Escribe J.Miguel Vargas Rosas
Cuando el Inca Garcilaso de la Vega se propone rescatar la lengua incaica de las tergiversaciones y/o corrupciones a las que es sometida por parte de los españoles, halla una similitud entre la cosmovisión incaica y el dogma de la iglesia católica: la existencia de un dios supremo; algo o alguien inmaterial, creador de todo el universo. Cabe destacar que estos “hacedores del mundo” poseen algunas características opuestas y otras semejantes. Recordemos que la emanación de estos dioses no es más que producto del intento fallido por dar explicaciones a sucesos o fenómenos que les costaba explicar de manera objetiva. En esto hay una coincidencia lógica entre las diversas culturas, por lo que en sus ídolos, aunque alumbrados por una misma matriz, hallaremos rasgos comunes y otros adversos.
En los quechuas ese ser inmaterial era llamado “Wiracocha”, mientras que en Occidente o el viejo mundo, según Garcilaso, era denominado “Dios” o “Yavhé”, a quien considera “padre de todos los cristianos”. No obstante, la cosmovisión andina, según los relatos recolectados, se asemeja también a la mitología griega, pues tienen muchas deidades que son sumamente emocionales y se hallan inmiscuidos en hazañas mágicas.

Además, podemos encontrar una grieta, pequeña, en las cuestiones socioculturales creadas por los seres humanos en determinados tipos de relaciones de producción con respecto a los dioses. Cuenta Inca Garcilaso, por ejemplo, sobre un interrogatorio español al que someten a un indígena a quien piden jurar por el dios de los cristianos. Este se rehúsa a hacer tal cosa, aduciendo que aún no ha sido bautizado como cristiano, y ante la petición de jurar por “sus” dioses, arguye: «Nosotros no tomamos esos nombres sino para adorarlos, y así no me es lícito jurar por ellos» (De la vega, 2021, p. 84), mientras —parafraseando al propio De la Vega— los cristianos y las autoridades de estos sí utilizaban (incluso utilizan hoy en día) el nombre de su dios para hacer juramentos.
Por como venimos estableciéndolo ya, lo que nos proponemos aquí es establecer enlaces y conexiones entre la cosmovisión andina y la de otras culturas —para lo cual es necesario recurrir a la intertextualidad— a partir de la lectura e interpretación de «Dioses y hombres del Huarochirí», conjunto de relatos recopilados en quechua por Francisco de Ávila en 1598 aproximadamente y traducida en la década de los 60 por José María Arguedas, quien logra publicar una edición bilingüe en 1966 con el Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
Arguedas, en 1966, manifiesta que “Dioses y hombres de Huarochiri” es «la obra quechua más importante de cuantas existen, un documento excepcional y sin equivalente tanto por su contenido como por la forma. “Dioses y Hombres de Huarochirí” es el único texto quechua popular conocido de los siglos XVI y XVII» (p. 9), y por ende resulta una copia casi fiel de «la concepción total que el hombre antiguo tenía acerca de su origen, acerca del mundo, de las relaciones del hombre con el universo y de las relaciones de los hombres entre ellos mismos» (p. 9). Esto resulta muy interesante ante los hombres de las generaciones modernas, aunque cabe resaltar lo que el propio Arguedas enfatiza, y es que los relatos a veces se ven interrumpidos por la voz española —por el extirpador de idolatrías— y es influenciada por las creencias occidentales de un solo dios; pero esta influencia es mínima.

A decir de Loli (2007) «La voz mítica del relato habla de los dioses y grandes señores del pasado, pero también hay pasajes en los que se muestra consciente de que el presente está regido por el poder español». (p.148) Y esto —según nuestras reflexiones— pudo haber intimidado a la voz narrativa para expresarse con libertad plena. No obstante, esto en nada desacredita a lo dicho por Arguedas, pues como el propio Loli (2007) explica:
La voz mítica filtra reproches manifiestos hacia la tradición de los antiguos y a la vez deja sentir un respeto temeroso hacia la prédica del extirpador de idolatría. A pesar de esto, no dejan de comprobarse las advertencias que da el padre Ávila en el primer título de su manuscrito acerca del poco progreso que ha hecho la prédica de la palabra entre los indios de la región, pues éstos continuaban perdidos en sus «errores», «supersticiones» y «ritos diabólicos» (p. 147)
Entonces, pese a la intromisión de la voz occidental, tenemos una voz que conserva mucho la esencia del hombre andino antiguo, su modo de ver el mundo, sus ideas, sus costumbres y la interrelación entre ellos.
Por consiguiente, creemos necesario iniciar con el capítulo 21 de “Dioses y hombres del Huarochirí”, donde se narra el choque de dos culturas —la andina y la española— y en el cual se utilizan términos propios del catolicismo (como “el demonio”) y se empieza a desmentir la sacralidad de los “huacas” prehispánicos. Término que Garcilaso de la Vega rescata de la corrupción lingüística española y le devuelve su verdadero significado: deidad. Por lo tanto, en el capítulo 21 estamos ante un huaca llamado Llocllayhuancu que en narraciones anteriores es presentado como protector del pueblo y que de pronto, con la llegada de “Don Cristóbal”, que no es otro que el sacerdote Cristóbal de Castilla (representante de un único dios universal), Llocllayhuancu es transformado en un “demonio” perverso y que Cristóbal vence en sueños con la ayuda del dios católico. Sin embargo, antes de la llegada de los españoles, respetaban al huaca y lo veneraban cantando y bailando. «Y, ya muy avanzada la noche, el sacerdote, el doble o personero del huaca (Llocllayhuancu) salía a decir: “Ya nuestro padre, ahora está borracho; manda que canten y bailen. Nuestro padre os convida a beber con él» (Arguedas, 2017, p. 125). Las cursivas son de Arguedas, quien se siente contrariado al encontrar esos términos para nada prehispánicos.

El relato manifiesta cierta vaga asimilación del código discursivo de la hagiografía, desde el cual se detractará acerca de valores culturales prehispánicos a favor de un adoctrinamiento cristiano. Pero la cosmovisión andina no será suprimida; si bien el extirpador podría estar satisfecho con la identificación que se hace entre el huaca Llocllayhuancu y el demonio, los indios del siglo XVI casi nunca asimilaron completamente la concepción cristiana medieval del diablo y del pecado; la voz del texto ha sido iniciada en un nuevo código del cual al parecer solamente puede reproducir sus símbolos (…) (p. 148)
Loli (2007)
Esto no solo ocurrirá en las culturas andinas prehispánicas, sino también en Roma, donde primero decretan el edicto de Milán en el 313 y posteriormente la oficialización del cristianismo. Pero esta nueva religión no es asumida por las culturas que se ven afectadas y prontamente sumidas al dominio de las “nuevas” culturas que se imponen militarmente, sino que la cultura sometida toma terminologías de la cultura imponente como un acto de supervivencia, pero la idiosincrasia y creencias autóctonas prevalecen. Tal como señalara Anta Diop (1986): «Este proceso (el de sometimiento de una cultura por otra, a partir de una invasión o colonización) sólo afecta en un principio al léxico; escapa en cambio a él la gramática, es decir la morfología y la sintaxis». (p. 58)
Uno de los relatos más sobresalientes de “Dioses y hombres del Huarochirí” es la que nos narra sobre la relación nefasta entre Cuniraya Viracocha y Cavillaca o Cahuillaca (ambos, huacas). Cuniraya, profundamente enamorado de Cavillaca, busca llamar la atención de esta, y aunque Cuniraya sea un huaca de quien depende la agricultura —para bien o para mal— y a quien todos rinden culto, suele caminar por la tierra vestido de mendigo. En esos avatares queda encantado por la belleza de la huaca Cavillaca, pero esta lo desprecia por lucir andrajoso, repulsivo y simplón, aunque tampoco ha correspondido a otros huacas que se le han presentado de manera hidalga a proponerle amoríos.
Cansado de no ser correspondido en el amor, al descubrir a Cavillaca tejiendo al pie de un árbol de lúcuma, Viracocha se convierte en un pájaro y sube al árbol. «Ya en la rama tomó un fruto, le echó su germen masculino e hizo caer el fruto delante de la mujer. Ella muy contenta, tragó el germen. Y de ese modo quedó preñada, sin haber tenido contacto con ningún hombre. A los nueve meses, como cualquier mujer, ella también parió una doncella» (Arguedas, p. 24)
El relato referido encuentra un paragón en la historia de Zeus al convertirse en Anfitrión, el esposo de Almecna, para amar a esta en una noche «que duró tres días», tras lo cual Almecna quedó embarazada. También se hallan similitudes con el episodio católico de la paloma que embaraza a María y al igual que Cavillaca pare al hijo de un huaca o deidad, María alumbra al hijo del dios israelí.
Desde ahí van a desplegarse similitudes entre las religiones prehispánicas andinas y las otras religiones más conocidas en la actualidad. Viracocha al verse despreciado nuevamente por Cavillaca —quien ha descubierto que el padre de su hija es él— decide convertirse en lo que es: una deidad. Para ello, disparando rayos y truenos, se transforma en un bello mozo, y aun así sigue siendo despreciado. Por su parte, un Zeus se ve obligado a mostrarse como dios ante una Sémele que ha caído en el engaño de Hera, y funestamente, Zeus termina asesinándola al demostrarle su poder.

La vida de Cuniraya Viracocha explica en gran parte el principio del mundo desde la cosmovisión andina, pues este es el que establece el destino de los animales que ya habitaban la tierra, tal como los dioses de otras culturas. «Después, se encontró con un halcón; el halcón le dijo: “Ella va muy cerca, has de encontrarla”, y Cuniraya le contestó: “Tú has de ser muy feliz; almorzarás picaflores y luego comerás pájaros de todas clases. Y si mueres, o alguien te mata, con una llama te ofrendarán los hombres; y cuando canten y bailen, te pondrán sobre su cabeza, y allí, hermosamente, estarás» (p. 27) Va designando el destino de los animales de acuerdo a lo que cada uno de estos le dice sobre la búsqueda que ha emprendido en pos de Cavillaca y su hija. Entonces, nos encontramos ante una deidad que es más emocional y que cobra humanidad, al igual que los dioses griegos, aunque estos últimos son mucho más egoístas, soberbios y/o pícaros, en contraposición del dios judaico, quien no se muestra en forma humana, sino que es concebido como un espíritu, un hálito invisible, una idea, y que como tal es más autoritario, autocrático, y parece no conmoverse, sino que asume un rol de maestro severo y muchas veces irascible que solo corrige y educa a su creación a su imagen y semejanza.
Si partimos de que no es Dios quien hace al hombre a su imagen y semejanza, sino es el hombre quien hizo a Dios o a los dioses, deberemos detallar que los dioses prehispánicos —por lo menos en los descritos en Dioses y hombres del Huarochirí— tienden hacia una personalidad más romántica y sencilla en medio de una lucha por la supervivencia y la búsqueda de ganar pueblos, sea por el miedo o la libertad, mientras que la de los griegos tienden a ser más pícaros, egoístas, cegados por los celos o la envidia, por lo cual ellos también son sometidos a la justicia. Hay en estas dos culturas un enlace con la naturaleza; es decir, los dioses o deidades son representaciones de fenómenos naturales (por no decir representaciones de elementos naturales o materiales) y a través de estos, el hombre antiguo mostraba su respeto, quejas, peticiones y agradecimiento a la naturaleza, la cual era concebida como la proveedora de todas las riquezas sin las cuales el hombre no podría subsistir ni vivir.