Una entrevista de José Carlos Picón
Paolo Chávez Cueto es psicólogo social de profesión, pero escritor por decisión. Su escritura deja ver un trabajo seguido a pie juntillas, también con esfuerza, dedicación. Un oficio que va configurándose a la luz de consejos de narradores como Jorge Eduardo Benavides o Alonso Cueto, de trabajo, de bien contar.
“Algunos de estos relatos los escribí hace más de diez años, pero no habían pasado por una revisión rigurosa. Se habían quedado en un cajón, esperando su momento. Algunos otros cuentos los escribí en los últimos cuatro años. Cuando empezó la pandemia encontré más tiempo para escribir”, cuenta Paolo. Su proceso fue metódico y largo, algo que hoy en día refrenda su entrega por la escritura. “Por lo general, me siento a diario —aunque sea una hora— a escribir y corregir. Corrijo mucho, tal vez demasiado. Y claro, los talleres de escritura —en los que he participado por ya buen tiempo— me impulsaron a no detenerme”. Chávez Cueto es un escritor que ejecuta y habla lo necesario.
¿A qué criterios se debió la selección final de estos relatos?
Quería que el libro tuviera historias diversas. No solo un tema sino muchos. Gente de a pie, en ambientes comunes. Personajes que pudieran ser nuestros vecinos, amigos o parientes. Porque los dramas de la vida humana pueden ocurrir en cualquier lugar: en un parque, un restaurante o un aeropuerto. Creo que el lector siente afinidad con las historias cuando se puede ver reflejado en ellas. No necesariamente en la trama como tal, pero sí en los sentimientos que atraviesan los personajes. Sentirnos identificados con las grandes pasiones que mueven al ser humano: el amor, la esperanza, el desamor, la ilusión o la traición nos hacen parte de lo que leemos.
Ya habíamos advertido algunas de tus referencias con respecto a tu escritura: Ribeyro, Cueto, en el ámbito peruano, más allá, tal vez, Carver por la concisión… Cuéntanos un poco de esta presencia.
He tomado muchos talleres de escritura con Alonso Cueto, Jorge Eduardo Benavides y hace poco con Renato Cisneros. Tal vez por ahí se salpican sus influencias. De Ribeyro siempre me han fascinado sus personajes. Muchos de ellos anónimos, olvidados o marginados en nuestra sociedad. De Carver, sí, la precisión. En su cuento Catedral, por ejemplo, destaco su habilidad de ver más allá de lo aparente. Al final, creo, todo lo que leemos va quedando en algún lugar de nosotros. Y cuando nos sentamos a escribir, en la soledad de esos momentos, todo se mezcla y uno encuentra su propia voz y estilo. Bryce también ha sido un gran referente. En el colegio, quedé fascinado con sus cuentos y novelas. Finalmente, creo que a veces leo para aprender a escribir.
Parece haber una conexión entre tus personajes, similares atmósferas entre los relatos. ¿Es así?
Mucho de lo que escribo parte de la propia experiencia mezclada con mentiras (risas). Escribo de lo que he vivido, de lo que me cuentan y de lo que observo. Creo que para escribir hay que ser un buen observador. Un escritor es un buitre que se alimenta de conflictos. Yo salí del Perú a los dieciocho años. Ese evento marcó mi vida. Tal vez por eso los temas en mis relatos del desarraigo, la soledad, la búsqueda de propósito y el reencuentro. Intento percibir el mundo desde mis personajes. Escribo muchas veces no para contar lo que pasó, sino más bien para imaginar lo que pudo haber sucedido.
¿Cuán importante es el aprendizaje con otros escritores en contextos como los talleres o laboratorios de escritura? Me comentaste que pudiste participar de algunos.
Son fundamentales. Empecé a llevar talleres de escritura, como lo sugerí, hace más de veinte años. Uno aprende no sólo de los escritores que dirigen el taller, sino también, y muchísimo, de los otros participantes. Escuchar sus comentarios, finales alternativos o posibles detalles por agregar es muy enriquecedor. Hay cosas que uno, como escritor, no ve en su propio texto, pero otros sí.
En ese sentido, ¿cómo sientes que se desarrolló tu vocación de narrador?
Creo que uno no escoge escribir. La escritura te busca. Nadie es escritor ni poeta sólo de lunes a viernes de ocho a cinco. Yo empecé escribiendo poesía y luego relatos. Uno siente el impulso de contar lo que le sucede o lo que otros te cuentan. Un escritor no nace ni se hace en la armonía. Cuando todo va bien, algo tiene que sucederle al personaje para que la historia sea interesante. Cuando escribo, siempre me pregunto: ¿por qué me interesa contar esta historia? Escribo a partir de imágenes e intento mirar el mundo con curiosidad, a través de mis personajes.
¿Te sientes más cómodo con el cuento que con la novela?
He escrito muchos cuentos y sólo una novelita. Y digo novelita porque es muy corta y nunca la he publicado. Le falta demasiado. Y sí, me siento más cómodo con el cuento. Disfruto tal vez la rapidez del relato. Es quizá como escoger entre correr una competencia de cien metros o una maratón. Tal vez escribir cuentos es la preparación física y mental para la novela.