Escribe Manuel Rosas
Con mucho swing y salero, Leonardo Padura camina los barrios del Caribe, de Ponce a Bayamo, de San Felipe al East Village, micrófono en mano, para acorralar a los que saben y soltarles el cuestionario definitivo de la salsa. Este embrollo empezó en 1997, en 2011 hubo reedición, pero, por si las moscas, diez años después, en 2021, vuelve y se plantea los mismos asuntos que lo tienen pillao: ¿Qué es la salsa? ¿Existe algo llamado salsa? ¿Cómo nació? ¿Cuánto le debe la llamada “salsa” a la música tradicional de Cuba”? ¿Y el merengue? ¿Acabará el merengue por finiquitar el reinado de la salsa? Estas preguntas y otras de más calado empieza el autor por planteárselas al propio Rubén Blades que me parece que sale bien librado de la candela porque las balas ni lo rozan. El viaje continúa y arribamos al bar La Catedral, no al que conoció Zavalita, sino al que está en la esquina de Ámsterdam con la 106, en El Harlem, y que durante muchos años fue oficina del gran Mario Bauzá. Don Mario se sulfura cuando le preguntan por la salsa. “¡Esto no es serio, chico!” se queja y, claro, don Mario fue la figura principal de la vieja guardia cubana que se sintió ninguneada y expoliada cuando la Fania amasaba una fortuna con un invento advenedizo y oportuno llamado salsa.
La posición de esta gente fue negar la existencia de la salsa, para ellos el son es la raíz y el culmen de todo. ¿La salsa? La única salsa que conozco es la que uso para mis espaguetis – decía Tito Puente. Así que el buen Leonardo recula y repregunta “Bueno, eso que la gente llama “salsa” y que ha sido comercializado con ese nombre…” Pero ya tenemos al frente al gran Willie Colón que nos relata sus inicios en las tocadas callejeras del Bronx, su reclutamiento en la Fania y la pinta de malo que a Jerry Masucci y a Johnny Pacheco les pareció la cara ideal que la salsa debía mostrar para acabar de una vez por todas con su filiación con Cuba. Y Willie puso la cara, sí, pero, bueno, aquí, entre nos, ¿hay algún disco de salsa más grandioso que “Siembra”? Que lo diga si no Juan Formell, que llega a continuación armado de una guitarra eléctrica y con su acento habanero del barrio de Cayo Hueso dice el Juanfo: “Pa’ mí, Siembra es el Abbey Road de la salsa”. Y punto en boca.

El autor se dirige luego a República Dominicana para averiguar qué es eso que llaman merengue. Por su puesto, tres nombres aquí se alzan de manera incontestable: Johnny Ventura (hay que ver lo que sabía el buen Johnny del merengue), Wilfrido Vargas y Juan Luis Guerra. A pesar de que el merengue tiene fama de baile ligero y sin mucha hondura, estos tres personajes son tipos muy preparados que lo mismo te dibujan un meneo en la pista como te hacen un sesudo análisis sociológico de la realidad del Caribe. Ventura y Guerra, además, han tenido inquietudes políticas y religiosas, respectivamente, muy serias y comprometidas. Otros invitados de honor: Israel “Cachao” López, Papo Lucca, Adalberto Álvarez y Rubén, quien repite el plato para que relate su fallido paso por Papa Egoró.
El libro cumple con su cometido. Padura nos plantea un recorrido esencial por los verdaderos hitos de la salsa. Ningún alto nombre se le ha olvidado. Aunque no entrevista a Machito, a Oscar, a Celia o a Arsenio, ellos están siempre presentes en las reflexiones y agradecimientos que prodigan sus interlocutores. Una figura omnipresente y a la que todos reconocen como el iniciador de todo el movimiento salsoso es el Benny. ¿Qué sería del guapeo de Oscar sin el maravilloso swing que tenía el Benny? El hijo de Santa Isabel de Las Lajas abrió, con su hacha, un camino para que todos pudieran transitar seguros.
“Los rostros de la salsa” ofrece un panorama excelente del movimiento salsero, de sus orígenes en Nueva York, de su prehistoria en Cuba y de sus prolongaciones por todo el mundo, aun en lugares insospechados como Japón. Un libro que le resultará fascinante tanto al diletante como al más avezado bailaor.
(Eloy Jáuregui, in memoriam)
