Kafka en el siglo XXI, una relectura necesaria

En el centenario de la muerte de Franz Kafka se hace necesaria una relectura de su obra a la luz de la nueva "modernidad".

Publicado

7 Jun, 2024

Escribe J. Miguel Vargas Rosas

En Perú se ha realizado la prolongada y perversa labor de convertir la literatura en una herramienta de entretenimiento barato. En esta insana tarea han cumplido sus papeles algunos autores, los gobiernos —se incluyen todos los aparatos que manejan, entre los cuales se encuentran los medios de comunicación— y las instituciones educativas. Cuando se explora la literatura para almacenar un cúmulo de datos literales, mas no para trabajar procesos interpretativos ni emocionales, la literatura pierde todo poder. Y es que en un sistema donde hasta el alma humana se torna un objeto desechable, las capas gobernantes —o el “poder intrínseco” tal cual lo llama Orwell— pugnan por convertir la literatura en lo más vano, hueco y vacío. Esto ocurre precisamente con la obra más famosa de Franz Kafka, pues los jóvenes tienen nociones de que la trama gira en torno a un hombre transformado en insecto —se divierten con ello— sin realizar un análisis más profundo o una interpretación inferencial ni intertextual. Por lo tanto, no perciben la grandeza de una obra literaria y, lo que es peor, no pueden sentir su intensidad o carga emocional. 

Así, si quitamos los implícitos ingredientes sociales, individuales, filosóficos y políticos a las obras de Kafka, los cuales solo pueden extraerse a partir de un análisis concienzudo, muere la literatura kafkiana y el propio Kafka. De igual manera, si le arrancamos la profundidad jurídica-política-filosófica-psicológica y socioeconómica a Crimen y castigo, la grandeza de esta obra solo residiría en el uso pulcro y sobrio de las palabras (aunque es imposible que una palabra diga “nada”), y con ello habría perdido su universalidad e inmensidad, porque una novela es un todo concatenado y equilibrado. Con esto último no buscamos desmerecer algunas obras netamente estéticas que han perdurado en el tiempo. En cuanto a la narrativa kafkiana, ocurre tal como lo manifiesta Montoya (2018): «…muchos se acercan a Samsa viendo una diversión, un experimento estético interesante, pero a todas luces, fortuito, fantasioso, y sin representación en la vida, mucho menos en la personal. Sin embargo, acaso estos lectores no se han planteado que quizá ellos también sean Samsa, que todos seamos Samsa» (p. 11). Más adelante aclara que no considera a Kafka un simple escritor de ciencia-ficción cuyo leitmotiv sea entretener. 

La obra emblemática de Franz Kafka es mucho más que la historia de un hombre «que se convierte en cucaracha».

Kafka y una angustia compartida

Lo preponderante en la narrativa kafkiana es la “angustia” individual interconectada a lo social. A diferencia del individualismo romántico, el “Yo” kafkiano está estrechamente relacionado con las contradicciones sociales; citando a Lancelotti (1965), «El empleo de la primera persona ya no señalaría, empero, como en el romanticismo, el modo de adentramos en una subjetividad destacada, por un acto de rebeldía, del agobiador contorno social, sino, por el contrario, un medio de reflejar la dramática objetividad de un orbe técnico que encierra al hombre en el círculo fatal de la situación» (p. 46). Y a esta objetividad le acompaña una destreza por el manejo particular de la llamada literatura fantástica; una literatura amena y a la vez alegórica. Por lo tanto, la “angustia” no es únicamente una creación subjetiva o “liberal” individualista, sino un sentimiento provocado por la objetividad y las relaciones de producción. Esta “angustia” ha sido encasillada, durante mucho tiempo, como un “producto” de los estragos de la Primera Guerra Mundial, aunque Kafka va más allá; apuñala el corazón del sistema y lo desestabiliza. 

Si bien La metamorfosis se ubica en el género fantástico, construye personajes que reflejan nuestra realidad y nuestras potencialidades humanas limitadas o incluso regresadas a estados más inhumanos bajo el sistema actual. Por otro lado, deconstruye los mitos esbozados por el capitalismo que, para entonces, había llegado a un punto álgido que muchos economistas denominan “imperialismo” y Lenin llama “imperialismo, fase superior del capitalismo”. Este sistema, en contraposición a las críticas, potencializa una publicidad casi irrefrenable, para preconizar el capitalismo como culmen de la civilización, regida por  leyes aparentemente “naturales” o “eternas” —sobre las cuales se burlan Marx y, más adelante, Keynes—. Esta propaganda nos transfiere la idea de que las obras literarias, como las de Kafka, deben ser contextualizadas en la época del autor —por ello, terminamos afirmando que la “angustia” kafkiana solo fue producto de las guerras mundiales— y leídas como mera distracción. Sin embargo, La metamorfosis va más allá de la época vivida por Kafka; es más, constituye una pieza interesante que contrarresta las intentonas maquiavélicas estatales de cegarnos ante nuestra inhumanidad y nuestras miserias. 

La metamorfosis

La metamorfosis va más allá, pues nuestra época está bañada con su absurdez; somos unos Samsa obtusos, ignorantes de que las relaciones de producción y sus leyes nos han convertido en seres utilitaristas, sobrevivientes en un sistema funcionalista, capaces de convertir a los demás o a nosotros mismos en insectos repugnantes, quienes básicamente subsisten fantasmagóricamente y cuyo valor se mide en base al nivel de riqueza monetaria, sin reconocer esfuerzos, luchas, sueños y demás potencialidades de las cuales está hecha una persona. La metamorfosis llega aun a las dimensiones estatutarias o a quienes gobiernan bajo este sistema o a eso que Smith llama “mano invisible”, pues algo o alguien —que los liberales no se atreven a nominalizar como “clase dominante”— no solo ha construido un modelo productivo, sino que busca perennizar su ideología política y filosófica en la idiosincrasia de la mayoría social a través de los medios masivos de comunicación; es decir, implanta su propia ideología y busca mantenerla en hegemonía, tergiversando historias y realidades. De ahí la enajenación de Samsa y la repulsión de la familia por el insecto Samsa, ya que olvidan que, a pesar de todo, este es humano y es hijo y es hermano y. Por eso, es la misma familia quien lo asesina, conduciéndonos así a una crítica sutil sobre el detrimento de la familia: otrora base del sistema capitalista.

Escena de «La metamorfosis» en la versión novela gráfica de Peter Kuper.

Sin embargo, el quid es la interpretación más certera que se puede hacer sobre la conversión de Samsa en ese repugnante insecto que termina asustando a su propia familia, al jefe y a los posteriores inquilinos de la casa. Samsa despierta convertido en insecto ¿y ese despertar significa que Gregorio ha descubierto al fin su condición de marioneta manipulado por la mano invisible y entonces se metamorfosea o, peor aún, es metamorfoseado por la mentalidad social, enajenada debido a la marea del capitalismo, en un insecto inservible y repudiable?, ¿o la conversión en insecto recién le ha permitido darse cuenta de su monótona vida a la cual no podría llamarse vida y, del engaño en el que ha estado sumergido desde muy temprana edad? Cualquiera que sea la respuesta, nos muestra la corrupción en todas las dimensiones posibles como característica descollante del poder. 

El proceso

«Si buscamos los rasgos que definen nuestro mundo occidental actual, encontramos en realidad numerosos elementos kafkianos, tales como la precariedad, la uniformidad, la inseguridad o el aislamiento» (Montoya, 2018, pp. 13-14). Esto encontramos en La metamorfosis y también en El proceso, donde la ironía es más clara al aseverar tajantemente que el sistema de justicia garantiza más bien la injusticia social, la inseguridad y la deshumanización. En El proceso, el señor K. o Josef K., atormentado por unos sujetos que dicen representar la justicia, será asesinado sin un porqué específico o claro. No obstante, antes de que su condena se dicte y el veredicto le llegue mediante canales no oficiales ni regulares, el señor K. debe enfrentarse a un terror tácito que se oculta tras las supuestas libertades individuales, mostrándosele como un personaje homérico o edípico; en otras palabras, un hombre con un destino establecido mediante la némesis. Mas, a diferencia de los griegos, el destino de Josef K. lo establece el sistema de justicia sin una garantía legal ni legítima. 

«El proceso» en adaptación gráfica de David Zane y Chantal Montellier.

Podríamos resumir la estructura de El proceso en los siguientes tres puntos: 1) Dos sujetos asaltan el domicilio de Josef K. y le informan sobre su detención domiciliaria; 2) el arresto desestabiliza su vida rutinaria y es obligado a vivir bajo el terror y en un estado de alerta constante; 3) finalmente, le informan sobre su condena a muerte y proceden a asesinarlo con un simple cuchillo en una calle a plena luz del día, sin que nadie pueda evitarlo. K. jamás supo cuál fue su delito ni si en verdad fue culpable. Se podrían desplegar tres temáticas sencillas: 1) la injusticia social impregnado en el burocratismo, 2) el terror inherente dentro del sistema y, 3) la inseguridad y la indiferencia social que nos lleva nuevamente a la deshumanización del ser humano. No obstante, se desprende otro tema más importante: la carencia de libertad en un sistema, autodenominado “democrático”. 

Pese a que algunos tienden a limitar el alcance de la temática kafkiana a una sola época o incluso a un episodio denotativo, restándole vigencia, como es el caso de González García (1989) quien se apresura en afirmar que «(con la guerra) toda Europa  se  convierte  en  una  colonia  penitenciaria  y  el  ejército  constituye  un  enorme aparato  de  destrucción  y  muerte  ante  el que  la  imaginación  de  Kafka  se  queda pequeña» (pp. 220-221), Wahnón, S. (2001) apostilla: «Sin embargo, es muy posible que  la  imaginación  de  Kafka  hubiera  ido más lejos que la ya delirante realidad. Al fin y al cabo, lo que Kafka describe en la primera página de El proceso no sería exactamente un arresto militar, aunque tampoco sea del todo un arresto civil» (p. 267) y los temas y recursos expuestos líneas arriba, así lo demuestran.  Por otro lado, lo interesante en El proceso es la unión contradictoria entre lo legal y lo legítimo que, a la luz de la novela, deviene en lo ilegal e ilegítimo, pues el proceso iniciado contra Josef K. no es legal (las leyes no se están cumpliendo) y como tal, nos da entender que las instituciones gubernamentales tienen una inclinación hacia la ilegalidad y muestran una aversión hacia sus propias leyes cuando se trata de cumplir sus nefastos fines de dominación, siendo necesario para ello que estas legislaciones nazcan corruptas o proclives a la corrupción.

Esta apreciación puede hallar base en los propios postulados de Kafka esbozados en los breves textos sobre las leyes que el autor pudo redactar, en su función de asesor jurídico: «En general nuestras leyes no son conocidas —afirmaba el escritor checo—, sino que constituyen un secreto del pequeño grupo de aristócratas que nos gobierna (…) resulta   en extremo mortificante el verse regido por leyes para uno desconocidas» (Citado por Wahnón, S., 2001, p. 266). He ahí la presencia de la ilegitimidad en los procesos “gubernamentales”, porque al fin y al cabo los que decretan leyes son los que conforman el aparato estatal el cual, concebido desde la óptica marxista, no es otra cosa que la asociación de una clase para dominar a otra. Esta ilegitimidad es inseparable de la ilegalidad, pero lo colosal ocurre cuando la legalidad encubre la ilegitimidad.  

Lo expuesto anteriormente debería bastar para imbuir a la crítica literaria —muy “realista” en el Perú— a cambiar la mirada menospreciativa que dirige a la literatura fantástica, pues a través de esta puede estructurarse grandes críticas sociales y puede ser el agua cristalina donde se refleje la realidad de una época. Por lo tanto, la pregunta que debería acompañar a la conclusión de este artículo es si en verdad seguimos inmersos en una realidad kafkiana, tanto así que hemos heredado (generación tras generación) una ceguera cada vez más grave que desvía nuestra atención de lo verdaderamente importante, y en contraste, la narrativa kafkiana es una herramienta o arma para abrir los ojos, reflexionar y actuar. 

J. Miguel Vargas Rosas
Profesor de Lengua y Literatura, autor del poemario "Cantos del Viento", "Recuento de las Palabras" y la novela "Balada de la Eternidad". Dirigió la película "Tras la Oscuridad" y el documental “Voz Dinamitada” que trata sobre el poeta popular JOVALDO. Administra el blog “La ventana incinerada”.

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