Escribe Christian Reynoso
“En la selva todos se transforman. Nuestra naturaleza ingénita, eso que es parte sustancial de nuestro ser, surge súbitamente y se nos impone apenas tenemos contacto con la selva. Aquí el civilizado se despoja de la máscara con que engaña al mundo, no teme la represión ni la censura social del medio; así, también aquellos que arroja como desperdicios la ciudad, aquí se regeneran, si es que aún les queda algo de bondad dentro del alma”, dice Abel Barcas, en un diálogo que sostiene con Tula, mientras huyen de un grupo de cazadores, enviados por el poderoso y oscuro gobernador Portunduaga.
El fragmento pertenece a “Sangama” (1942) de Arturo D. Hernández (Loreto, 1903 – Lima, 1970), la novela más celebrada de este escritor, considerado por la crítica como el más importante de la Amazonía peruana. A su vez, “Sangama” que cuenta con varias traducciones se ha convertido desde su publicación en una joya literaria ―hay que decir de difícil acceso en las últimas décadas y hoy disponible gracias a la editorial Trazos de San Martín, que también ha publicado el resto de su obra―, que muestra el imaginario de la selva peruana y su dimensión cultural, social, filosófica y mágica, teniendo como eje el poblado de Santa Inés.
Abel Barcas, el personaje narrador, nos conduce por una travesía fascinante a la vez que peligrosa por la selva virgen, junto con el iluminado y buen hombre Sangama, quien irá relatando y descubriendo los secretos profundos, lo mismo que la problemática que se vive en la selva, en el contexto de la ambicia y explotación del árbol de la shiringa que contiene “la goma más fina del mundo”. Pero esto sería reducir la lectura de la novela a una realidad social. Más bien, “Sangama” es en sí un libro que nos acerca a la selva, y ayuda a comprender desde su vuelo ficcional, mediante el juego de las peripecias de los personajes y entidades, una (nueva) forma de vida, que dialoga además con la matriz andina.
La mirada no es exógena, ni de Barcas ni de Hernández, y allí radica una verdad que subyuga. ¿Es posible sobrevivir a una víbora venenosa que repta dentro de los pantalones? ¿Es posible prescindir del río en tanto “elemento defensivo contra la hostilidad de la selva”? ¿Cómo enfrentar el desorden y la armonía de la naturaleza que, incluso, pueden conducir a la locura? ¿Cómo curarse del manchari, la enfermedad del susto y la pena que te produce la selva? El lector se sentirá entonces impulsado a un viaje que, además, le permitirá situarse por encima de los prejuicios habituales. En “Sangama” estamos lejos aún del ayahuasca y los chullachakis que luego han poblado reiterativamente gran parte de la literatura amazónica peruana.