Carlos Germán Belli, pobre amanuense del Perú

La muerte de Carlos Germán Belli nos recuerda una época donde la poesía tenía un sitio en nuestro imaginario capaz de provocar el diálogo.

Publicado

20 Ago, 2024

Escribe José Carlos Yrigoyen

La muerte, que con callado pie todo lo iguala, se llevó hace unos días a Carlos Germán Belli, considerado entre de los más importantes poetas peruanos del siglo XX, además de uno de los últimos integrantes la generación del cincuenta que quedaban con vida; ahora de esa camada solo resta Leoncio Bueno, aún activo, a su edad centenaria, en su soledad suburbana.

Belli, como todos los grandes poetas, se resistía a entrar en el calzador de la crítica, que siempre busca fórmulas y estancos para clasificar a los autores dentro de sus esquemas predeterminados. Hablamos de un poeta ascético, que parecía estar recluido en su hogar, entre libros y papeles; trabajó como discreto funcionario público muchos años.

Poeta peruano Carlos Germán Belli
Poeta peruano Carlos Germán Belli

Sin embargo, ese apartamiento no lo desentendió de los problemas colectivos de su época. Todo lo contrario: la suya es una obra transitada por la consciencia de la deshumanización, denunciada mediante la crudeza de sus imágenes y la brusquedad de sus símbolos (como ocurre en “Los estigmas”, uno de sus poemas más sórdidos y rudos). El malestar social es uno de los motivos recurrentes en su obra, expresado desde una perspectiva en su momento novedosa y particular: emplaza la crítica contra la realidad mediante el papel de un modesto empleado, “pobre amanuense del Perú”, que desde la clase media citadina observa y apunta la desigualdad y la injusticia que lastran nuestro discurrir comunitario.

El desencanto en Carlos Germán Belli

Belli comprendió, en su momento y su lugar, la necesidad de erigir una nuevo hablante que represente ese Perú urbano y en plena modernización: lo que Vargas Llosa y Ribeyro plantearon en sus historias, Belli lo plasmó en sus versos, marcados por un desencanto visceral alérgico a la poesía social en boga por esos años y que el tiempo ha deslustrado salvo Romualdo y ciertos hallazgos de Juan Gonzalo Rose.

«Lo que Vargas Llosa y Ribeyro plantearon en sus historias, Belli lo plasmó en sus versos«.
(Ilustración: Miguel Det)

Lo anterior no significa que Belli fuera un poeta triste. Si su poesía muestra pesadumbre, esta siempre luce teñida de un sarcasmo agudo y potenciado por una de las características más importantes de su poesía: la ruptura generada por la microlengua que fundó entre dos aguas, esas de las resonancias hispánicas de los cincuenta y las del conversacionalismo instituido por el “británico modo” de los sesenta. En medio de esas dos tendencias, delimitó un coto verbal privado en el que forjó un tono arcaizante signado por la revisitación de las formas clásicas, el uso de vocablos provenientes de los laboratorios científicos, la apuesta por la jitanjáfora y la onomatopeya vanguardista, la dosificada estridencia que revela el hartazgo, el asombro o la terquedad existencial ante los reveses del plano ordinario del día a día.

Desde esa postura, anticipó la vocación contraria a la efusividad emotiva que sería una de las puntas de lanza de autores como Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza: sus poemas gozan de una tensión generada por su negativa a resignarse ante un orden social donde los valores supuestamente consensuados han sido subvertidos. Hay en Belli una esperanza vaga, inasible, pero siempre presente en el horizonte del yo poético, que confía hacer suya esa luz perdida en la oscuridad de nuestro periplo humano, aunque a veces parezca un espejismo que nos mantiene en vilo entre la desgracia y la promesa.

La desaparición física de Carlos Germán Belli apena no solo por el adiós a uno de los más brillantes artesanos del lenguaje que ha poblado el canon nacional, sino porque su ausencia nos recuerda una época donde la poesía peruana tenía un sitio en nuestro imaginario capaz de provocar el diálogo, el debate, la necesidad de indagar por senderos no hollados. Belli fue a la vez factótum y hechura de esa dinámica incesante. Sus poemas no pueden comprenderse sin ese ánimo convulso, sin esa voluntad de constante redefinición. Que estos sean parte del “casto antídoto” que urge para enfrentar la mecanización de nuestro tiempo y la incomunicación que nos acosa. Que sus cantos no se vuelvan nunca mercancía al mejor postor.

Los estigmas

En los retrovisores espejuelos
de mi flamante coche día a día,
por el arrabal del burdel al paso,
de mudanzas un gris camión horrible
llamado «Los Estigmas» yo diviso,
cuyos focos cual mortecinos ojos,
por entre la neblina de la noche,
en perseguirme nunca cejan fieros,
cual si mi chasis óptima región
y convenible como pocos fuera
a las atrocidades del defecto
o al tirano motor envejecido,
que bajo su gobierno así se yace
ya fuera de la pista, ya sin ruedas

José Carlos Yrigoyen
José Carlos Yrigoyen nació en Lima en 1976. Es autor de los poemarios: El libro de las moscas (1997), El libro de las señales (1999), Lesley Gore en el infierno (2003), y Horoskop (2007). Ha publicado los documentales Poesía en rock: una historia oral, Perú 1966-1991 (2010) y Crimen, sicodelia y minifaldas: un recorrido por el museo de la Serie B en el Perú 1956-2001 (2014), junto a Carlos Torres Rotondo. Y las novelas: Pequeña novela con cenizas (2015); Orgullosamente solos (2016) y Mejor el fuego (2020).

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