Escribe Luis Eduardo García
Siempre me ha extrañado y conmovido la forma en que los escritores han llevado su vocación literaria al final de sus días. Tomemos dos ejemplos del pasado: Arthur Rimbaud y Walter Benjamin. El primero con un absoluto desprecio por el compromiso literario y el segundo con un apuro demencial por escribir todo lo que tenía en mente. A Rimbaud le importaban, aparentemente, un pepino los libros que había publicado, mientras que a Benjamin le desesperaba la suerte que iban a correr los manuscritos que escribía sin cesar
En el peor momento de su huida de la persecución nazi, entre 1939 y 1940, Walter Benjamin emplea todos sus arrestos en acabar lo que tiene pendiente, sobre todo El libro de los pasajes y el ensayo Sobre el concepto de la historia. Los nazis le pisan los talones, pero él visita a diario la Biblioteca Nacional de París, escribe a mano con frenesí y crea con una fuerza mental inusitada. Entre octubre y noviembre de 1939, tras la declaratoria de guerra entre Francia y Alemania, permanece nueve días confinado en el estadio de Colombes como sospechoso de ser un “sujeto enemigo”.

Luego de su liberación vuelve a las andadas y en lugar de concentrarse en preparar su marcha a Estados Unidos sigue empeñado en culminar los libros que escribe. Paralelamente envía ensayos a la revista que manejan los miembros de la Escuela de Frankfurt refugiados en Nueva York: Max Horkheimer y Theordor Adorno.
Luego de unos meses, la situación se vuelve insostenible y toma conciencia de la necesidad de escapar. ¿Y los manuscritos de los libros? ¿Qué hacer con ellos? Deambula un tiempo con ellos metidos en una maleta, hasta que decide dejarle en encargo una buena parte a George Bataille, entre ellos el Libro de los pasajes, y otra parte a su prima Hanna Arendt, incluido el célebre ensayo Sobre el concepto de la historia. Ella es de algún modo su protectora y su soporte emocional y moral (Benjamin era un hombre muy inteligente, pero muy torpe para las cosas simples de la vida). Más adelante, ambos comprenden que su destino inmediato es escapar, igual que todos los intelectuales alemanes de origen judío atrapados en Francia. La Gestapo reduce cada vez más el cerco.

Cualquier otro intelectual o escritor en las mismas circunstancias hubiera buscado el lado seguro; es decir, la fuga a América. Pero él no. Se mantiene en sus trece. Les informa a sus amigos que se encuentra “tranquilo” y escribe con el impulso del que está a punto de presenciar el fin del mundo. ¿Qué incitaba a Walter Benjamin a escribir con tanta obsesión? ¿Por qué seguir en lo mismo a costa de poner en riesgo su propia vida? La lectura, la escritura y el mundo de las ideas lo eran todo para él, formaban parte de su carga genética, de su manera de entender la vida. Benjamin es, en este sentido, un modelo de escritor e intelectual único y extremo.
Con poco dinero y con muchas dificultades, decide salir de Francia. Lo intenta de muchos modos: usando la influencia de los políticos e intelectuales, disfrazándose de marinero o siguiendo la ruta burocrática de los visados. Todas las fronteras de Francia están cerradas. Obtiene el visado americano, así como los visados de tránsito de España y Portugal, pero no el de la salida de Francia. Tras el fracaso de su marcha por el puerto de Marsella, decide cruzar la frontera francesa en formas clandestina, a pie, por los Pirineos. Es una opción que lo ha estado tentando desde hace poco. Lleva como equipaje un maletín negro, sus objetos de aseo personal y una máscara de gas.
Después de un largo ascenso por los caminos montañosos de los Pirineos, exhausto y a punto de sucumbir, Benjamin llega en compañía de otros perseguidos hasta el pueblo fronterizo de Por Bou y se dirige a solicitar el visado que les permitirá el ingreso a España, pero allí los guardias de frontera les dicen que unos días antes las reglas han cambiado y que deben presentar primero el visado francés de salida. Los obligan a pasar la noche en un hotel y a esperar el día siguiente para ser entregados por los guardias españoles a sus pares franceses. Esa es la noche más larga de Walter Benjamin.

En tanto aguarda la llegada del día, escribe cartas a sus amigos y hace llamadas telefónicas a destinatarios desconocidos. “En una situación sin salida, no tengo otra alternativa que acabar con ella”, le escribe a Theodor Adorno. A continuación, ingiere tabletas de morfina y entra en coma, hasta que muere el 27 de septiembre de 1940. Tras su suicidio, se levantó un mito en torno a lo que contenía el famoso maletín negro que lo acompañaba a todas partes y que desapareció sin dejar rastro. Se sabe que allí guardaba una copia de Sobre el concepto de la historia; la otra la tenía Hanna Arendt.
El mito dice que en ese maletín había muchos más libros. “Si el maletín ha suscitado todas esas leyendas es […] porque ha permitido colmar el vacío absoluto [y paliar los sentimientos de culpa] que abrió la muerte de Walter Benjamin”, ha escrito su biógrafo Bruno Tackels.