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«Francisca y la muerte» de Onelio Jorge Cardoso

Onelio Jorge Cardoso fue un autor cubano conocido como "El cuentero mayor", se le considera el cuentista cubano más importante del siglo XX.

Publicado

16 Jul, 2025

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Un cuento de Onelio Jorge Cardoso

Era una mañana templada de mayo y la muerte se presentó en un pequeño pueblo de labriegos:

— Buenos días— dijo la muerte a un hombre asomado a la ventana.

Así, con la trenza escondida bajo el sombrero y la mano en el bolsillo, no parecía la parca.

— Buenos días— respondió educado el hombre.

— ¿Sabe usted dónde puedo encontrar a Francisca?

— Claro— dijo él— Vive en una pequeña casa en lo alto de esa colina— respondió señalando a un pequeño montículo de césped verde y un camino serpenteado de hermosas flores.

Allá se fue la muerte, muy a su pesar. Se tapaba la nariz para no aspirar el aroma de la vida. Flores recién nacidas y la frescura de la hierba. Le molestaba soberanamente tanta expresividad. Miró su reloj: las siete de la mañana. Iba bien, ya que tenía fijada las 13.15 para llevarse a la anciana.

A las cinco de la tarde regresaba su tren. No podría esperar más. Subió la muerte la empinada cuesta.

— ¡Menos mal que solo tengo un trabajo para hoy! ¡Qué cansado es esto! — se dijo la muerte.

Francisca y la muerte que no la encuentra

Al llegar a la pequeña vivienda de Francisca, una hermosa niña salió a su encuentro, un poco temerosa.

— Perdona, bonita— dijo melosa la muerte— ¿sabes dónde puedo encontrar a Francisca?

— La abuela salió temprano. Primero a ordeñar las vacas— respondió la niña.

— ¿Y dónde está ahora?

— No sé… tal vez en el maizal.

— ¿Y dónde está el maizal?

— Caminando por allá— dijo señalando a lo lejos—, verás un terreno sembrado.

Y la muerte fue en busca de ese terreno, un poco sudorosa ya por el calor que comenzaba a apretar. Pero cuando llegó al maizal, no vio a nadie.

Esperó un buen rato, cerca de una hora, hasta que un hombre pasó por allí.

— Perdone joven, busco a Francisca…

— ¿Doña Francisca? Ah, pues se fue hace bastante a casa de los Noriegas, a dar un masaje en la tripa a su hijo, que está malo.

La muerte estaba bastante aturdida. Las horas pasaban y se le acababa el tiempo. Se le soltó la trenza y ya no se preocupaba de esconder la mano. Se presentó en la casa de los Noriega, pero ya no estaba Francisca.

— Uy, se fue hace bastante— dijo la mujer de la casa.

— ¿Tan pronto?— exclamó sorprendida la muerte.

— ¡Si solo vino a dar un masaje al niño!

— Bien, ¿y dónde estará ahora?

— ¡A saber! Siempre está de un lado a otro…

— Pues necesito encontrarla.

— Está claro que usted no la conoce bien— dijo entonces la mujer.

— Sí, claro que la conozco.

— ¿Y cómo es ella?

— Pues… mayor, con arrugas de más de sesenta…

— ¿Y el pelo?

— Blanco, será.

— ¿Los dientes?

— Casi ninguno…

— ¿Y la nariz?

— Filosa seguro.

— ¿Y los ojos?

— Pues ahumados por la edad.

— Pues no la conoce. Esa no es Francisca. Dijo todo bien menos lo de los ojos. Así que no la conoce. Sus ojos tienen de todo menos años.

La muerte salió enfadada de aquel lugar. No hacía más que mirar el reloj, desesperada. Por el camino, los González le dijeron que andaba cortando pasto para la vaca de su nieta, pero cuando la muerte llegó allí, solo vio las huellas de sus pies pequeños. Entonces miró el reloj:

— ¡Las cuatro y media!

Los pies le dolían horrores de andar y tenía su camisa negra totalmente sudada. Refunfuñando, se alejó de allí para no perder su tren de las cinco.

Francisca, por su parte, andaba cortando las malas hierbas del jardín de la escuela. Un hombre del pueblo pasó a caballo y le dijo con sorna:

— Francisca ¿cuándo te vas a morir?

Ella asomó la cabeza entre las hierbas y respondió con una tierna sonrisa:

— ¡Nunca! ¡Siempre hay mucho qué hacer!

onelio jorge cardoso 1
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