Desde sus primeras impresiones de la ciudad, Ulises Gonzales describe Nueva York como un suburbio de la literatura, un lugar donde las historias de múltiples escritores se entrelazan, creando un paisaje narrativo en constante evolución que alimenta la creatividad y la reinvención. A través de sus textos, se observa una transición del asombro inicial a la familiaridad, de la distancia a la pertenencia. Las calles del Bronx, los suburbios de Westchester, la efervescencia de Brooklyn, todos estos lugares componen el escenario de su narrativa, donde la nostalgia por el Perú se mezcla con la fascinación por su nuevo entorno.
Uno de los temas recurrentes en el libro es la memoria y el sentido de identidad. Gonzales reflexiona sobre su infancia en Lima, sus raíces familiares y la manera en que los recuerdos de su pasado peruano emergen en los momentos más inesperados. En un episodio particularmente evocador, una sopa de pollo en Long Island lo transporta a los sabores y olores de la casa de su abuelo en Anqui, Arequipa. Este instante no solo reaviva recuerdos de su infancia, sino que también refuerza su sentido de identidad. Esta conexión entre la comida y la memoria se convierte en un ancla emocional que le permite reconciliar su presente con su pasado.
El libro también explora los desafíos de la migración y la adaptación a una nueva cultura. La búsqueda de vivienda, la precariedad laboral y las pequeñas derrotas cotidianas son parte del proceso de construcción de una vida en Nueva York. El autor rememora caminatas interminables por Manhattan, errores ingenuos en la búsqueda de alojamiento y el esfuerzo constante por encajar en un mundo que, a veces, parece impenetrable.
Ulises Gonzales y la vida papaya en Nueva York
Sin embargo, más allá de los desafíos, «La vida papaya en Nueva York» es también un testimonio de crecimiento y autodescubrimiento. A través de la literatura, el cine y la academia, Gonzales encuentra un espacio donde su voz puede resonar, donde su identidad puede afirmarse sin perder la esencia de su origen. La vida en Nueva York, como lo describe, no es un escape ni una pérdida, sino una continuación de su historia, una extensión de sus sueños y ambiciones.
El libro de Ulises Gonzales nos ofrece una ventana íntima a la experiencia de un migrante en Nueva York, transmitiendo no solo las dificultades y logros, sino también la profunda carga emocional de reinventarse lejos de casa. Una exploración honesta y conmovedora de lo que significa buscar un lugar en el mundo sin renunciar a la propia identidad.

El título del libro juega irónicamente con el significado de «papaya» en el habla peruana. ¿Cómo llegaste a esta elección y qué representa para ti en el contexto de la migración?
Me gustan los títulos que evocan múltiples significados. En el caso de papaya, me atraía no solo la sonoridad de la palabra, sino también su connotación muy peruana, que aludía a una característica poco explorada en la literatura sobre la migración. Por lo general, la experiencia migratoria en los Estados Unidos se describe en términos de dificultad, conflicto y desafío. Si bien eso es cierto, me interesaba abordar, desde mi propia vivencia, la alegría del aprendizaje que conlleva la migración. Sin restarle complejidad a la experiencia del inmigrante, me gustaba incorporar un toque de humor desde el título.
A lo largo del libro, la ciudad de Nueva York se presenta como un personaje más de la historia. ¿Cómo ha cambiado tu relación con la ciudad desde que llegaste hasta hoy?
Nueva York fue un salvavidas con el que primero aprendí a flotar y, poco a poco, a nadar, sin saber adónde me llevaría esa experiencia. De alguna manera, venir aquí significó repensarme como escritor, una idea que casi había descartado cuando decidí estudiar comunicaciones, me gradué y tracé un plan de vida burgués de clase media alta en Lima, siguiendo las expectativas de mis padres.
Vivir en Nueva York fue darme una segunda oportunidad. Sabía que no sería fácil, pero parecía posible. Fue un proceso difícil porque mi plan original cambió tras los atentados del 2001 y no pude regresar al Perú hasta el 2008. Sin embargo, tenía un empleo que me proporcionaba estabilidad económica y tiempo libre, lo que me permitió costear mis estudios, obtener un bachillerato, una maestría, un doctorado y, poco a poco, consolidar mi vida: escribir una novela, fundar una revista, crear una editorial y formar una familia. Mi relación con la ciudad sigue evolucionando, sobre todo ahora que mi rol como padre cobra mayor protagonismo.
Las mudanzas y la búsqueda de un hogar son temas recurrentes en tu libro. ¿En qué momento sentiste que Nueva York realmente comenzó a ser tu hogar?
Esta ciudad fue una aventura hasta que me casé en 2006. Con el nacimiento de mis hijos, me pareció prudente quedarme en Estados Unidos. Contar con una pareja estable ayudó mucho, al igual que recibir una oferta de trabajo académico. Paralelamente, mis estudios de posgrado me proporcionaron una comunidad con intereses literarios afines a los míos.
También influyó el hecho de que la inestabilidad regresara al Perú. Hasta finales de la primera década del siglo XXI, parecía que volver era una opción viable. Supongo que la búsqueda del hogar es un tema recurrente en mis relatos porque refleja mi propia necesidad —y la de muchos otros peruanos— de encontrar un lugar en una sociedad con amplias oportunidades económicas, pero también con ciertos prejuicios y barreras hacia los hispanohablantes.

Muchos de tus relatos están impregnados de nostalgia por Lima y la infancia. ¿Cómo ha influido esta dualidad entre pasado y presente en tu escritura?
Mi primera novela la escribí en Estados Unidos, pero transcurre en el Perú. Es una versión novelada de lo que significó crecer en un país con profundas problemáticas y prejuicios sociales. Al mismo tiempo, era una reafirmación de mis raíces. Es decir, criticaba la sociedad peruana porque me sentía parte de ella y tenía la esperanza de que esa crítica fuera interpretada como una invitación a mejorar.
Ese apego a la patria se refleja en mis cuentos y ensayos porque es un elemento esencial de mi identidad: soy un peruano que creció en la Lima de los años 80 y 90. En La vida papaya, con textos escritos después de mi novela, me interesaba capturar el proceso de transformación personal: el tránsito de un peruano que se convierte en algo distinto. Como menciono en uno de los títulos de mis ensayos, escribo para comprenderme, para que «todo se vea menos borroso». Tal vez también con la intención de ofrecer una guía a otros, porque quienes emigramos a Estados Unidos pasamos por estos dilemas, sintiendo cómo nos transformamos en algo nuevo.
En los ensayos que estoy escribiendo ahora, en 2025, quiero regresar al pasado sin las interferencias de mi vida en Estados Unidos. No sé si es posible, pero lo intento. Busco desprender esos recuerdos de cualquier lectura sociopolítica y presentarlos con una carga poética que ilumine lo que significó crecer en mi país, en mi ciudad, en mi familia.
A lo largo del libro, relatas experiencias cotidianas con una mirada reflexiva y detallada. ¿Cuál fue el mayor desafío al transformar estos recuerdos en literatura?
El reto siempre es lograr que los lectores se identifiquen con el narrador en primera persona. Que sus búsquedas y contradicciones resuenen en ellos sin que necesariamente compartan mi origen peruano o hispano. Desde el punto de vista estilístico, quería que los ensayos de La vida papaya en Nueva York tuvieran una musicalidad, un ritmo que ofreciera imágenes de la vida de un peruano sin caer en los clichés habituales. Para ello, he aprendido de grandes maestros del ensayo —como Anne Fadiman, Sam Shepard, Patti Smith, Joan Didion o Philippe Lopate—, quienes han escrito textos memorables sobre su relación con las ciudades, las relaciones humanas y los episodios que marcaron sus vidas.