Escribe José Carlos Picón
Sus ochenta y dos años de vida están inyectados de la intensidad de una experiencia universal de vida y una bien ejercitada vehemencia de lucha y poesía. José Pardo del Arco se hizo llamar Juan Cristóbal, como el del Cucarambó. El asma que padece desde que nació y la tenacidad del tiempo obstaculizan el camino hacia un diálogo. La revolución vio en sus ojos un poeta. Y las armas completaban una especie de amor errático y colectivo. Participa en actos y atentados en rigor de la ira partidaria para asaltar y expropiar bancos y otras entidades. Es quizás uno de los poetas ligado a este discurso, más importante de las letras en estas latitudes.
Miembro de Piélago, tándem de poetas entregados a las noches y a los cambios totales, reunía también al maldito Juan Ojeda, a Hildebrando Pérez, Julio Nelson, entre otros. “Conversando con Homero (poema novelado)” (La Strada, 2024) es su última entrega, una exultante, ansiosa y angustiante agrupación de prosas poéticas, capítulos dentro del contexto editorial. Aquel imaginario clásico antiguo, circula en oscilaciones junto a la historia y la realidad peruanas, hecho concretos, afectos, apocalípticas palpitaciones que en el texto están configurados mediante el peso del relato, a la breve narración especulativa y free que acuña definitivamente el carácter multidimensional del libro. Sobre este y algunas otras cosas, pudimos conversar con Juan Cristóbal, en su barrio de Magdalena.
“De joven odiaba lo que se decía ‘poesía clásica’, porque se me hacía difícil entenderla. A los 45 años comencé a enseñar en San Marcos “Introducción a la literatura universal”. Allí descubrí la sabiduría dramática de Sófocles, “Edipo Rey”, que me causó gran curiosidad” empieza a contar. “Cuando leí que Gabo dijo que ese libro lo había marcado y era el primer libro de investigación policial, lo volví a leer y descubrí, por mi cuenta, que era algo más que eso: que era casi como la misma tragedia de la vida. Y en eso que tiene la vida de azar, un amigo, que era decano de una universidad privada me planteó enseñar “Literatura Griega”. Acepté. Y lo tomé como un reto personal y cultural.

Entonces comencé a empaparme de esa historia literaria y con ayuda de algunos casetes (de aquel tiempo) me lancé al ruedo. No me fue mal”, refiere con el humor de la dialéctica cotidiana. “Los alumnos me aplaudieron al final. Yo parecía un torero. Así fue como ahondé en lecturas que había hecho anteriormente, como la Odisea y la Ilíada. Pero antes busqué y me empapé de la vida de Homero, que me pareció fascinante. Y no solamente por ser ciego. Sino por la aventura de contar sus historias de pueblo en pueblo. Eso me ronda hasta hoy en la cabeza, pues me encantaría hacerlo, pero ya no puedo. De esta breve historia viene lo que llamas reflexiones, quejas e introspecciones. Y que yo denomino “cosas del azar”, relata.
La alérgica lengua de la emoción
¿Llamarías al libro un híbrido, puesto que está compuesto en prosa, pero es lírico, irrumpes con vetas ensayísticas y narrativas?
“Yo no diría que es un “híbrido”, pues es una palabra que no me gusta (no me digas ¿por qué?). Diría que es una composición de sueños, realidades, experiencias personales, culturales y colectivas que experimenté en mi vida personal, pues siempre parto, en mi escritura, de una realidad que me ha sucedido. ¿Cuál fue esta? Todo se confabuló para que saliera la “Conversando con Homero”, ese poema novelado. Pero remarco: tener una experiencia no es una cosa, sino múltiples hechos y factores que se van desenvolviendo en tu mente y conciencia. Esa punzación producida cuando vas realizando una obra literaria en la conciencia. Es decir, lo sucede en el momento de escribir, constatando que cada día o minuto es diferente. Y que cada línea que escribes es la realización de muchas cosas que tratas de ser transformadoras”.
Me gusta el uso de das a las referencias en estos textos llenos de sentido y sensibilidad. Mencionas, por ejemplo, personajes de la mitología, poetas de distintas épocas y escuelas.
Las referencias que componen esa experiencia son múltiples en muchos sentidos, por eso hay tantas referencias a poetas de distintas épocas y escuelas. Porque hay algo que también tomé en cuenta, y eso fue casi desde el comienzo y, tal vez, un poco anterior: y es que en la educación oficial se parte de una concepción europeizante del desarrollo de nuestra literatura, que es fundamentalmente occidentalizada, pero no toma en cuenta nuestros orígenes, por lo que no repara en la literatura oral de nuestro mundo andino y originario, y ello no aparece en ninguna “historia literaria”. Por eso incorporo -eso sí, muy pensante- elementos mitológicos de nuestra cultura ancestral: cuentos, personajes, mitos, rezos, etc., para poder vincular esa piedra angular que es la Odisea en el mundo occidental, con los diversos monumentos culturales de nuestra cultura originaria.

Juan Cristóbal, amague de huida
Juan Cristóbal decidió, en el 2014, no volver a escribir más. “El escritor debe ser como el futbolista, “debe saber cuándo colgar los chimpunes”. Sin embargo, la tenaz decisión fue desvaneciéndose tras el impulso conceptual y emotivo de su editora Katherine Estrada de La Strada. “Este texto era inédito, lo tenía guardadito, encaletado, acepté la oferta. Fue asi como aparece “Desde una aparente serenidad”, un libro que me muestra una veta anterior: la de la ternura. “Yo estaba, antes de esto, en la veta de la marginalidad, del lenguaje del argot y callejonero, que me encanta mucho, porque me trae muchos recuerdos de toda índole e intensidad. Además, yo he pasado por muchas vetas, que sería largo de tratar y menos explicar”.
Esta nueva posibilidad o espacio para ver impresos las fuentes, “me abrió muchas puertas, pues frente al deseo de retirarme de la vida literaria, se me presentaron propuestas varias para ediciones y reediciones. A partir del 2016, vuelvo a “la cancha de la literatura”. Y hasta ahora no paro. A pesar de que si bien, este año, la editorial Arteidea, del poeta y editor Jorge Luis Roncal me va a publicar un texto “Desde esa luz que ya no veo”, espero no ver más, ni encontrarme más con el mundo de la literatura. El cansancio está en el límite de sus cielos terrenales”. Una contundencia lírica y viril, revolucionaria con alma de combatiente.
Entonces sondeamos la memoria de juventud y le preguntamos sobre los recuerdos de sus primeros años de lucha poética, de los sesenta, de sus coetáneos como Juan Ojeda, Julio Nelson, Hildebrando Pérez, entre otros. “Recuerdos, muchos recuerdos. Éramos muy amigos, experimentábamos la vida cotidiana intensamente. Además, cada uno tenía su “corazoncito militante”. Y eso lo sabíamos, pero no lo discutíamos. Lo que hablábamos mucho era como dar charlas literarias con invitados diferentes, recitales de poesía y en cómo sacar “Piélago”, la revista que fundamos comenzó y terminó con ocho números, todos a mimeógrafo. La única condición: que los poemas o textos literarios siempre debían ser inéditos. Así publicamos a Neruda, Romualdo, Delgado, Guevara, Calvo, Corcuera, Teillier y otros más.

Ética del poeta
¿Cuán importante es la indignación ante el dolor ajeno y la injusticia en un poeta, Juan? ¿Cómo vivió tu generación los cambios políticos y sociales de aquel entonces, que, además, fueron mundiales?
“La indignación y el dolor ante la injusticia (sea a nivel personal o social) siempre debe causarnos hondas preocupaciones, infinitas rabias y deseos de resolver y enfrentar. Nuestra postura era clara, mi generación vio con optimismo la revolución cubana y su influencia profunda que tuvo a nivel continental y mundial, nos llenó de optimismo y esperanza”. Cuenta el autor de “Osario de los inocentes”, premio nacional de poesía en 1971, uno sus más destacados y memorables libros, el de las cervezas azules. “Asi fue como pudimos soportar y comprender (mejor) la guerra civil española, la revolución bolchevique, la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, etc. Nos empapamos de la revolución china, un fenómeno complejo y desconcertante, hasta el día de hoy”.
¿Te sientes en el canon literario? ¿Cómo consideras tu poética, eres un insular? ¿Te sientes alegórico, social, exteriorista?
“Como te dije, tengo y he pasado por muchas vertientes. Y esta línea de acontecimientos no han sido calculados o reflexivos, sino facturas espontáneas que fueron surgiendo, dependiendo de lo que me dictaba mi enfrentamiento con la realidad en que vivía”, señala Pardo del Arco. “Cada poeta o escritor, al producir una obra no es sólo producto de su “inspiración”, sino del momento que vive y atraviesa: de las necesidades sociales que lo espiritualizan, de las experiencias diversas que lo transporta y trasciende, de las relaciones culturales que lo determinan”.
¿Entonces es difícil ubicarse en ciertos parámetros, si existiesen?
“Son los críticos del mundo artístico quienes señalan qué somos y dónde o cómo vivimos. Y en eso no opino, ni me meto. Cada uno realiza su trabajo”.

Un camino aparte desde el interior
Volviendo a “Conversando…”, pareciera que te dirigieras a la poesía misma. ¿Es el libro una evaluación de tu vida poética?
“Eso no te lo puedo decir yo. Eso lo podrá decir con mayor veracidad y autenticidad el lector, que también es un poeta al leer un libro de poesía. Y yo me atengo a lo que me diga, aunque me dijera que es una “mala poesía”, pues respeto la visión o intuición o experiencia que tenga sobre lo leído. Pero su opinión -fuese cual sea-, sería útil si me ayuda a abrir otras compuertas con su juicio personal. La obra literaria tiene infinidad de manifestaciones y lecturas simbólicas y eso ayuda en mucho a un escritor que debe estar siempre atento a sugerencias o manifestaciones de la crítica.
¿Es la poesía un viaje como la vida? ¿Es la vida, poesía? ¿Qué piensas?
“Cada escritor es dueño, como decía Amado Nervo, de su destino. Cada uno toma la poesía como cree conveniente, como cree que debe tomarla o realizarla. Por eso hay infinidad de artes poéticas, tanto como autores, aunque no la escriban, porque basta el hecho de vivir para hacer de tu vida un arte poética. La vida es mucho más que mucha poesía. Teillier decía al respecto: es preferible ser un mejor ser humano que poeta. Y estamos de acuerdo. Porque realizarse en la vida es más complicado que realizarse como poeta”.
¿Cómo vive Juan Cristóbal el crepúsculo de su vida, en la actualidad?
“Soñando como un viejito vagabundo, pensando que debí ser un guerrillero antes que poeta. Un buen jugador de fútbol, un actor de telenovelas policíacas. Pero como no fui nada de eso, sólo me quedó ser poeta y hablar con Homero, para ver pasar la vida tan exasperante como callada. Tan profunda en el abismo (como ahora), como tan silenciosa en nuestros encierros personales, donde nos vamos volviendo, a los 82 años, tan invisibles como los tiempos y el alma de un mendigo. Pero jamás insensibilizado ante esta realidad tan excluyente, marginal, homofóbica y brutal contra los más desposeídos del país.