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José Emilio Pacheco: historia privada de una novela

Toda obra que marca generaciones tiene un génesis particular. La de José Emilio Pacheco no es ajena a la tradición: es igual de fascinante.

Publicado

18 Ago, 2025

Escribe José Emilio Pacheco *

Uno es, por naturaleza, monótono. Tiene una vida una sola vida y una sola experiencia. Sin embargo no me gusta repetir en todo momento las mismas cosas. Ahora, por desgracia, no me queda otro remedio. Me está vedado pues, ese arte que hoy casi todos dominan con maestría: la habilidad para hablar de uno mismo. El caso se vuelve mucho más agudo con ‘Las batallas en el desierto’. Se trata de un libro que desde hace años ya no me pertenece. No lo he hecho yo sino sus lectores —me imagino que se trata sobre todo de lectoras—, por tanto me parece de una arrogancia suprema hablar de este libro como si verdad yo fuera su autor y hubiese podido planear su único e irrepetible destino.

Para citar de nuevo a Alfonso Reyes, me limito a contarles el revés de un libro, su historia privada. Desde los veinte años; es decir, desde hace medio siglo he tenido el honor y el privilegio de trabajar con Vicente Rojo en suplementos, revistas y muchísimos libros. Hacia 1978 Rojo hizo una serie de litografías y collages a los que llamó ‘Recuerdos’, porque contienen imágenes de su infancia entre los horrores de la guerra española. Rojo tenía seis años cuando su natal Barcelona fue objeto del primer bombardeo de la historia contra una ciudad de esas dimensiones.

A Rojo, casi excepcional también porque es un gran lector de poesía, se le ocurrió que como contrapunto de su obra gráfica yo escribiera una serie de poemas con el tema de la infancia. La secuencia se llamó “Jardín de niños” y la incluí en un libro titulado ‘Desde entonces’.

En agosto de 1978 hubo una presentación en la Galería Juan Martín. Armando Ponce, director de la sección cultural de ‘Proceso’, con quien también he trabajado durante décadas, nos hizo una breve entrevista. Se me ocurrió citar una frase de Graham Greene que tiempo atrás me había impresionado. Era en el sentido de que los auténticos amores desdichados son los amores de los niños y de los ancianos porque no tiene ninguna esperanza. De esa frase brotó el libro entero. Se me ocurrió de principio a fin toda la historia que no es para nada autobiográfica, como muchos creen, aunque desde luego el trasfondo y los escenarios son absolutamente reales.

José Emilio Pacheco infantil

Contra mis hábitos de composición, al día siguiente me senté a la máquina y durante muchas horas febriles escribí de cabo a rabo la narración. Si fuera una persona ordenada podría presentarles ahora ese primer borrador extraviado en el angustioso desorden de mis papeles. De ningún modo quiero decir que en su forma actual ‘Las batallas en el desierto’ sea el borrador de 1978. Lo seguí trabajando en infinitas versiones con esperanza de verlo publicado porque en 1980 la editorial Era cumplía 20 años y sus dueños —Rojo y Neus Espresate— me habían pedido un libro para ese aniversario.

Cuando creí haberlo terminado les dije que tendríamos que esperar unos años más. El manuscrito era demasiado breve para un libro y demasiado largo para una revista. Necesitaba escribir por lo menos dos o tres relatos de igual dimensión y, entonces sí, entregarles el volumen para una editorial en la que, durante dos décadas, había trabajado en labores menores y casi siempre anónimas.

En 1980 me concedieron el Premio Nacional de Periodismo Literario. Siempre más que generoso, Fernando Benítez me pidió un texto para el suplemento ‘Sábado’. Se presentó en mi casa. Le dije que no tenía nada porque, a solicitud de José Luis Martínez, acababa de entregar al Fondo de Cultura Económica ‘Tarde o temprano’, volumen que contenía todos mis libros de poemas escritos antes de cumplir 40 años. “Danos algo, cualquier cosa”, insistió Benítez. Le contesté que nada más disponía de un texto impublicable, por su extensión, en ‘Sábado’. Fernando me arrebató el manuscrito aún tan imperfecto que a veces Jim aparece como Tim. Así ‘Las batallas en el desierto’ tuvo su primera aparición en el suplemento de ‘unomásuno’.

El lunes Neus Espresate, con gran instinto de editora, me habló para decirme: «Lo publicamos en Era. Ahora mismo lo mando a la imprenta, tal y como aparece en ‘sábado’ ”. Le contesté: “No. No, por favor, déjame corregirlo”. Ella aceptó resignada ya que, según Vicente Rojo, Carlos Monsiváis y yo nos habíamos ganado la fama de no ser escritores, sino reescritores. El proceso de revisión se llevó hasta diciembre de aquel año y en el intermedio hice muchas otras cosas, entre ellas la traducción de ‘Un tranvía llamado deseo’, la obra de Tennessee Williams que se célebremente me atribuyó la diputada Mendicuti, recién cesada como titular de cultura de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.

Al fin, en marzo de 1981, apareció el libro con un hermoso diseño de Vicente Rojo que a través de los años, los cambios y los cataclismos ha mantenido la imagen velada de Rita Hayworth, quien es como imaginé a la inexistente Mariana. A partir de ese momento se desencadenó una infinita serie de respuestas que no esperaba para nada. Me duele mucho ver que las jóvenes escritoras y los jóvenes escritores pueden llegar a su cuarto libro sin haber tenido una sola reseña, aunque eso sí: muchas entrevistas.

La entrevista, que me encanta leer pero no protagonizar, ha sustituido a la insustituible reseña. Lo que un escritor diga de su libro me interesa menos que su repercusión en otras personas. Es imposible darles las gracias a quienes se han ocupado del libro. Por lo menos menciono aquí a tres de las primeras respuestas: las notas de Marco Antonio Campos, Rafael Pérez Gay y Bruce Swansey, quien dijo que no se trataba de un cuento sino de una verdadera novela aunque muy concentrada.

alta traicion de jose emilio pacheco
José Emilio Pacheco en su estudio, en México.

Asimismo sería una ingratitud mayúscula dejar en silencio al auténtico precursor del correo electrónico, el entonces estudiante Julio Figueroa, que en el alba introducía en casa de los escritores hojas con sus comentarios críticos. Figueroa ha sido durante treinta años de una fidelidad impagable para este libro.

Se trata de una novela corta, género que difiere del cuento por la multiplicidad de sus historias y sus personajes. Creo que Poe hablaba de ella, y no del cuento, al señalar la unidad de impresión y las dos horas de lectura. En una colección de cuentos los textos se apoyan unos a otros. La novela corta sólo puede funcionar aislada. Si se publica junto a otras narraciones se diluye precisamente esa unidad de impresión.

Esto en las condiciones del mercado es difícil y por tanto es aún más de agradecerse el riesgo que asumió Era al publicarlo en su forma actual. Sólo una cosa rechazo abiertamente: el término noveleta que me parece despectivo. Noveletas son las que publicaba la muy respetable Corín Tellado en la revista ‘Vanidades’. ¿Cómo podríamos llamar noveletas a ‘Un corazón sencillo’, ‘Bola de sebo’, ‘La muerte de Iván Ilich’, ‘Otra vuelta de tuerca’, ‘Agostino y la desobediencia’?

Como lector tuve la fortuna de leer los Cuadernos de La Quimera, una colección de novelas cortas que dirigió Eduardo Mallea para la editorial Emecé en los años cuarenta. En los Cuadernos de La Quimera se publicaron las obras maestras de Maupassant, ‘La dama de espadas’, ‘La dama del perrito’ y otras maravillas.

La literatura mexicana ha sido pródiga en novelas cortas. Era ha sido muy receptiva para el género y ha publicado ‘Aura’, que supera mucho en difusión a ‘Las batallas en el desierto’, ‘El apando’ y ‘Querido Diego’.

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* Fragmento de la conferencia que ofreció José Emilio Pacheco al recibir el Premio Alfonso Reyes del Colegio de México el 13 de octubre de 2011.

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