, y esto cuesta decirlo: si se afianza el modelo de venta directa, se empobrece tu red de librerías. El sector del libro funciona y crece cuanto más rica es su red de librerías. Yo no vendo nunca libros directamente, y gran parte de los editores independientes de España no venden sus libros directamente: trabajamos con las librerías.
Tal vez se deba a que las librerías en Perú pagan mal, tarde y nunca.
Claro, ese es un problema también que las librerías tienen. Me parece bien que los editores apuesten por el modelo de librerías, pero estas tienen que apostar también por cumplirle a los editores, tiene que haber una correspondencia, tú no puedes demorar en pagar un año una factura, simplemente porque la imprenta no espera. Es más: la imprenta te cobra todo antes de darte los libros ¿Cómo entonces el editor puede esperar un año o muchos meses a que le paguen las ventas de sus ejemplares? Entiendo ese modelo. Es verdad que España cuenta con una red rica en librerías en relación a los países latinoamericanos, pero pobre en relación por ejemplo a Francia o Alemania, pero lo bueno es que los libreros han sabido unirse, ser colaborativos, han creado herramientas para vender conjuntamente y enfrentarse a un monstruo como Amazon.
Tal vez la única forma de vencer a ese monstruo sea creando otro.
En España hay una web que se llama todostuslibros.com y reúne a un grupo grande de librerías, y, por ejemplo, si quiero comprar “Historias extraordinarias” de Gabriel Rimachi, busco en qué lugar está la librería más cercana que tiene un ejemplar, o qué librería me puede entregar el ejemplar en no más de 72 horas. Y lo compro. O voy a la librería y lo compro directo en la librería. Es como un buscador. Si el libro no está en Madrid y está en Barcelona, pues lo pido a Barcelona y me lo envían. Todo esto tiene que ver con un trabajo de datos y metadatos gremial de los libreros, editores y distribuidores, que han creado herramientas poderosísimas a varios niveles.
¿Cómo cuál herramienta, por ejemplo?
Yo tengo por ejemplo una herramienta que reviso como un drogadicto todas las mañanas, y esta me indica cuáles de las 900 librerías ha vendido ejemplares de Página de Espuma y sé cómo van las ventas. Cada libro tiene un código de barras, cada librería vuelca en un servidor de la Asociación de Libreros de España la información de las ventas diarias, y al día siguiente yo la puedo ver. Y eso me permite establecer proyecciones de cómo va cada título, para reeditar, para ver si el autor funciona o no funciona, para ver si, por ejemplo llevo un autor a Andalucía y sale en la prensa y veo cómo funciona el libro en esa localidad.

Aquí en Perú se habla mucho de la “profesionalización del editor”, pero ¿cómo podemos hablar de profesionalización del editor en Perú si ni siquiera contamos con una red de librerías o herramientas como la que mencionas? Si ya por último las librerías te pagan cuando les da la gana y los editores ni siquiera pagan a tiempo las regalías porque la cadena de pago no funciona mientras el autor cree que estás levantando tu casa en la playa con sus ventas…
(Ríe) Es que no, es que la idea de este negocio es que no es un negocio. O sea, lo que sí es verdad es que no se puede comparar modelos, pero la profesionalización es buena porque llevan “luego” a estos modelos, es decir: es necesario tener estos modelos supragremiales donde la elaboración del dato y el metadato ejerce una función muy importante para analizar y reflexionar sobre la industria en la que tú te mueves y optimizar decisiones, o darte cuenta de que decisiones que has tomado a lo largo de tu vida son terribles y muy malas. Entonces, lo que pasa con el mundo de la edición es que es una cuerda con dos cabos: hay algo de proyecto cultural, artístico que no debería perderse nunca, porque un editor es ante todo un lector. El día que el editor pierda el horizonte de esa lectura, está muerto. Su catálogo está muerto. Pero claro: el otro extremo es uno muy fenicio, porque no solo es que el editor deba comer dos veces al día; además debe abordar gasto de pagar la imprenta, debe además generar una serie de recursos que sí necesitan de una profesionalización, y te lo digo yo, que no tuve una profesionalización, no tuve una formación de editor. Yo soy filólogo. Lo que pasa es que yo fui a Madrid a ayudar a una prima mía en una editorial y me encantó el mundo del libro. Yo iba para profesor universitario, me quedé en el mundo del libro un par de años dando ideas a los demás hasta que me dije: Se acabó de dar ideas a los demás, a mí me gusta leer cuentos y no hay una editorial dedicada íntegramente al cuento, y no lo entiendo. Y entonces creamos Páginas de Espuma.
¿De dónde sale ese nombra tan raro para una editorial de cuentos?
Mira, cuesta mucho buscar el nombre de una editorial. En el año 1995 apareció una editorial muy inspiradora para nosotros, llamada “Lengua de trapo”, y esa idea del sintagma nos gustaba mucho. Tenían además un premio importante de novela que daban junto con Casa de América, y que sacaron escritores como Héctor Abad o Piglia, que antes de llegar a Anagrama pasaron por “Lengua de trapo”. Fue la primera editorial que tuvo un trabajo de vínculo entre España y Latinoamérica con un programa muy claro. Entonces el nombre nos gustaba mucho porque era un nombre perfecto para una editorial infantil, los niños que hablan con una “lengua de trapo”. Entonces dijimos: vamos a hacer una cosa parecida. Encarnación es granadina, y el primer año que dio clases el poeta Luis García Montero se hizo íntimo amigo de ella, entonces buscamos un nombre en la poesía de Luis y en uno de sus poemas aparece en uno de sus versos lo de páginas de espuma, y nos gustó mucho, nos pareció muy evocador: un nombre perfecto para una editorial de poesía. Y nos quedamos con ese nombre y, claro, pasados 22 años, no entendemos otro, pero sí que ha funcionado y es evocador ¿no?

¿Por qué apostar por el cuento en un momento en que la moda editorial le impone al autor ser primero novelista que cuentista, cuando antes era al revés?
Es curioso porque veníamos de una segunda mitad del siglo XX donde el camino era ese y ahora ni siquiera es ese. O sea, la editorial más comercial te puede publicar un libro de cuentos a manera de “entre acto”, entre novela y novela, y si pasa mucho tiempo para que no pierdas vigencia, pero no va a poner todos sus recursos de promoción, de márketing, de distribución, porque no va a gastar toda esa leña en un libro de cuentos: la va a utilizar en tu próxima novela. Eso es así. Cuando en el año 1999, Encarnación y yo creamos Páginas de Espuma, más allá de que teníamos alguna experiencia editorial, yo reconozco que soy un vicioso del cuento, entonces no entendía cómo es que existían editoriales de poesía, de teatro y no de cuento. Teniendo un siglo XX tan hermoso, tan variado, tan experimentador, tan importante en cuento, incluso en la década de los 90 en España había escritores que reivindicaban claramente su faceta de cuentista, incluso en las distintas literaturas latinoamericanas, los nietos del boom reivindicaban muchos de los escritores. Reivindicaban desde el desaparecido Nacho Padilla hasta el joven de ese grupo que por edad no debería pertenecer, pero pertenece, que es Andrés Neuman, que se le vincula más con la generación del 60 porque él publicó con 20 años ya en Anagrama, que con la generación del 70, que es donde le corresponde.
Padilla era de la famosa generación del Crack…
Padilla era del Crack, con Herrera, con Jorge Volpi y demás, de hecho, somos los editores de los cuentos de Jorge. Entonces ellos reivindicaban al cuento y a partir de ahí se empezó a consolidar el proyecto. Y claro, estos 22 años lo que nos han demostrado es que puede haber una editorial de tamaño mediano en torno al cuento, que ha habido distintos factores que han alumbrado un crecimiento de la lectura del cuento, sin duda ahora se lee más cuento de lo que se leía en el año 1999 o 2000 desde la explosión definitiva de Internet y las redes sociales, lo que además permite una comunicación muy buena con lo breve, además de la explosión de talleres de escritura en muchos lugares donde es la base del trabajo y también el boom de editoriales independientes en varios países, incluso los grandes grupos han tenido sorpresas en plan de decir ¡Oiga, esto de Lucía Berlin, vende, así que de pronto Alice Munroe también nos vende! Y luego hay algo que no tiene que ver con la industria, que es lo literario, la ruptura definitiva de los géneros, la hibridación y el mestizaje de los géneros, e incluso hay un artículo ya muy bien trabajado donde indican que la industria editorial publica libros cada vez más breves. Es un fenómeno curioso: incluso los capítulos de las novelas son cada vez más breves. Algunas veces me vienen a decir que ahora que estamos en tiempos cada vez más líquidos, la lectura del cuento viene bien; pero tú y yo sabemos que la escritura del cuento tiene que ver más con el trabajo literario, con la elipsis, con lo no dicho, y luego yo no publico un cuento, publico libros de cuentos, y leer un libro de cuentos exige entrar y salir de distintos universos y de textos que son independientes pero que pierden autonomía cuando están dentro de un libro. Eso hace que esto sea un organismo vivo.

Ese es el mayor temor del cuentista: hallar el equilibrio dentro de una colección de cuentos.
Primero es fundamental que el cuentista tenga asumido lo que es escribir un libro de cuentos, pues implica siempre que, a partir de un núcleo creativo enmarcado en una época, los textos dialogan entre sí. Cuando eso se empieza a trabajar, el cuentista se da cuenta de que esas lecturas tienen otras entradas y salidas, y muchas veces empiezan a escribirse cuentos ad hoc para ese libro de cuentos, para ir enriqueciendo ese universo que luego se ordena. En ese sentido, como editor, y es el momento que más me define como tal, entablo un diálogo, un debate, una conversación, con quien escribe. Y en este debate no tiene que ganar ni quien escribe ni quien edita: tiene que ganar el texto. Y teniendo para mí la última palabra quien escribe, el editor tiene que tener la preparación de que cuando habla con un autor, tiene que trabajar bien un manuscrito y luego el resto de su obra. Cuando yo trabajé con Katya Adaui, vino de un enamoramiento previo de toda su obra; cuando trabajé “Geografía de la oscuridad” con ella, en mí estaba el eco de todos sus libros, así que cuando yo hablaba con ella, ella entendía que yo estaba argumentando mi posición, que no era un capricho del editor, y además yo soy el depositario de una experiencia de corrección de todos mis autores. No soy un corrector o un editor de cuentos que haya aprendido de la nada. Yo he visto en acción a Andrés Neuman que es un corrector extraordinario, es un milagro lo que él hace con un texto cuando lo corregimos. Es asistir a una pirotecnia maravillosa de cómo cambian los textos, y así he aprendido de Samanta Schweblin o Mónica Ojeda o María Fernanda Ampuero, por nombrar a algunos.
¿Por qué crees que aquí muchos autores jóvenes insisten en escribir como Ribeyro y por qué no pasa lo mismo en España con Pere Calderes, por ejemplo?
En España no ha habido un reconocimiento de la tradición del cuento como aquí, de los grandes cuentistas, que los ha tenido, y que tuvieron la mala suerte de coincidir en época y en idioma con creadores excelsos. Si tú hablas de Ribeyro, Cortázar, Onetti o de otro tipo de autores que no fueron iluminados con el puñetero Boom pero que estaban ahí -empezando por las escritoras, que parece que en los años 50 o 60 no escribían nunca en América- los cuentistas españoles si bien pudieron leer a Medardo Fraile, a Pere Calderes, a Igancio Aldecoa, incluso la parte cuentística de Carmen Martin Gaite, no ha habido un reconocimiento claro de que ese haya sido su tronco creativo. Muchas veces se habla de literatura latinoamericana en una tradición del cuento estadounidense y eso, creo, ha ido borando cierta huella de escritores como el Calderes gallego: Junqueiro; el Calderes Andaluz: Quiñones; por decirte nombres de autores de cuento extraordinarios. Si estos autores hubieran sido tomados por una Carmen Balcelles, pues hubieran sido una maravilla.
Hay una corriente ahora que busca sustituir los nombres del canon por estas cuestiones del género.
Eso me parece profundamente estúpido. No se puede quitar del canon a Borges, Cortázar, Arreola o Rulfo, pero sí hay que ampliarlo, meter a María Luisa Puga, Virginia Estensoro o Amparo Dávila (que es como la madre de muchas de las autoras actuales de literatura fantástica o de terror). Mariana Enríquez hizo un prólogo de casi 20 páginas al libro de Amparo Dávila que hemos coeditado con el Fondo de Cultura Económica. Hay todo un repertorio de escritoras que, además, son del mismo cauce de las escritoras que hay ahora, que no han sido parricidas. No hay que matar a Borges para seguir escribiendo, es al revés, no hay un boom de escritoras simplemente porque siempre han escrito. Si existe Pedro Páramo es porque existe María Luisa Bombal con “La amortajada”. Hablando con Beatriz Espejo, escritora mexicana que ya es muy mayor, su marido, que ya murió, fue compañero de beca de Rulfo cuando estaba escribiendo Pedro Páramo. Y ella cuenta que Rulfo tenía en la mesa “La amortajada”, y si tú lees ese libro o el de Virginia Estensoro “El occiso”, estos libros salieron 20 años antes que Pedro Páramo. Están ahí. Entonces lo que sí es verdad es que no hay que cargarse a Rulfo, pero sí incluir a otros varios nombres, porque tú y yo hemos tenido una lectura con un canon muy fijado y ahora el reconocimiento de estas autoras enriquece el panorama.

¿Cuál es tu mirada sobre el cuento peruano?
Cada vez que vengo a Lima lo primero que hago es preguntar qué tengo que leer, ya me dijeron un par de nombres, pero cuando vine en 2018 me nombraron a Katya Adaui y me enamoré de su obra. Y así se lo dije cuando la contacté. Lo mismo me pasó con Samanta Schwebling, que la conocí cuando había publicado “Pájaros en la boca” en Argentina, y desde entonces suspiraba por tener a Samantha y llegó a Páginas de Espuma con “Siete casas vacías”. Pero ese es un poco el trabajo que me espera en Perú ahora.
¿Cómo generar lectores?
Yo creo que lo que es fundamental de toda la cadena productiva del libro, hay que fomentar la lectura, porque tú no puedes crear lectores si no hay una pedagogía desde los primeros años. ¿Cómo se articula esto más allá del trabajo editorial? En España tenemos un programa que se llama Aula de cuento, donde llevamos a un autor a que comparta con los alumnos el libro que se está leyendo en el aula. Y tenemos que apostar por el uso social del libro, es decir, está bien vender, pero también hay que llevar el libro a bibliotecas públicas y privadas. Esto es una política de Estado. España pasó de ir en un coche antiguo durante la dictadura, a ir en un BMW último modelo, pero en la maletera nunca metió la cultura. En España faltan todavía políticas clarísimas para el fomento de la cultura. Hay cosas que se están haciendo muy bien, pero es insuficiente. Hay que involucrar a las editoriales también. Algunas veces voy a un colegio en un pueblo donde han comprado 20 ejemplares ¿me sale a cuenta? No. Pero aprovechamos el viaje para ir a la ciudad y hacer una presentación. Es parte del compromiso también que debemos tener. Si en la biblioteca leen el libro 20 veces, no he perdido una venta: he ganado 20 lectores.