Escribe Karina Miñano
Después de pasar casi sesenta minutos leyendo versos en las redes sociales, llegué a la conclusión de que los lugares comunes están superpoblando la poesía. Al menos, a una gran parte de ella. Estoy convencida de que escribir poesía es un acto valiente. La poesía es, sin duda, encima de sus múltiples definiciones, ese espacio donde las emociones y el lenguaje se transforman en arte, y las palabras, en reflejo de nuestra experiencia interna. Aunque a veces esa valentía se convierte en algo distinto, una especie de confianza ciega que, sin una formación adecuada o sin un esfuerzo consciente de superación, lleva a muchos poetas a caer en la trampa de los lugares comunes. Esta especie de arrogancia poética no siempre es evidente para quien escribe, pero se revela en el exceso de versos que repiten clichés desgastados y en la complacencia con la calidad del texto.
Hago mea culpa y reconozco que en los comienzos de mi escritura poética y luego en el proceso de aprendizaje, en mi vocabulario pululaban, sin vergüenza alguna, los lugares comunes. Y es que en cuantiosos casos son muy difíciles de identificar. Además, omitirlos o evitarlos exige que el poeta desarrolle y evolucione en la forma de mirar su entorno, pero ¿no es ese el fin natural del ejercicio con la palabra?
¿Recuerdas qué son los lugares comunes y por qué son difíciles de evitar?
Los lugares comunes (o frases hechas o clichés) en poesía son expresiones, imágenes o metáforas que, debido a su uso excesivo, han perdido su frescura y originalidad. Son ideas o frases que hemos escuchado o leído tantas veces que ya no tienen el impacto emocional que una vez pudieron haber tenido. Expresiones como «corazón roto», «lágrimas de dolor», “un vacío en el pecho” o «lágrimas amargas» son ejemplos típicos. Estos son lugares comunes clásicos relacionados con el dolor y la tristeza que, por su uso excesivo, han perdido impacto emocional. En su lugar se podría describir los sentimientos de manera más concreta o novedosa, o crear imágenes inesperadas.
Es tentador usar frases hechas porque nos ofrecen una vía rápida para comunicar una emoción que todos comprenden. Sin embargo, debido a esa facilidad, los lugares comunes son peligrosos. Caer en ellos es caer en la repetición de lo que otros ya han dicho, y nos hacen perder la oportunidad de ofrecer algo nuevo. En lugar de invitar al lector a un descubrimiento poético, los lugares comunes nos conducen por un camino conocido y predecible.
Como mencioné, evitarlos es difícil porque, como poetas, solemos recurrir a imágenes que nos resultan familiares y que asociamos de forma automática con ciertas emociones. Aun cuando, escribir poesía es mucho más que comunicar lo obvio; a veces nos olvidamos de que es una invitación a ver el mundo desde una perspectiva diferente, es como si quisiéramos iluminar lo cotidiano con una luz que no ha sido creada, todavía.
La poesía en las redes sociales
Sobre este punto he tenido que reflexionar mucho antes de escribir. Vivimos un momento en el que la poesía ha encontrado en las redes sociales un nuevo espacio de difusión. Plataformas como Instagram o TikTok han democratizado la publicación de textos poéticos, permitiendo que miles de poetas compartan sus versos con un público inmediato. Yo lo aplaudo. Lo he dicho antes: –y temo caer en un cliché- este mundo necesita más poesía. Si bien esto ha generado un acceso sin precedentes a la poesía y ha acercado a muchas personas a este arte, también ha traído consigo un fenómeno preocupante: la proliferación de poesía no trabajada ni pulida.
Muchos de los poemas que circulan en las redes sociales están plagados de lugares comunes y frases hechas. Es cierto que algunos de estos poemas logran captar la atención del público, sobre todo cuando tocan fibras como el desamor o la tristeza. Sin embargo, esta popularidad a veces crea una falsa percepción de éxito. Me atrevo a decir que si algunos versos reciben aplausos y «me gusta», los que escriben pueden verse tentados a creer que no necesitan más formación ni corrección. Es aquí donde surge una actitud arrogante, aunque no siempre deliberada: «si a la gente le gusta, ¿para qué mejorar?».
Es una reflexión delicada. No se trata de menospreciar los esfuerzos de aquellos que, sin formación, escriben poesía con pasión. De hecho, es admirable que la poesía siga siendo una forma de expresión accesible para todos. Mas, el hecho de tener un público no debería llevarnos a restarle importancia a la calidad literaria.
Asimismo, he encontrado poemas hermosos, con imágenes únicas, poemas bien trabajados y originales, con una perspectiva fresca, y en los cuales el esfuerzo por brindar al lector algo diferente, único y a la vez que emociona, se nota. Y hay que aplaudirlo. Debo hacer una aclaración, yo no soy una experta en poesía, aunque luego de tanto trabajo, estudio y observación puedo identificar el abuso de los lugares comunes.
El poeta nace, pero sobre todo se hace
Es importante recordar que, si bien el talento poético puede ser innato en algunos, el poeta no se convierte en tal solo por inspiración divina. Como decía Pablo Neruda: «El poeta no es un pequeño dios». La poesía es un arte que requiere trabajo, dedicación y una constante búsqueda de perfección. Como en cualquier otra disciplina artística, es esencial el estudio y la práctica. T.S. Eliot subrayaba la necesidad de educar la sensibilidad y trabajar con esmero en el oficio.
Uno de los mayores errores que puede cometer un poeta es creer que el arte de escribir poemas es algo que no requiere aprendizaje. La escritura poética necesita ser pulida, trabajada, corregida, y esto solo se logra a través del estudio y la disciplina. Por eso, es fundamental que los poetas, tanto noveles como experimentados, hagamos un esfuerzo por leer, aprender y mejorar de forma constante. Mario Benedetti lo dijo: “yo siempre escribo poesía y la corrijo mucho”.
¿Entonces qué hacemos para evitar los lugares comunes?
Primero aceptar que la primera versión del poema no es la última. Cuando yo escribo se me cuelan también algunos lugares comunes, no obstante tengo una regla que sigo a rajatabla: dejar reposar el poema y volver a él con mi gorra de poeta para empezar a pulirlo, limpiarlo, identificando lugares comunes, revisando las metáforas, pensando en cómo sonaría si digo esto o si digo aquello, qué emociones produce, etc. En otras palabras: le pongo mucha dedicación y aun así no soy infalible.
De igual forma, me han servido estos seis consejos de los maestros, que comparto contigo ahora:
- Cultivar una mirada poética original: esto no significa que debamos huir de temas universales como el amor o la tristeza, pero sí que debemos esforzarnos por encontrar una nueva forma de abordarlos. Es decir, transformar una imagen común en algo original.
- Observa lo cotidiano desde otra perspectiva: los grandes poetas encuentran belleza y poesía en lo que otros pasan por alto. En lugar de hablar de la tristeza como «lágrimas», intenta describir cómo se siente la tristeza en el cuerpo o cómo cambia la forma en que percibimos el entorno.
- Reescribe tus propios clichés: si detectas que un verso suena demasiado familiar, desafíate a reformularlo. Pregúntate qué otras palabras o imágenes podrían expresar la misma emoción de una manera inesperada. O si vas a usar una frase cliché a propósito, dale un giro novedoso.
- Lee poesía clásica y contemporánea: para desarrollar una voz poética original, es imprescindible conocer qué se ha escrito antes y qué se está escribiendo ahora. Leer a poetas de diversas épocas y estilos te ayudará a ampliar tu vocabulario poético y a evitar repetir lo que ya se ha dicho.
- Trabaja con imágenes concretas: los lugares comunes suelen ser abstractos, como «dolor» o «amor». Intenta bajar esas abstracciones a lo concreto: en lugar de «amor», describe cómo el amor se siente en una mirada, en un gesto.
- Apóyate en el silencio: a veces, lo que no se dice puede tener tanto peso como lo que se expresa. Aprende a dejar espacio para que el lector complete con su propia experiencia lo que no has mencionado de forma explicita.
El ‘yo poético’ en todos nosotros
Escribir poesía no es solo un acto creativo, sino también un acto de autoexploración. Cada uno de nosotros, escritores o no, tiene un «yo poético» que emerge en ciertos momentos de la vida, ya sea para procesar emociones, para expresar pensamientos profundos o simplemente para disfrutar del juego del lenguaje. Por otra parte, hay quienes deciden ir más allá de ese momento espontáneo, y desarrollan su yo poético de manera profesional.
La poesía es una disciplina que, como cualquier otra, puede ser cultivada. Con esfuerzo, dedicación y estudio, podemos afinar nuestra capacidad de expresar lo universal desde una perspectiva única. Todos tenemos el potencial para escribir versos que conmuevan, sorprendan y dejen una huella en el lector. Ese potencial solo se realiza de forma plena cuando estamos dispuestos a trabajar en él.
La arrogancia del poeta que escribe por escribir y cae en los lugares comunes no es más que una barrera a superar. Reconocer esta trampa es el primer paso hacia la creación de una poesía auténtica, que nos permita expresar lo más profundo de nuestra experiencia humana de una manera original y reveladora. Al final del día, el objetivo de la poesía no es solo expresar, sino transformar. Y para lograr esa transformación, tanto en nosotros mismos como en nuestros lectores, es esencial que abordemos nuestro arte con humildad, dedicación y un constante deseo de mejorar. Como dijo Rainer Maria Rilke: «No hay talento sin trabajo».