Escribe Jorge Cuba-Luque
Además de su labor creativa, los escritores tienen que dedicar buena parte de su tiempo a ejercer un trabajo que les permita ganarse el sustento, como cualquier persona, pues son muy pocos los que logran vivir gracias a sus derechos de autor. Escritores de ayer y de hoy han ejercido y ejercen los más diversos oficios: maestros de colegio o profesores universitarios (César Moro, Nabokov), periodistas (Hemingway, Truman Capote, Fernando Ampuero), médicos (Arthur Conan Doyle, Céline, Luis Hernández), algunos científicos (Ernesto Sábato), militares (Ernest Jünger), traductores (Julio Cortázar), abogados (Enrique López Albújar, John Grisham), empleados de oficina (Fernando Pessoa, Kafka), conserjes de hotel (J.R. Ribeyro), guionistas (Patrick Modiano), diplomáticos (Octavio Paz, Jorge Edwards, Carlos E. Zavaleta), críticos de cine (Guillermo Cabrera Infante), huachimanes (Roberto Bolaño). En Francia, un puñado de escritores ha practicado una actividad mucho menos usual, además de arriesgada: la de aviador; aviador en tiempos de guerra, por añadidura. Cuatro de ellos sobresalen por ese quehacer tocado por un halo de romanticismo y heroísmo: Joseph Kessel (1898-1979), Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), André Malraux (1901-1976) y Romain Gary (1914-1980).
Los cuatro coinciden en que son dueños de una obra ubicada en un sitial de importancia en la historia literaria de la Francia del siglo XX. Por otro lado, sus respectivos destinos están estrechamente vinculados al episodio más cruento y desolador de la Europa contemporánea, la Segunda Guerra Mundial, en la que tomaron parte como miembros de las fuerzas armadas de la Francia Libre, es decir, el ejército de la Resistencia liderado por el general Charles de Gaulle, opositor tenaz del régimen de Philippe Pétain, colaborador del ocupante nazi.
En 1940, cuando Francia entra en la guerra de manera efectiva, Kessel había ya publicado L’Equipage (“La tripulación”), en 1926, y era un periodista bastante conocido. Otro tanto se puede decir de Saint-Exupéry, a quien la editorial Gallimard le había editado Courrier du sud (“Correo del sur”) en 1929, y Vol de nuit (“Vuelo nocturno”), en 1931, dos novelas muy bien recibidas por la crítica y el público lector, a las que se sumará en 1939 Terre des hommes (“Tierra de hombres”), una serie de relatos pautados de reflexiones en torno a sus experiencias como piloto. En cuanto a Malraux, dandy y aventurero, era ya una personalidad pública, sobre todo tras la obtención en 1933 del Premio Goncourt por La condiction humaine (“La condición humana”), tercera y última novela del autor en torno al largo periodo de la revolución china. Romain Gary, el más joven de los cuatro, su salto a la literatura aguardaría el fin del más grande conflicto bélico de la historia.
Joseph Kessel había nacido en Argentina, donde su familia se instaló debido a que su padre, médico, había obtenido un puesto en la provincia de Entre Ríos. Tres años después de vivir en América del Sur, los Kessel regresan a Francia, y Joseph siguió buena parte de su escolaridad en el liceo Louis le Grand, uno de los más prestigiosos de París, situado en el Barrio Latino.
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial Joseph Kessel se presenta como voluntario al Ejército, y poco después pide su traslado a la aviación militar. Será en esta rama, como artillero de una escuadrilla, donde tomará el gusto por la aventura, pero para él la aventura está abrazada a la solidaridad y el coraje. De esa experiencia bélica saldrá L’équipage, novela aclamada que le dará sus credenciales de escritor; al llegar la paz, se dedica al periodismo, su nombre va haciéndose conocido, publica otras novelas, entre ella Belle de jour (el libro mantendrá el título en francés en todas las traducciones; años más tarde será adaptada al cine por Luis Buñuel), que por sus múltiples connotaciones de violencia sexual será objeto de sonadas polémicas, las mismas que favorecerán su difusión.
En 1940, luego de la rápida derrota francesa frente a la Alemania nazi, y ante la política de colaboración del régimen de Pétain, Kessel pasa a la clandestinidad, llega a Londres y se suma a las fuerzas comandadas por de Gaulle; es la capital británica donde volverá a estrecharse con su viejo y gran amor: la aviación militar. Como piloto de la fuerza aérea de la Francia Libre intervendrá de decenas de misiones, y, al final de la guerra, habrá alcanzado el grado de capitán.
Saint-Exupéry, escribir desde el aire
Antoine de Saint-Exupéry es acaso el único escritor cuya obra está, en su conjunto, profundamente nutrida y modelada por su quehacer como aviador. Nacido en el seno de una familia noble cuya alcurnia se remonta al siglo XV, Saint-Ex, como le dirán más tarde sus amigos, se hace piloto durante su servicio militar, lo que le permitirá, al volver a la vida civil, ser contratado por la compañía Aeropostale (inicialmente llamada con el apellido de su creador, el ingeniero Latécoère; posteriormente se convertirá en Air France) y trabajar viviendo de lo que era ya su pasión: pilotear aviones.
Saint-Exupéry se instala en Toulouse, ciudad en el sur Francia que sirve como sede y centro de operaciones de la aerolínea; desde allí partirá a surcar los cielos del sur de Europa, el norte de África y cruzar el Atlántico hasta América del Sur, donde él tendrá a su cargo la oficina de Aeropostale en Buenos Aires. Los libros que publica nacen todos de esa experiencia, de sus encuentros con hombres de otras tierras, de otras culturas, todos de la misma familia humana, como lo representa en Tierra de hombres, consagrado con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa.
El estallido del segundo conflicto mundial lo hace reintegrar la Fuerza Aérea, y, con el grado de capitán, participa en diversas misiones en una escuadrilla de reconocimiento. Tras la debacle militar, el régimen de Pétain le hace propuestas para trabajar con ellos, Saint-Ex duda en un primer momento, pero no acepta y emigra a Estados Unidos, donde tratará de influir para que el gobierno de Washington se sume activamente a la lucha contra el Tercer Reich. Es durante su estadía en Norteamérica que publica Piloto de guerra (1942), donde evoca sus misiones militares de 1940.
En 1943 publica el libro que lo hará célebre en el mundo entero, Le Petit Prince (“El Principito”); poco después, llevado por el ansia de intervenir en la liberación de su patria, logra llegar a Argelia y vuelve a integrar la fuerza aérea. A pesar de su edad, ya avanzada para un piloto militar, sus superiores lo designan a una escuadrilla de reconocimiento, como al inicio de la guerra. Tomó parte en decenas de operaciones, sobre la región de Marsella. Su última misión fue el 31 de julio; tras efectuar observaciones en el territorio francés emprende el regreso a su base en Argel; mientras cruzaba el cielo sobre el Mediterráneo, su avión, un FT-Lightning, es derribado por un caza de la Luftwaffe y se hunde en el fondo del mar.
Vinculado desde joven al mundo de la literatura y de la cultura en general del París de los años 20, André Malraux decide hacer de su vida una aventura, y de su persona un personaje. Viaja a Asia, en especial a las colonias francesas llamadas entonces Indochina, subyugado por su historia y sus expresiones artísticas, tan subyugado por estas que intenta robar algunas piezas, lo que en París provoca un escándalo. Decide convertirse en una figura pública y considera que puede lograrlo mediante la literatura: el rotundo éxito de La condición humana le dará la razón al obtener el Premio Goncourt, que el año anterior había suscitado una sonada polémica al habérsele sido negado a la novela de Céline, Viaje al fin de la noche en favor de otra obra, hoy totalmente olvidada.
En la Europa convulsionada de aquella época Malraux no tarda en optar por la militancia antifascista, y luego, al estallar la guerra civil en España, como muchísimos escritores, se pronuncia en favor del gobierno legítimo, el republicano, contra los insurrectos comandados por Franco; organiza, con aviones de aquí y allá, una escuadrilla, se consigue un uniforme de oficial de aviación, se atribuye el grado de coronel, posará con gusto para los fotógrafos y se embarca para España. Nunca piloteará un avión ni en una acción aérea, pero su intervención ayudará internacionalmente a favorecer la imagen del bando republicano, más aún luego de que publicara, de vuelta en Francia, en 1938, L’espoir (“La esperanza”), salida directamente de su experiencia en tierras españolas.
Al estallar la guerra contra Alemania, se alista voluntariamente en el ejército (que había evadido con certificados médicos cuando tuvo que hacer su servicio militar), lo admiten como personal de tropa, lleva un uniforme de soldado raso, que no se prestaba para posar ante los fotógrafos. Es tomado prisionero, logra evadirse, y pasa tres años refugiado en un pueblo de la Costa Azul. En 1944, tras el D-Day, entra en contacto con la Resistencia, forma parte de una brigada, y, como responsable político de la misma, viste, con elegancia, un uniforme de oficial.
Romain Gary, nacido en Lituania en el entonces Imperio Ruso, vivirá en un mundo en el que se suceden las grandes tragedias históricas, empezando por la primera de ellas la Primera Guerra Mundial, seguida de la Revolución de Octubre que provocará la emigración de su familia, llevándola hasta Francia donde su madre, profunda francófila, quiere hacer de él un auténtico galo. En el colegio se muestra como un alumno destacado, en especial en la asignatura de francés; seguirá estudios universitarios de Derecho, pero ya sin interés, era la literatura lo que había empezado a interesarle. Con el deseo de ser un francés a carta cabal (se había naturalizado hacía poco tiempo), postula a la escuela de oficiales de la fuerza aérea, pero no logra ingresar; le proponen sin embargo integrar el cuerpo de suboficiales, que él acepta.
Al inicio de la guerra, interviene en diversas misiones como artillero y, tiempo después, ya como piloto de la Francia Libre, es promovido a oficial, y participa en el bombardeo de las bases alemanas en las que se construían los novedosos y temibles misiles V1 y V2, las últimas armas con las que Hitler contaba para ganar la guerra demencial que había provocado. Es tras la guerra cuando Romain Gary irrumpe públicamente en la literatura, con una imagen de hombre elegante y seductor, con libros muy bien recibidos, y, en 1956, su “Las raíces del cielo”, obtiene el Premio Goncourt. Lleva una vida mundana al tiempo que continúa su labor de escritor, en 1963 se casa con la actriz Jean Seberg, que acababa de saltar a la celebridad por su actuación junto a Jean-Paul Belmondo en la película de Jean-Luc Godard A bout de souffle. En 1975 el Premio Goncourt es atribuido a la novela La vida por delante, cuyo autor es un perfecto desconocido, Emile Ajar, y pronto se sabrá que, en realidad, era el mismo Romain Gary quien se sirvió de un seudónimo pues un escritor solo puede recibir el Goncourt una vez en la vida.
Cuatro aviadores escritores. A los cuatro les tocó vivir y participar en la fuerza aérea francesa luchando contra el nazismo; y sus respectivas obras han sido consagradas al ser incluidas en la prestigiosa colección Biblioteca de la Pléiade. Apenas algunos de ellos se conocieron: Kessel visitó a Saint-Exupéry en Argelia, André Malraux coincidió en algunas ceremonias con Kessel y Romain Gary.
Joseph Kessel aumentará su prestigio como periodista y, será autor de notables reportajes (los juicios de Nuremberg, la creación del Estado de Israel) más tarde ingresará a la Academia Francesa. Romain Gary, hombre de facetas diversas, dado a los seudónimos, interesado por los viajes en Europa del Este, en busca acaso de sus raíces, incursionará también en el cine, como director de la adaptación de un cuento suyo, Las aves van a morir al Perú, en la que Jean Seberg tendrá el rol estelar. Se suicidó en diciembre de 1980.
André Malraux es sin duda la figura mayor de la cultura francesa de la segunda mitad del siglo XX: promotor del arte y la literatura, generoso, solidario, hombre una cultura inmensa y sólida, fue fidelísimo del general de Gaulle, orador sin par, mistificador de su propia persona, su muerte marca el fin de una era en la cultura en Francia; durante el gobierno de Jacques Chirac, los restos de Malraux fueron ingresados al Panthéon, cuyo lema, escrito en el frontis, dice: “A los grandes hombres, la patria reconocida”.
Pero es Saint-Exupéry el que fusiona densamente la vocación de aviador con la de escritor: sus viajes no eran solo el cumplimiento de una tarea, sino también el medio para encontrar al otro, a los hombres, y su cultura, sus creencias, su bondad. Su muerte, rodeada de heroísmo, romanticismo y también misterio, hizo del él un personaje de novela maravillosa llena de humanismo, como el conjunto de su obra; alguien para quien “lo esencial es invisible a los ojos”, como dice uno de los personajes más queridos del mundo: «El Principito».