Una entrevista de Diego Nieves
Guillermo Niño de Guzmán es un autor cuya obra, breve para todos los años que tiene en actividad, ha sabido encumbrarlo como un escritor de referencia en el panorama de la literatura nacional. Sus historias, que indagan sobre las relaciones familiares o los abismos del amor y la amistad, le han sabido generar una legión de lectores que, como ahora en el Hay Festival, abarrotan la sala para poder oírlo.
El último libro publicado por Niño de Guzmán se titula Mis vicios impunes, y es el segundo tomo de sus Cuadernos de letraherido. El primero, Hasta perder el aliento, se publicó en 2022. Ambos por el sello Tusquets. Se trata de una extensa colección de ideas sobre literatura, cine, música, entre muchas otras cosas. No hay reglas específicas en estos textos, algo que los hace muy atractivos. Desde comentarios sobre Miles Davis o listados de escritores que perdieron la razón, hasta un canon personal del cuento hispanoamericano del siglo XX, el lector encontrará de todo en estas más de 500 páginas divididas en dos tomos.
Se te conoce no solo como un gran escritor, sino como un gran lector. En los últimos dos años has publicado dos libros de no ficción, tus Cuadernos de letraherido. ¿Cómo decides el género de tu siguiente proyecto literario?
Bueno, no tengo una visión fría para eso. Dejo que las cosas vengan. En este caso fue más producto del azar.
¿Cómo así?
Porque este último libro, que en realidad son dos, no era algo que yo había decidido publicar. Se trata de apuntes muy personales que llevaba en mi cuaderno desde hacía veinticinco años.
Durante la pandemia, como todo el mundo, estuve mucho tiempo como un ‘prisionero’, y pude dedicarme por entero a algo. Un amigo y mi esposa Laura habían hojeado estos apuntes y me dijeron que había temas muy interesantes. Yo no lo había percibido así. Para mí era una bitácora personal en donde registraba mis lecturas, mis impresiones sobre la vida de determinados escritores, o reproducía citas que había leído de periódicos o revistas. Porque, como habrás visto, estos apuntes no se limitan a las letras: hablo también de cine, de jazz, etcétera. Son observaciones sobre las artes que más me atraen. Es una especie de diario literario personal. Y me di cuenta de que había cosas que podía compartir con el lector.
Desde el relato de tu encuentro con Juan Marsé, hasta la traducción de un cuento inédito al español que tú mismo realizas de M. Aguéyev. ¿Cómo decides el orden de tus apuntes?
El orden es más bien aleatorio. Aunque, cuando me disponía a publicar el libro, la editorial me dijo que era demasiado extenso. Iban a ser más de quinientas páginas. Al saber esto, lo que sí hice fue reordenar algunos textos, ya que al primer volumen (Hasta perder el aliento) quería darle un énfasis relacionado a mi aproximación a una teoría del cuento. Por lo demás, el orden es aleatorio.
Has contado que no te queda mucho espacio para libros en casa. Con tantas lecturas pendientes se vienen más apuntes literarios. ¿Esos apuntes se podrían convertir en un tercer tomo?
Bueno, yo continúo haciendo apuntes de mis lecturas. Pero nunca me lo he querido plantear como un deber. Porque si algo de gracia tiene Hasta perder el aliento y Mis vicios impunes, es que no son libros creados deliberadamente. Son producto de las circunstancias, y creo que, si puedo resaltar algo sobre su eventual valor, es que tienen la frescura y espontaneidad con la que fueron escritos originalmente. Y esto es así, lo reitero, porque fueron escritos sin pensar en su publicación. Por eso digo que, como a mí me cuesta tanto escribir, quizá sea el único libro que escribí en estado de felicidad, por la sencilla razón de que no me daba cuenta de que estaba escribiendo. Y eso me hizo sentir muy bien.
Obviamente, no sé si escriba un tercer volumen, pero sí continuaré haciendo mis apuntes personales. Me parecería terrible tener que obligarme a escribir y a tomar mis notas pensando en que tienen como propósito un nuevo libro. Eso desvirtuaría su sentido original.
Niño de Guzmán en estado puro
Tienes tres libros de cuentos. El primero, Caballos de medianoche, lo publicaste a los veintinueve años. ¿Cómo se gestó ese libro?
Es mi primer libro y supone la apertura de mi experiencia literaria. Fue un libro de tanteo, de búsqueda de un estilo. Pero lo que sí tenía claro era que yo no quería una mera colección de cuentos, sino un libro de cuentos. Es decir, que entre esos cuentos haya vasos comunicantes, una cierta unidad, no solo de estilo, sino de tema, de conflictos, de la atmósfera narrativa. Porque en el género del cuento ese tipo de libros son los que más me interesan. Mi idea ha sido siempre la de abordar un libro de cuentos con un tema en común.
Después de Caballos de medianoche, continúas con el corte realista en Una mujer no hace un verano. Pero luego llega Algo que nunca serás, donde el grueso de relatos es de corte fantástico. ¿Cómo fue el paso a ese género?
Siempre sentí que era un escritor marcadamente realista. Pero, con el tiempo, y gracias a mis lecturas, me fue atrayendo el universo fantástico. No necesariamente el tratamiento fantástico a la manera de Borges, que considero el mejor escritor latinoamericano, por cierto. Quizá algo más sentido, directo, como Cortázar. A mí me fascina Cortázar. Es diestro en cuentos realistas como en fantásticos, o hasta en cuentos que están en la frontera de ambas posibilidades.
Con el tiempo llegué a considerar que lo fantástico no debía escindirse completamente de la realidad, porque también es un componente de esta. Me di cuenta de que insistir en el realismo me daba una visión incompleta. Por eso me atreví a incursionar en lo fantástico. Y me gustaría seguir desarrollando esa veta. Con todo, me gustaría precisar que ya desde mi cuento Caballos de medianoche podríamos decir que hay un componente fantástico. Inconscientemente, ya había el germen de desarrollar esa veta, aunque todavía no era completamente consciente de ello.
Mi percepción es que eres sumamente exigente con el estándar de tu creación literaria. ¿Tiene Niño de Guzmán muchos cuentos sin publicar que no le convencen?
No sé si tantos no me convencen, pero sí hay varios que esperan una nueva oportunidad. Lo que pasa es que mi proceso de escritura siempre ha sido muy lento. Nunca me apresuro a darle la forma final a mis cuentos. Pienso que hay que tomar distancia, dejar que el tiempo pase, para poder ver con nuevos ojos y una mirada más fría esos relatos, y así poder delimitar su valor.
Me ha ocurrido que pueden pasar muchos años y hay un cuento que está ahí, durmiendo, y por alguna extraña razón resucita, y ahí es donde puedo darle la forma final que quería y que antes no podía.
¿Te cuesta reconectar con algunos de esos cuentos inconclusos que dejaste reposar por años?
Depende. ¿Sabes por qué? No es que me haya olvidado de esos cuentos. Siempre están presentes en mi cabeza. Me rondan. Pienso en cómo darles vuelta siempre, mejorarlos o probar una solución distinta al conflicto. Siempre he pensado que un buen escritor escribe hasta cuando no está escribiendo. Está siempre en función de la literatura, de la creación, y su mente está trabajando en esa vía, incluso aunque no lo perciba directamente. Es implícito.
A veces en el momento más insospechado me asalta un viejo cuento que está en borrador aún, y lo siento vivo, y se me ocurre una buena idea de cómo mejorarlo.