Escribe J. Miguel Vargas Rosas
¿Qué ocurre con la llamada literatura infantil? Muchos irrumpen en esta porque ven un mercado favorable, mas olvidan el poder que posee para con sus lectores, comúnmente influenciables. No obstante, la personalidad sugestionable de estos lectores, pervive en ellos un pensamiento crítico —incipiente— que, o bien podemos incitar a que siga desarrollándose, o bien truncarlo de por vida. De obras emblemáticas para niños que han ido distorsionándose con el paso del tiempo inexorablemente ligado al desarrollo del sistema capitalista, so pretexto de convertirlos en un boom del comercio, se ha llegado a una actualidad en el que el autor subestima la capacidad crítica del infante y lo menosprecia casi hasta considerarlo un “bobo”, por lo que cree que debe darle textos desmigajados, buscando limitar o estancar el desarrollo de su capacidad crítica.
Un gran porcentaje de autores dedicado a la llamada literatura infantil incurre en el uso excesivo de diminutivos con el fin de encandilar a sus pequeños lectores, sin entender que estos a cierta edad ya se desprendieron de ese diminutivo empalagoso. Y como fondo, sostenido por esos diminutivos, se centran en destacar de forma literal solo un tema, sin entretejer ningún otro mensaje intrínseco, con lo cual demuestran su clara intención por «domesticar» al infante, deseando con fruición forjar niños «saludables mentalmente» o «infantes moldes» para la sociedad o el sistema, en base a una moral que estos ya toman como hipócrita, pues pese a constituirse como elementos sugestionables, poseen sus propias deducciones en base a los primeros encuentros con la realidad material o entorno social: en pocas palabras, poseen un sentido crítico. Y como ente crítico, rehúye de las imposiciones.
De esta forma, dichos autores, auto engañándose, creen ser la representación máxima de la especialización de un tipo de literatura que data ya de finales del siglo XVII como concepto teórico, pero históricamente es aún más antigua. Los autores de literatura infantil olvidan que esta, si bien necesita de un lenguaje especializado por tratarse de obras destinadas a lectores con un lenguaje determinado y en proceso de aprendizaje, «es una literatura que los niños han hecho suya sin haber sido destinada a ellos específicamente. Antes no existía el concepto de infancia.» (Pascual, 2018) Este dato es clave porque nos permite conocer, desde la perspectiva histórica, que el niño puede desarrollar su capacidad crítica y complementar su proceso de aprendizaje y conocimiento sin la necesidad de exhortaciones directas o de lenguajes excesivamente cursis. Lo que debe buscar el autor de literatura infantil es hacer que el niño piense creativa y críticamente, sin demostrar de manera tan obvia que lo que busca es educarlo y más que educarlo someterlo a sus propias ideas o lo que es peor, a las ideas del estereotipo de un sistema implícito de gobierno; estereotipo que no se ha logrado salvo en las apariencias.
En opinión del ruso Serguel Vladimirovich (1978) «Un libro para niños debe de penetrar en el alma de éstos. Debe educarle sin que sienta que le están educando, porque si se da cuenta de este Fin, deja de gustarle», lo cual nos conduce a buscar como objetivo el vuelo independiente de la imaginación y la capacidad crítica del lector infantil. Este mismo escritor ruso comenta sobre los llamados tabús que son tratados por nuestra mayoría de autores de literatura infantil actual de dos maneras: dejándolos de lado, o estableciendo límites —de manera explícita y tediosa— entre “lo bueno” y “lo malo”. Vladimirovich enfatiza en una entrevista para El País (1978) lo siguiente: «El escritor debe hablar con el niño sobre cualquier cosa. No hay temas prohibidos, solamente depende del enfoque con que se haga. Más que nada, importa la forma artística del libro.» De esto, podemos destacar dos conceptos:
1. “Hablar con el niño” que no es lo mismo que darle todo escrito o desmenuzado para que nuestro pequeño lector lo devore sin cuestionar ni analizar ni inferir nada más.
2. “Importa la forma artística del libro”, por lo que debe estar enriquecida por metáforas y estética, no como si se tratase de un libro de adiestramiento o un manual de instrucciones o los mimos exagerados de unos padres sobreprotectores.
Aspectos que muchos nuestros autores han olvidado por completo y este “olvido” no es sino resultado del proceso evolutivo de un sistema económico-social que posee a la enajenación como una de sus características primordiales. Esta pobreza estética y literaria va acompañada de una temática superflua que busca más bien ser una especie de cortina para apartar al niño de la realidad y no hablarle de temas que podrían resultar “antiestéticos” para el autor o la “crítica”, mas no para el propio niño, so pretexto de “protegerlo” contra la “maldad degenerativa” propiciando la creación de “estereotipos” de una sociedad cuya moral reposa sobre la hipocresía. Esto hace que algunos de nuestros intelectuales y/o adultos asuman que la literatura infantil es algo insustancial, vacuo e intrascendental por centrarse en dimensiones ajenas a la realidad.
En contraste, «Las aventuras de Pinocho», «El pato y la muerte» y «Pedro Melenas» desde la fantasía, o «Timur y su pandilla» desde el realismo socialista, resultan literaturas emblemáticas para enfrentar al niño con la realidad. Muestras claves de que pudo y podrá sobrevivir literatura infantil de calidad, aunque se haga de todo por liquidarlas o seccionar su parte esencial.
La historia original de Pinocho, publicada bajo el título de «Las aventuras de Pinocho» y de autoría de Carlo Collodi ha sido dejada de lado en un 90% y trastocado en un librito de cursilería extrema. Es medular comprender que lo que más se eliminó de la historia original de Pinocho, fue su sentido social plasmada a través de la metáfora y la poesía con las cuales también realizaba una crítica sarcástica de la situación socioeconómica de Italia. Otro emblemático ejemplo serían las historias originales de los hermanos Grimm, lo cuales, si bien es cierto optan por transmitir mensajes de miedo para inculcar la obediencia, poseían una variabilidad de posibles interpretaciones, y se destacaban principios como la lealtad, la cual es expuesta como un valor indispensable pese a los nefastos resultados que pueda acarrear. La mayoría de estas narraciones fueron llevadas al infante de hoy, trastocadas, por no decir deformadas o corrompidas.
«El pato y la muerte» de seguro les resultaría a muchos de nuestros “críticos” y autores de literatura infantil, un texto no apto para infantes, pues examina el tópico de la muerte y enfrenta al niño a una etapa de la vida humana, pero su riqueza estilística le dota de un atractivo portentoso que, aunado a la libertad de análisis que le concede al lector, permite que chicos y grandes lo acojan en lo más hondo de sí. Además, el desenlace sobre el tópico de la muerte, con un toque existencial o existencialista, nos imbuye a reconocer a la muerte como una etapa inevitable de la vida, la antítesis de esta última —desprendiéndose así más temas de qué hablar—, a aceptarla y reconciliarnos con ella de una forma natural.
«Pedro Melenas» tiene un tono irónico y sarcástico, pues a mi entender, busca satirizar la dictadura de los adultos o de algún dogma o superstición imperante en la vida social, rebelándose contra la típica enseñanza de obediencia a ciegas, así como la rebelión de los seres débiles contra los fuertes representado en el mordisco que le da un perro a un hombre malvado. El lenguaje connotativo y sardónico concede la libertad de interpretación al lector infantil. «Timur y su pandilla» del soviético Arkadi Gaidar por su parte, muestra al lector infantil las consecuencias de la guerra de una manera descarnada, y posibilita dos salidas frente a este agobio penumbroso del conflicto bélico —reflejado en la primera guerra mundial—: la de sumergirse en la fatalidad y la inactividad, o la de hacer algo para coadyuvar al mejoramiento de la sociedad y hacer que las penas de la guerra mortifiquen menos a los demás. Este relato hizo tomar conciencia a niños y jóvenes de la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas quienes al estallido de la llamada Gran Guerra Patria de 1941 contra los nazis, formaron grupos basados en “Timur y su pandilla” que ayudaban a los familiares de soldados del Ejército Rojo y realizaban diversos trabajos en pro de sus ciudades. Los grupos fueron formados por iniciativa propia de los jóvenes y niños, en distintos puntos de la URSS, y tuvo un impacto tremendo que con el paso del tiempo se le llamó El movimiento timurita, idea que después el gobierno de la URSS centralizaría.