Escribe Diego Nieves
Eddie Palmieri, legendario pianista e ícono de la salsa dura, cuenta con una peculiaridad a la hora de desempeñar su trabajo. A mi modo de ver, es una peculiaridad con la que seguramente muchos otros músicos cuentan, solo que, en el caso particular de Palmieri, es inconfundible.
Vayamos por partes. Si uno escucha una salsa dura de Palmieri, encontrará en muchos casos un solo de piano extenso. Tomemos de ejemplo la canción Cobarde del disco Unfinished Masterpiece de 1975. Es un tema de más de diez minutos de extensión y una verdadera obra maestra: cuenta con una descarga de timbal, un solo de bajo eléctrico, más de un solo de piano de Palmieri, y un arreglo musical exquisito. Ahora bien, si escuchamos a partir del minuto 07:35, podremos notar la particularidad que menciono. Eddie, al tiempo que ejecuta uno de los tantos solos de la canción, tararea con fuerza dicho solo. Es tan fuerte el volumen con el que tararea las notas que su voz se mezcla con el sonido del piano.

Esta peculiaridad, lamentablemente, es imposible de hacérsela entender a un lector sino hasta que escuche con sus propios oídos la canción. Resulta complejo explicarlo con exactitud. Personalmente, no me disgusta en lo absoluto que Palmieri tararee la melodía fuertemente al tiempo que desempeña su solo de piano. De hecho, creo entenderlo a pesar de no ser pianista. Es el poder de la música exudando por la piel de su ejecutor. Para algunos profesionales, es completamente imposible evitarlo.
Existen otros ejemplos, aunque menos notorios, como en la versión de salsa de El día que me quieras, que apareció por primera vez en el “álbum blanco” de Palmieri en 1981 con Cheo Feliciano en la voz. La composición es de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, pero Palmieri incluyó una versión en salsa arreglada por René Hernández en su legendario álbum homónimo. A partir del minuto 04:20, durante el solo de piano del maestro, nuevamente la música le entra por todo el cuerpo y el sonido del piano se mezcla con su voz, que inconteniblemente vive cada nota ejecutada, tarareándola. En el tema Muñeca —pero en la versión del disco Full Circle de 2018, con Herman Olivera en la voz— ocurre lo mismo a partir del minuto 04:52, otra vez en pleno solo de piano.
Existen temas en los que la voz del músico, casi siempre el vocalista, imita el sonido de un instrumento. La única diferencia es que estos sonidos son parte del arreglo musical o, cuando menos, son grabados con una intención previa. Un claro ejemplo es Se necesita rumbero, tema de 1978. Es una hermosa salsa de la orquesta venezolana La Crítica, fundada por Mauricio Silva y Oscar D’León; este último ejerce también de cantante en la orquesta. En dicho tema, luego del soneo del venezolano, se propone imita el sonido de la descarga del timbal en el minuto 04:10. Los timbales y su voz suenan al unísono. Dice Oscar: “¡El sonero Cheo en los cueros!”, anunciando la entrada de Cheo Navarro, timbalero de La Crítica. Este proceso lo repite tres veces y le da originalidad al tema.
Un ejemplo más, y quizá el más conocido, es el del panameño Rubén Blades en Buscando Guayaba, del extraordinario disco Siembra junto a Willie Colón. Debido a que el cuatrista y guitarrista puertorriqueño Yomo Toro —otra leyenda de la salsa que ha tocado los solos de temas como La murga o Encántigo— llegó tarde a la grabación de Buscando Guayaba, Rubén graba un «solo de boca»:
«Rin-kin
Oye, el guitarrista no vino, así que
van a tener que soportar un solo de boca.
Afinación, kin-kin, kon-kon»
Cada vez que escucho la voz de Rubén realizar aquel «solo de boca», o la voz de Oscar D’León acompañar la descarga de timbal con su tarareo, comprendo que la música es inexplicablemente asombrosa. Y, en el caso particular de la salsa dura, mi música favorita, conocer las historias o el contexto de esos acontecimientos es una forma de disfrutar aún más. A propósito de salsa dura, creo que la mejor literatura sobre el tema se encuentra en lo que muchos conocen como la biblia de la salsa. Me refiero al magnífico libro «El libro de la salsa: crónica de la música del Caribe urbano» del venezolano César Miguel Rondón. Un extraordinario texto que incluye, además, un muy buen dosier de fotos.