Un cuento de Romina Paredes
«He empezado a hacer de mí un ser literario,
alguien que vive las cosas
como si un día debieran escribirse»
Memoria de chica, Annie Ernaux
En febrero de 1996, mi madre me levantó a las ocho de la mañana para ir al centro de Lima. Sacó de mi armario un polo blanco, un pantalón de buzo, que alguna vez había sido de color azul, y una gorra de Inka Kola. Metió la lista de útiles doblada en su bolsillo.
Durante el viaje de una hora en micro me explicó por qué no compraríamos los útiles en Lau Chun de la avenida Aviación: «Yo estudié en un estatal. Ese colegio que escogió tu papá es una burbuja», «Aprende a ser agradecida. Mira cómo vive la gente acá» y «Desde que ya no trabajo tengo que guardar plata para mí».
Me quemaban las piernas y las gotas de sudor se metían en mis ojos. Me sobé con los puños para calmar el ardor. «¿Estás llorando? Esto es el colmo. Tu papá te engríe demasiado». No respondí. El inicio de los silencios de niña buena.
«No te sueltes», me advirtió al llegar a Mesa Redonda. Había mucha gente y, por ratos, torcía mi muñeca si no caminaba a la par. Después de una hora y media conseguimos el mejor precio: la docena de cuadernos a treinta y cinco soles y la de lapiceros a tres soles sesenta. «Diez céntimos no parece mucho, pero a la larga sí hace la diferencia», me dijo mientras se quitaba la zapatilla izquierda para sacar los billetes. Metí las compras en la bolsa de rafia sin decir nada, a pesar de que no quería que los comprara. Una compañera de colegio se había burlado de mí. Dijo que esos lapiceros eran «igualitos a los que usaba la vendedora de pollo».
Veintitrés años después, una amiga del trabajo compartió su sufrimiento por la extensa lista de útiles de su hija. Leí que pedían papel higiénico Elite y lapiceros Pilot de tinta líquida. Ante mi indignación, mi amiga: «Y si no compras esas marcas, te mandan una anotación en el cuaderno de control». Yo comenté que siempre me compraban los Faber-Castell de color verde fosforescente. El asombro: «¿Los de mercado?». Y luego, la obsesión por medirse: «¿De qué colegio eres?».
Caminamos hasta la avenida Grau. Mi madre abrazaba las bolsas contra su pecho. Al no sentirme volteó de derecha a izquierda. Le toqué la espalda y saltó como si hubiera visto un fantasma. «Cógete de mi brazo», me ordenó. Pellizqué su codo al ver que un hombre caminaba sonriendo hacia nosotras. Le faltaban los incisivos superiores. Estaba sucio, despeinado y tenía una mano en la bragueta. Cuando lo tuvimos en frente sacó el pene.
Corrimos a uno de los pasillos de la feria. Nos acercamos a un puesto y el hombre nos siguió. Mi madre gritó que se largara, que era un enfermo. La trabajadora nos sonrió amablemente y preguntó qué libros buscábamos. Nos mostró las novedades y las ofertas. Mi madre sacó la lista de útiles. Pasó su dedo índice hasta llegar al plan lector de tercero de primaria. El papel temblaba más que nosotras. Pidió los libros (no recuerdo cuáles eran y no deseo ficcionar al respecto) y pagó sin regatear. El hombre seguía detrás de nosotras masajeándose la verga. No dejaba de mirarme ni de sonreír. Su expresión era infantil, de travesura.
Al llegar a casa forramos los cuadernos y después me compró un Donito. Como mi padre solo nos visitaba para la cena, advirtió: «Si tu papá pregunta, fuimos a Lau Chun».
Esa noche conté un insólito relato que suscitó preguntas. Mi madre me miraba amenazante, su cabeza moviéndose lentamente de izquierda a derecha. Su desaprobación, una flama en mi pecho. Un urgente deseo por contar. El hombre del jirón Amazonas nunca me abandonó. Cuando me vino la regla ese mismo año: la mano gruesa y sucia. Cuando me puntearon en la 23B: el pene creciendo como una amenaza. Cuando tuve sexo por primera vez: la lengua que salía por el orificio de los incisivos. Y, sobre todo, cuando paseo por alguna librería o feria: una extraña peligrosidad. La misma que siento al enfrentarme a la hoja en blanco.
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Romina Paredes tiene una maestría en Traducción Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona y una licenciatura en Traducción e Interpretación por la Universidad Ricardo Palma. Fue miembro de la selección nacional de natación (2002-2003) en su adolescencia. Su primer libro de cuentos se titula Famulus (Pesopluma, 2020). Su relato «Kintsugi» se incluyó en la antología Selección peruana 2015-2021 (Estruendomudo, 2021), se tradujo al inglés y se publicó en el volumen 54.1 de la revista South Carolina Review. Su relato «Basura» se tradujo al inglés y se publicará en la antología Paciencia Perdida. An Anthology of Peruvian Fiction (Dulzorada Press, 2022).