Escribe Juan Miguel Ataucuri García*
Istvan Schritter, investigador de la ilustración infantil latinoamericana, dijo durante una conferencia dictada en Chile que en Latinoamérica no existe una historia de la ilustración infantil que rescate, valore y perennice a nuestros ilustradores. El Perú no es la excepción, salvo algunos solitarios esfuerzos, la ilustración para niños tiene poca relevancia para los académicos. Por eso, es necesario que obras como las de Nobuko Tadokoro, se perennicen antes que pasen al olvido.
Pero ¿quién es Nobuko Tadokoro y por qué es un referente de la ilustración infantil peruana?
Quizás pocos recuerden quién es ella. Su figura, cetrina y menguada recorriendo sutilmente las calles de Lima, estaba lejos de revelar la poderosa magia que emanaba de sus manos. Parecía una hechicera buena cuya varita mágica transfigurada en un pincel, le ha dado a la ilustración infantil peruana un estilo muy propio y del que poco o casi nada se ha estudiado.
La conocíamos y la conoceremos sólo por su seudónimo: Nobuko; porque así firmaba sus dibujos, sin más datos rimbombantes que nos diera una pista de cuál era su nombre y su biografía completos; solo supimos que había egresado de la Escuela de Bellas Artes, que al inicio de su carrera pintaba cuadros.
Gustaba de tomar café y prender un cigarrillo a la manera de las mujeres libres de la década de los setentas. Con esa voz que no parecía salida de garganta tan frágil, hablaba, primero de sus trabajos, luego de su vida, de lo mucho que ganó ilustrando importantes libros para niños del siglo pasado en instituciones privadas y públicas, como el Instituto de Investigación y Desarrollo de la Educación (Inide), y de los desengaños que la golpearon peor que a Vallejo.
Y nosotros recordamos nuestra adolescencia en 1975, cuando aún escolares íbamos llevando cada semana nuestros dibujos al histórico suplemento infantil URPI; sorprendentemente éramos compañeros de trabajo, la veíamos llegar, mujer joven, más ágil, más artista, sus pequeños pasos subían por la escalera al segundo piso del ahora inexistente local del fenecido diario La Prensa, en pleno jirón de la Unión. Ingresaba a la oficina de redacción de Urpi con su enorme cartapacio, de donde salían coloridas cartulinas para ilustrar las páginas del suplemento del diario que en ese entonces dirigía el maestro Walter Peñaloza.
Para ella, nosotros éramos unos niños que algún día seguiríamos su camino. Se equivocó un poco, porque, si bien no dejamos completamente los lápices y pinceles, le dimos mayor dedicación a la literatura.
Pasaron los años y volvimos a encontrarnos con una Nobuko más madura, en otro suplemento infantil de los que ahora ya no existen: Visión Futuro del semanario Visión Peruana que dirigía César Hildebrantd. Allí, con Danilo Sánchez como editor, mientras nosotros dibujábamos las historietas, ella hizo maravillas en portadas e interiores. Y después, percibimos de lejos cómo envejecía, poco a poco, mientras llenaba de magia libros que terminaban en las manos de los niños peruanos de fines del siglo XX.
Con el nuevo milenio, la vieja hada madrina pareció inesperadamente perder su don. Ya no la llamaban los editores, menos reconocían su trabajo las instituciones públicas y privadas que tanto la reclamaron antaño. Es decir, la olvidaron.
Tuvo que volver a su origen: pintar cuadros para sobrevivir, vendiéndolos a quien pagara lo que quiera o pueda. La pobreza fue la única amiga que le quedó después de regalar su genio a varias generaciones de lectores infantiles.
Julia Nobuko Tadokoro Takamatsu, dejó de pintar en la primavera del año 2009. Murió como mueren los artistas consecuentes: sin homenajes, sin reconocimiento de nadie, en medio de la miseria. Para ella no hubo carroza halada por caballos ni pompa, menos prensa alcahueta. Siempre te recordaremos, Nobuko, la inolvidable artista de los niños, la de los dibujos candorosos y colores alborotadores, la madre original de la ilustración infantil peruana.
_______
(*) Periodista, escritor y dibujante. Junto a su hermano gemelo, Víctor, es considerado como revitalizador de la fábula en el siglo XXI.