Escribe Guillermo Schavelzon
Una revolución de los escritores sería lograr un cambio radical en la relación entre trabajo y remuneración, modificando la práctica de pago al autor que, siendo el eslabón inicial de la cadena de valor del libro, termina cobrando al final, y solo si consiguió publicar y el libro se vendió, aunque vender no sea trabajo del escritor.
Con el desarrollo de las nuevas tecnologías, las posibilidades de circulación de una obra son muchas más, y con ellas los posibles ingresos del autor, por el conjunto de esas formas de difusión, analógicas, digitales, virtuales, y audiovisual, no solo son más, sino que hacen que la publicación de libros no sea su única fuente de ingresos. En Estados Unidos, las regalías por la venta de libros -analógicos y digitales-, representan menos de la mitad de los ingresos de los escritores. El resto proviene de las actividades presenciales tan importantes y bien pagas allí, y de la explotación de los derechos derivados de la obra, en todos las formas posibles. Una misma obra, múltiples formas de difusión.
La publicación en papel sigue teniendo un valor simbólico de consagración para el autor, pero a las editoriales se les hace cada vez más difícil recuperar en tiempos razonables la inversión, en una época en que la paciencia no es lo que caracteriza a los inversores.
Durante más de cien años la edición fue un proyecto educativo y cultural, ahora es una actividad industrial, lo que ha llevado a priorizar la rentabilidad sobre cualquier otro valor o interés. Pese a ello, los accionistas están inquietos.
En las grandes editoriales, que dominan dos tercios del mercado, los directivos, presionados para aumentar las ganancias descubrieron qué difícil es lograrlo, incluso acudiendo a los algoritmos más sofisticados para elegir qué publicar, por lo que eligieron crecer comprando editoriales, la manera rápida de sumar facturación sin aumentar los gastos, lo que ha tenido muchos efectos colaterales en la idea de éxito y calidad, sin que esto mejore sustancialmente la rentabilidad.
Dudo de que la industrialización y la concentración sean sostenibles. El problema reside en que no aumenta el número de lectores (o clientes), y no parece que nadie esté trabajando seriamente en ello. La tendencia de muchos Estados a “liberarse de todo” incluso de la educación, y de abastecer de libros a la escuela pública, no contribuye a mejor las cosas.
Que el camino es otro, es lo que sugiere el crecimiento de las editoriales pequeñas o independientes, que no publican lo que los algoritmos dicen que se podrá vender, sino que proponen nuevas lecturas. Surgen cada vez más, y crecen gracias a las herramientas y los bajos costos del marketing digital. Sus publicaciones llegan rápidamente a los lectores adecuados.
Las grandes cadenas de librerías se sostienen con los libros más comerciales, que las editoriales le entregan «en depósito» en gran cantidad, mientras los buenos lectores han migrado a librerías más chicas, fuera de las grandes avenidas y los centros comerciales, atendidas por sus propietarios, que deciden qué ofrecer, y no aceptan que se lo imponga el proveedor. Ninguna buena librería necesita hacer una torre de libros en la entrada.
Las librerías online resolvieron el problema de la falta de espacio, reduciendo la brecha de posibilidades entre editoriales grandes y pequeñas
Todo esto y muchísimo más, salió a la luz por primera vez en 2022, en el juicio The United States of America Vs Penguin Random House, que terminó impidiendo a PRH la adquisición de su competidor, Simon & Schuster.
Los más importantes directivos de la industria editorial de Nueva York, y escritores de ventas millonarias como Stephen King, acudieron a testimoniar, explicando procedimientos poco trasparentes de la industria y la venta de libros, con gran cantidad de gráficos y cifras de la realidad del negocio que nunca hubiéramos llegado a conocer. No sé si el veredicto de la juez fue lo mejor, porque un año después Simon & Schuster se vendió a un fondo de inversión multimillonario, ajeno al mundo editorial, focalizado en las industrias extractivas. Pero la informacion que afloró, fue un verdadero WikiLeaks de la edición.
Estos son los cambios que se están produciendo en el negocio del libro, pero no llegaron todavía a redefinir la participación económica del autor.
Los autores que ya han demostrado lo que pueden vender, que son una minoría, alteran este orden al cobrar adelantos a cuenta de sus derechos (“El mejor editor es el que paga el anticipo más alto” decía Carmen Balcells). Pero los escritores cuya calidad, aporte o investigación es incuestionable pero no se tienen un público amplio, tendrán muy difícil revertir la situación, aunque tendrán a su disposición otras formas de difusión de su producción.
Tradicionalmente, los autores podían aumentar sus ingresos negociando mejores regalías con las editoriales, pero hoy no parece ser una opción, porque las ganancias de la editoriales son bajas, no hay mucho margen para exigir más, sin que se traslade al lector subiendo los precios, o implique un ajuste a los otros eslabones de la cadena, editores, traductores, correctores y diseñadores, que son quienes garantizan la calidad de cualquier publicación. Ninguna de las dos opciones parece recomendable.
Explotar todas las opciones de difusión de una misma obra a través de todas las posibilidades digitales, virtuales y audiovisuales, desarrollando al máximo los derechos derivados, permitiríaa los escritores ganar más, pero no por escribir y publicar más, sino por obtener otros ingresos de lo ya escrito.
El aumento de otras formas de difusión no afectará a la edición ni a la venta del libro tradicional, que no veo en peligro, y que puede beneficiarse por el aumento de la promoción de una obra o un autor. De todos modos, quienes dicen que “prefieren ver la serie en lugar de leer la novela” -aunque igual repercutirá en los ingresos del autor-, no afectan a la venta de libros, porque, aunque la serie no existiera, tampoco lo comprarían.
“Los autores inician la revolución” es el título de un artículo del diario La Vanguardia de Barcelona, del 8 de agosto 2024, en el que pone a la autoedición como ejemplo revolucionario, tomando el caso del super ventas suizo Jöel Dicker, (“Me lee todo el mundo, eso es lo que me fascina” El Independiente, 9.4.2002), que decidió hacer su propia editorial para publicar sus libros. El ejemplo no es bueno, porque no parece un acto de un joven millonario que quiere cambiar las cosas, sino la típica reacción de quien no puede aceptar que, después de publicar su primera novela a los 25 años tuvo tanto éxito, se vendieron varios millones de ejemplares, se tradujo a 40 idiomas y se vendió al cine y a la televisión, es muy difícil lograr más con las siguientes
Cuando se comienza tan alto lo que sigue suele ir a menos, como de hecho sucedió con sus siguientes novelas, y es bastante habitual responsabilizar a la editorial. Que la decisión de autopublicarse no es el inicio de ninguna revolución, lo muestra el hecho de que contrató la gestión y la distribución de su editorial con uno de los grupos multinacionales más grande de Francia y Estados Unidos.
Que la autoedición o auto publicación pueda llegar a ser un recurso posible, no lo descarto; pero lo que no tiene sentido es subir un archivo en bruto a alguna plataforma, sin que el autor pueda contar con el trabajo de edición y preparación de un buen libro, que es lo que optimiza la calidad de la publicación.
En una época que presume de sostenibilidad y transparencia, es esencial conocer y debatir cómo se producen y se reparten los beneficios a lo largo de toda la cadena del libro, para encontrar formas más modernas de participación del autor.