Escribe Luis Eduardo García
Es, sin duda, el escritor de más influencia en el mundo de habla hispana. Detrás de su fortaleza mediática, había, sin embargo, un débil frente a las mujeres, un odiador del fútbol, un contemporáneo de Pessoa -un escritor que se le parecía mucho- y un constructor de ficciones con la fuerza de un demiurgo. Jorge Luis Borges fue más que eso, estos solo son pedacitos de su leyenda
‘El contemporáneo de Pessoa’
Fernando Pessoa y Jorge Luis Borges nunca se conocieron, sin embargo, fueron contemporáneos. El primero nació en 1888 en Lisboa y el segundo en 1899 en Buenos Aires. Once años y miles de kilómetros de distancia los separaban.
Aunque un encuentro entre los dos haya sido improbable, en dos momentos de sus vidas ellos pudieron haberse cruzado en una calle de la bellísima capital de Portugal. El primero pudo ocurrir en 1914, cuando la familia Borges arribó a Lisboa procedente de Buenos Aires en su camino a Ginebra. El autor de ‘El Aleph’ tenía entonces 15 años y 26 el autor del ‘Libro de desasosiego’. Para entonces el argentino era un aprendiz de escritor, mientras que el portugués ya había creado a su famosa trilogía de heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos.
La segunda oportunidad en que los dos pudieron haber coincidido tiene más visos de probabilidad. Sucedió en 1923, durante el mes y medio (entre junio y julio) en que los Borges permanecieron en Lisboa mientras esperaban el barco que los regresara a Buenos Aires. Emir Rodríguez Monegal ha documentado que un día de los 45 en que Borges permaneció en esa ciudad fue con su amigo António Ferro al legendario café ‘A Brasileira’, lugar en el que Pessoa había sentado sus reales y era muy conocido. Según el crítico uruguayo, autor por lo demás de una de las más minuciosas biografías del ciego universal, es probable que en el café estuviera sentado en su rincón preferido el lisboeta, pero la presentación de rigor no ocurrió porque simplemente Ferro y Pessoa estaban distanciados desde hacía ocho años. El azar no encontró su simetría aquella vez.

‘El hacedor’
La poética de Borges se basa en un principio elemental: que la lectura —y no la escritura— es la verdadera fuente de la creación. Esta tesis es desarrollada fundamentalmente en el cuento ‘Pierre Menard, autor del Quijote’ publicado en 1939. En este texto cuenta la historia de un escritor francés cuyo propósito es reescribir la obra maestra de Cervantes, cosa que acomete con energía. Pierre Menard alcanza su objetivo, aunque descubre que la reescritura es exactamente igual a la escritura original, sólo que con un sentido distinto.
Otro procedimiento narrativo muy característico de Borges es la utilización de las enciclopedias, los diccionarios y los libros de historia como temas literarios, modelos de estilo y prototipos de estructura narrativa. Desde luego, se trata de una herencia libresca. El declaró todo el tiempo que uno de sus mayores placeres era leer la ‘Enciclopedia Británica’, que alguna vez adquirió completa con el dinero ganado en un modesto concurso municipal. De ella aprendió el arte de la miniatura y la estructura: «Comienza generalmente un artículo o un cuento resumiendo el asunto; después pasa a un análisis del tema principal (total o parcialmente) y luego vuelve al punto de partida. La técnica es como una reducción”, escribió su biógrafo Emir Rodríguez Monegal.
Para Borges y Bioy Casares las ficciones fantásticas son tan antiguas como el hombre y contienen algunos cuantos argumentos del que parten variaciones casi infinitas. Estos argumentos, a su vez, se agrupan en tres grandes clases: 1) los que necesitan una explicación sobrenatural, 2) los que tienen una explicación fantástica pero no sobrenatural y 3) los que se pueden explicar natural y sobrenaturalmente.
Para el escritor argentino existían cuatro procedimientos que permitían, por un lado, destruir las convenciones de las ficciones fantásticas realistas y, por otro, hacían las cosas más fáciles a los seguidores de las ficciones fantásticas. Primero, la inclusión de una obra de arte dentro de otra obra de arte; segundo, la contaminación de la realidad por el sueño; tercero, el viaje a través del tiempo; y cuarto, el tema del doble. Se trata de unos postulados teóricos concebidos a imagen y semejanza de sus obsesiones personales; y de procedimientos, no de temas, a través de los cuales se estructura un argumento.

‘Edipo y el amor’
Borges era un manojo de nervios en el amor y, en cierta forma, un cobarde. Perdió a muchas mujeres por esta razón: Norah Lange, Estela Canto, María Esther Vásquez y a muchas otras. En 1944, amó a Estela Canto, una escritora y traductora, a quien convirtió en su «amor paradigmático», según Alejandro Vaccaro. La diferencia de edad era grande: ella tenía 28 años y él 45. La relación se fue diluyendo hasta trocarse en amistad.
Esto sería más adelante una constante en el mundo de Borges: se enamoraba a primera vista, pero las mujeres solo querían ser sus amigas. Ellas, además, lo admiraban, sin embargo, no querían casarse con él. Algunas lo consideraban un niño o un inmaduro. Borges, pese a su timidez, protagonizó una célebre disputa por el amor de una mujer con Oliverio Girondo. Inexperto en asuntos de faldas, perdió la contienda. Norah se fue con Girondo, pues lo encontraba más vehemente y arrojado; más «sexual» y más decidido digamos.
Quizás ese temor en enfermizo de enfrentar el amor y la sexualidad tenga que ver con algunos hechos del pasado y con su padre. Cuando era adolescente, Jorge Borges Haslam lo indujo a acostarse con una prostituta. Ocurre que el muchacho no pudo soportar la idea de lo sucio que resultaba la cópula, sobre todo con una mujer que probablemente se había acostado antes con su padre, lo cual lo paralizó sexualmente.
Borges no fue un misógino en el sentido estricto del término. Fue más bien un «edípico». Su madre, Leonor Acevedo, ejerció sobre él una enorme influencia que, en cierta forma, lo hizo desdichado. Lo mismo hizo María Kodama, con quien se casaría poco antes de morir. Ni Elsa Astete ni María Kodama podrían decir que era un misógino, aunque sí un pusilánime en el amor.

‘Esa hermosa estupidez’
El fútbol es un juego en el que dos equipos de once jugadores cada uno busca meter con las piernas, los pies o la cabeza, nunca con los brazos o las manos, un balón en la portería contraria. Este deporte, simple en apariencia, irritaba mucho a Jorge Luis Borges. Para el autor de El Aleph se trataba de un simple y vulgar entretenimiento en el que veintidós tontos corrían detrás de una pelota.
Borges, enemigo de los músculos y las masas, proscribió de sus gustos al fútbol y acogió, como era lógico, al ajedrez, un juego más cercano a la actividad intelectual. Y no solo eso: lanzó palos de ciego cada vez que podía contra los amantes de este deporte. Creo que su frase “anti” más célebre es esta: el fútbol es popular porque la estupidez es popular. Los argentinos no se inmutaron nunca con las frases del escritor. Antes que argentinos son hinchas. Y los hinchas son muchas veces ciegos de pensamiento.
El palabrista Borges creía que se trataba de una forma del tedio, de un juego brutal, de una vulgaridad sin nombre. Llegó a decir incluso que los ingleses habían hecho mucho mal al mundo al haber creado una estupidez como el fútbol. A la gente, según él, no le interesa este deporte en sí, sino que gane tal o cual equipo. Equivocado o no, sospecho que a Borges le interesaba más de lo que podemos inferir.