Escribe Pedro Casusol
El amor tóxico tal vez haya sido un invento de Johann Wolfgang von Goethe, cuando a los 25 años plasmó sus cuitas sentimentales en la novela “Las penas del joven Werther”, el primer best-seller, el libro que ocasionó lo que se conoce como “efecto Werther”, una ola de suicidios en varias ciudades de Europa. Los amantes se quitaban la vida con aquel libro abierto sobre la mesa o un ejemplar en el bolsillo. De la obra también se deriva una de mis palabras favoritas: “wertherismo”, término utilizado en literatura para describir al héroe romántico subyugado por un amor imposible. Porque Goethe, el genio nacido en Frankfurt, Alemania, supo plasmar el espíritu de una Europa que marchaba, triunfal, hacia el romanticismo y la exaltación de los sentimientos.
La historia de Werther parte de las experiencias personales de Goethe. En 1771, el joven abogado llegaba a Wetzlar para ejercer una carrera que había estudiado solo por presión de sus padres, ya que siempre había mostrado claras inclinaciones artísticas. De hecho, cuando llega a Wetzlar, ya había sido parte del “Strum und Dang”, el movimiento contra el racionalismo que precede al romanticismo alemán. En dicha ciudad, hace amistad con Karl Wilhelm Jerusalem y Johann Christian Kestner, quien además estaba comprometido con la hija de un oficial llamada Charlotte Buff. Sin saberlo, estas cuatro personas serían convertidas en personajes de ficción para protagonizar uno de los triángulos amorosos más celebrados de la literatura y una historia morbosamente sentimental.
En “Las penas del joven Werther”, el protagonista conoce a su amada Lotte en un baile y ella le concede una pieza de minué. Desde que llegó a la ficticia ciudad de Wahlheim, Werther no había hecho más que dedicarse al arte y a la observación de la naturaleza. Ahora conoce a quien sería el gran amor de su vida y a la vez su mayor desgracia. Lotte, diminutivo de Charlotte, le confiesa esa noche que está comprometida con Albert, once años mayor. Eso no parece amilanar a Werther, quien se vuelve un amigo cercano y la visita con frecuencia. Más adelante, cuando conozca a Albert, lo veremos entablar una buena relación con su oponente. Todo esto nosotros lo vemos desde la perspectiva del mismo Werther, porque se trata de una novela epistolar y casi todos los capítulos son cartas que el protagonista le envía a su amigo Wilhelm.

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La amistad íntima que cultiva con esta pareja será para Werther una tortura, dolor que destila su alma. Las escenas, a menudo repletas de ideas y hondas reflexiones filosóficas, lo conducen al círculo vicioso de la amistad y el rechazo. Así como Goethe en la vida real, Werther abandona la ciudad sin despedirse, escapando del amargo destino que significa el inminente matrimonio de sus amigos. Solo volvemos a saber de él una vez que llega a Weimar para trabajar con un embajador al que no soporta. Pasan los meses y se entera por correspondencia, sus amigos han contraído nupcias. Esto lo mortifica y su aburrida vida de funcionario termina por quebrarlo. Después de reflexionar regresa a Wahlheim, donde encontrará su fatal destino. Decide que tres son multitud, uno de ellos tiene que morir. Lo prepara todo con cuidado, escribe una larga carta a Lotte, a quien roba un beso en su última cita, y pide prestadas dos pistolas a Albert, excusando que son para un viaje. Escribe hasta la medianoche y, una vez que suenan las campanas de la iglesia, a las doce en punto, Werther se dispara en la sien.
En la vida real, quien se quitó la vida fue Karl Wilhelm Jerusalem. Goethe se enteró que el motivo había sido un amor no correspondido por la esposa de un amigo. Ese incidente, junto a su breve experiencia con Charlotte Buff, se convirtió en “Las penas del joven Werther”, novela que marcará un cambio en la sensibilidad de una Europa que ansiaba sacudirse de los moldes clásicos. En 1774, la publicación del libro significó una pequeña revolución social y cultural, imponiendo la moda por el amor prohibido y el tópico de la sensibilidad herida. Incluso el vestir de Werther se hizo popular entre los jóvenes: un frac azul hasta la rodilla, chaleco amarillo de cuero, pantalones de montar y botas altas. Desde entonces, Goethe se convirtió en una de las primeras celebridades literarias, e incluso décadas más tarde, cuando se hizo casi un ritual visitar al maestro en Weimar, le seguían preguntando por las desventuras de aquel joven Werther.