Escribe Gabriel Rimachi Sialer
La mañana del 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima, enfant terrible de la literatura japonesa y cinco veces nominado al Premio Nobel de Literatura, reunió a cuatro miembros de su milicia particular llamada Tatenokai (La Sociedad del Escudo), y tomó por asalto el cuartel de las Fuerzas de Autodefensa que se encontraba en Ichigaya, Tokio, secuestrando al teniente general Kanetoshi Mashita, comandante en jefe de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas. Mishima se quitó la espada de samurái del siglo XVII que llevaba en la cintura y la colocó sobre una silla. Sacó un pañuelo, se lo dio a uno de los miembros de la Tatenokai y este se abalanzó sobre el general, amordazándolo. Al mediodía, Mishima salió al balcón a dar lo que sería su último discurso frente a una guarnición de más de mil soldados. Pero nada salió como esperaba. Para entonces ya había helicópteros, cámaras de televisión, curiosos, gente alborotada. Entonces convocó a un golpe de Estado, pero desde abajo sólo le llegaron abucheos. “He perdido mi ilusión en ustedes”, finalizó, no sin antes gritar vivas al Emperador.

Regresó a la oficina del general, se desnudó, quedándose solo con el funoshi (la ropa interior japonesa). Su lugarteniente, Morita, cogió la espada de samurái y se colocó a su espalda. Mishima cogió entonces el cuchillo y se lo metió en el abdomen, practicando seppuku. Morita dejó caer la espada para decapitarlo, pero el cuerpo de Mishima cayó hacia adelante y la espada sólo alcanzó a abrirle terriblemente el hombro. Morita intentó de nuevo, pero sólo alcanzó a abrir la espalda del escritor. La tercera vez alcanzó el cuello, pero a falta de fuerza sólo pudo cortar la mitad. Fue entonces cuando otro de los Tatenokai cogió la espada y de un solo golpe le cercenó la cabeza. El cuerpo de Mishima quedó ahí, desparramado sobre la alfombra. La noticia del seppuku corrió como la pólvora en todo el planeta: era el primer suicidio de ese nivel desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Como escritor, Mishima dejó 34 novelas, medio centenar de piezas teatrales de géneros que van desde el kabuki y el noh hasta el contemporáneo, 25 libros de historias cortas, 35 ensayos y una película. A los 24 años, con la publicación de Confesiones de una máscara, Mishima logra fama y popularidad. Esta autobiografía batió récords de venta en el Japón, pues exploraba los tabúes de la homosexualidad y las falsas apariencias en plena crisis de la identidad nacional nipona tras la II Guerra Mundial. Triunfó en Occidente sobre todo durante los primeros años tras su muerte, cuando en Japón todavía era visto como un autor “maldito”. Sus novelas continúan cosechando lectores en todo el mundo mientras que su ideario nacionalista y radical genera un rechazo mayoritario en Japón, donde organismos públicos e instituciones culturales son reacios a organizar grandes actos en honor a una figura de la que han tratado de apropiarse voces de la extrema derecha.

El día del entierro de Mishima había poco más de diez mil personas. El discurso fúnebre estuvo a cargo de Yasunari Kawabata, el primer Premio Nobel de Literatura japonés. Como en el final de “El mar de la fertilidad”: …el sol del mediodía del verano fluía sobre el tranquilo jardín.