Una entrevista de Diego Nieves
La escritora cusqueña Karina Pacheco participa como invitada en la última edición del Hay Festival Arequipa 2024. Pacheco acaba de publicar la colección de cuentos «Niños del pájaro azul» (Alfaguara), donde aborda diferentes temas que tienen como hilo conductor una feroz crítica social y un cuestionamiento a ciertas conductas o normas sociales. Sobre este y otros temas conversamos con la autora de «El año del viento».
Después de seis años vuelves al género del cuento. En 2018 se publicó Lluvia, y ahora en 2024 Niños del pájaro azul. ¿Cómo sabes cuándo le toca el turno a la novela y cuándo al cuento?
Siento que las novelas van macerándose por mucho tiempo, y cuando tengo una trama con muchas aristas, personajes, elementos a tejer, digo: “Ah, esto va a ser novela, no puede ser cuento”. Me ha pasado un par de veces que he tenido historias que inicialmente eran cuentos y tuvieron tantas “ramas” que terminaron convirtiéndose en novelas.
Con los cuentos me ocurre que hay ciertos elementos que van dándome destellos. Como si hubiera algo que necesitase ser contado, pero que está encapsulado. Entonces voy escribiendo los cuentos poco a poco, y voy esbozándolos hasta llegar al final. Y así, cuando tengo un conjunto de cuentos que está listo, con elementos en común, los ensamblo en un libro.
Claro, porque hay libros de cuentos y libros con cuentos, ¿cierto?
Sí (risas), sí. Y yo tengo varios cuentos que se han estado macerando mucho tiempo. Por ejemplo, el que da título al libro: Niños del pájaro azul. Es un tema que ha estado dándome vueltas te diría que, por lo menos, diez, doce años. Me ha dado vueltas pensando en este tema, el de niños que desaparecen en el escenario de una dictadura y cómo se reacciona hacia algo así. Lo mismo con Trenzas de sirena.
Trenzas de sirena es el último cuento del libro. ¿Cómo maceró?
Con ese cuento sabía por dónde quería ir, pero no sabía del todo cómo iba a desembocar. Se trata de una mujer que está subiendo a un lugar. En ese lugar se dice que hay una sirena que ayuda a afinar los instrumentos, pero lo hace en un lugar en donde ha ocurrido un crimen terrible. Ahora, al momento de escribir ese cuento, fue emergiendo todo eso que había ido macerando. Fue un proceso de delirio maravilloso, porque hay partes que tú sabes que quieres contar, pero hay otras que emergen en el propio momento de la escritura y que te desbordan. Y creo que cuando la maceración ha sido la suficiente, ocurre eso. Salen a flote palabras, escenas, situaciones y hasta personajes que ayudan a darle vueltas de tuerca al cuento.
En este libro es evidente la investigación detrás de los cuentos, no solo de la Amazonía sino de las historias de los personajes, muchas de ellas durante el conflicto armado interno. ¿Cómo insertas la investigación en tu proceso creativo?
Mira, por un lado, yo soy de formación antropóloga. Llevo años interesada en textos de la violencia política. No hablo de la foto de lejos, sino de historias de personas que fueron afectadas en sus vidas.
Un tema que siempre me sacude es ¿por qué, pudiendo construir un mundo hermoso, puede haber una pulsión no solo destructora si no también cruel que haga que estas cosas sucedan? ¿Qué hacemos con eso? Una y otra vez esa pulsión, cuando se hace colectiva, termina destruyendo sociedades enteras. Siempre es una pregunta que me ronda. De algún modo, la base de esos temas yo la tenía. Luego trato de indagar fechas. No me gusta poner eventos que no correspondan a las fechas. Verifico. Así sea para una línea, no puedo inventarme cosas. Hay que darle realidad a la ficción también.
En otros casos, hubo cuentos en los que tuve que investigar sobre geología, geografía, para no poner camotes donde solo crece rocoto (risas). Esos detalles, incluso, hay que cuidarlos, que no sean tirados de los pelos. En eso soy exigente.
El hecho de hacer esa investigación exhaustiva le da credibilidad a la narrativa, pero también dilata la construcción de los relatos. ¿Cierto?
Sí, pero me place. La urgencia es enemiga de las buenas cosas, aunque a veces pueden salir cosas buenas en la urgencia. Yo disfruto hacer el pulido de los cuentos. Una y otra vez.
En tu narrativa hay siempre una crítica social. Pienso en Reyes del bosque, cuento de tu libro Lluvia. En Niños del pájaro azul son otros temas los que tocas, pero la crítica social sigue ahí. ¿Concibes tu literatura sin este rasgo?
Yo soy una persona interesada en lo político. Yo me cuestiono a mí misma cuánta puede ser la hipocresía de la sociedad. Me rebela que hablen tanto de la educación, de los niños, etcétera; todo el mundo lo repite, pero la mayoría es indiferente a lo que les pasa a los niños ajenos a su entorno inmediato. Claro, uno puede hablar y repetir un discurso moralista, pero en los hechos no se hace nada. “Las drogas son malas”, pero luego no importa el lavado de dinero circulando con el crecimiento del narcotráfico; luego no importa tampoco si hay partidos financiados por el narcotráfico. Entonces, hay mucha hipocresía. A mí me gusta sacudir esas alfombras y decir ¿qué está pasando? Pero hacerlo de una manera que no deje de ser literatura. Haciendo que el elemento de lo humano, de lo íntimo, emerja y se entreteja con estas situaciones.
A lo largo de los cuentos pude sentir que se cuidó mucho el tono narrativo a través de la puntuación. Tengo un par de ejemplo del primer cuento: “Los niños se miraron. Por unos segundos.” O cuando dices: “Niños sin corazón. Corazón sin niños.” ¿Cómo surgen estos detalles, estas imágenes fuertes?
Un niño sin corazón es algo muy fuerte. Entonces hay que darle la pausa para entender lo que significa un niño despojado de su corazón. Y un corazón sin niño, también. Es como el objeto de la vida despojado de su contenedor.
Son tan fuertes los significados de estas imágenes que necesité de la puntuación. Para que se respire, y para que el lector pueda entender que no se puede pasar por este hecho terrible como si fuese cualquier línea. Es el sentir lo que quise transmitir a través de la puntuación.
Me has hablado de la maceración de tus cuentos. ¿Cuándo sientes que ya maceraron lo suficiente?
En general la mitad de las veces siento que ya están listo. En aquellos cuentos que me surgen dudas, para mí es elemental pasarlo a la lectura de un amigo o amiga que sea un gran lector de literatura. Les pregunto qué les parece, si les falta fuerza, etcétera. Eso es importante. Y estar dispuesta a que te digan que no les gusta, que falta algo, que está tirado de los pelos.
El asumir que tus criaturas, por mucho que las ames, puedan tener elementos que las hagan incompletas, lleva a que tú consultes otras opiniones de gente que valores. Eso ayuda en el pulido.
Es como mirarte en el espejo. Puedes verte al espejo, pero no te estás mirando la espalda. Entonces necesitas otras miradas que tú no eres capaz de ver de tu propia criatura.
Una última pregunta. ¿Qué escritores han influido en ti?
Muchísimos. Son muchísimos. Quizá eso lo pueden decir los de afuera. No sé si ha influido en mí, pero me inspira mucho Marguerite Yourcenar. Por esa exploración que hace en la historia, en temas de memoria, en lo mítico. Admiro mucho su literatura. Es un gran referente. Me gusta mucho la literatura de Carlos Fuentes también. Me gusta su ambición. Rulfo me fascina.
Lo poco que tiene Rulfo es oro.
Es oro puro. Ese trabajo en la palabra me fascina. Pero es que te podría hablar de muchísimos. Te voy a hablar de los últimos descubrimientos. Eso es lo bueno del Nobel, que a veces te revela autores que no conocías.
Olga Tokarczuk, la polaca que ganó el Nobel en 2018. Esa manera de exploración con la palabra, las cosas que te va contando, me fascina. Otro descubrimiento con el Nobel fue Svetlana Aleksiévich. Digamos, lo que ella hace es crónica. Pero cuando eres escritor bebes de la crónica, de la narrativa —la novela, el cuento— y también de la poesía. Aunque yo no escribo poesía ni creo que me atreviese a hacerlo, me gusta mucho las exploraciones poéticas de Victoria Guerrero Peirano. También la obra de Jose Carlos Agüero. Son contemporáneos, cercanos, de quienes continuamente aprendo.
Sin duda hay muchos más nombres. Arguedas, obviamente. Tenemos en el canon a Vargas Llosa, Carmen Ollé. El canon peruano es un canon potente. Entonces son a la distancia maestros que te enseñan a escribir, a pensar, que convierten palabras de ficción en espejos que te dan destellos de la realidad.