Círculo de Lectores
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Liliana Blum: «El miedo nos define como seres humanos»

Esta es una entrevista a Liliana Blum cuyas respuestas se presentan a modo de aforismos que giran en torno al miedo y sus consecuencias.

Una entrevista de Salvador Luis Raggio

En el año 2020, ya entrada la pandemia, le envié un largo cuestionario a la narradora mexicana Liliana Blum (Durango, 1974). He incorporado la mayoría de sus respuestas al siguiente texto recopilatorio, a modo de aforismos. En estas reflexiones, me parece, existe un fascinante documento testimonial. No solo en lo que respecta a sus parámetros estéticos, la forma y el discurso literarios, sino también a su visión de mundo, y cómo esta última se interconecta con la notable realidad de su obra narrativa. A continuación, las palabras seleccionadas.

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Me gusta explorar los engranajes del ser humano, indagar los mecanismos internos que provocan nuestras acciones. ¿Bajo qué circunstancias una persona usualmente buena es capaz de cometer un acto de profunda maldad? ¿Cómo hace la gente que no encaja en el mundo, para vivir? Creo que los seres humanos son las criaturas más fascinantes que existen.

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Cada persona (o personaje) es un mundo en sí mismo y rara vez es compatible con esos otros seres que lo rodean. Al final hay relaciones que se sostienen en interés, obligación, u otras circunstancias pragmáticas, pero las relaciones íntimas (lo que nos gusta llamar amor, solidaridad, comprensión) rara vez prevalecen o son sostenibles por un largo tiempo. Es como si estuviésemos incapacitados para ver y aceptar al otro.

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Uno puede pensar lo peor de las personas, y por lo regular uno se queda corto. Esto se canaliza en la obra en las situaciones crudas, a veces brutales, por las que los personajes atraviesan. Sin embargo, creo que también tengo una parte muy idealista que se puede ver usualmente en los finales: siempre hay un poquito de esperanza, de redención, o de justicia. Desde luego no hablo de un final feliz, un final Disney, pero sí un final en el que hay un gramo de redención, una pizca de esperanza, un poco de justicia.

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Creo que el pesimismo u optimismo de un autor enriquece o empeora un texto; y que eso le da un tinte de honestidad, porque se permea la postura del autor para ver el mundo y cubre sus letras de esa misma visión, que para mí es lo más enriquecedor de leer.

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El miedo como una de nuestras estructuras básicas, instintivas, que obedece a factores que a veces ni siquiera podemos definir. El miedo a no repetir las experiencias malas, pero también el miedo primigenio. El miedo al abandono, el miedo a lastimar a los que amamos, el miedo a la soledad. Creo que el miedo nos define como humanos y también guía nuestras acciones desde mecanismos que no logramos entender.

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La respuesta correcta debería de ser: “cuando escribí mi primer cuento”, pero de hecho la respuesta real es: “cuando se presentó mi primer libro de cuentos”. Ya sé que eso suena un poco como una quinceañera mexicana que se presenta ante la sociedad, pero en mi caso fue así. A pesar de que me editó por primera vez una diminuta editorial independiente de la ciudad de Tampico (Voces de Barlovento), la realidad de ver mis primeros cuentos publicados, no en carne y hueso, sino en papel y tinta, la gente sentada frente a mí y los presentadores, le dio realidad a esta sensación ambigua de sentirse escritor.

Liliana Blum
Escritora mexicana Liliana Blum

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Creo que la Liliana que publicó su primer libro en 2003 ha evolucionado. No es lo mismo, pero camina sobre el mismo camino, kilómetros adelante. Creo que en el proceso he encontrado mi verdadera voz y he terminado de perfilar mis leitmotifs: mis obsesiones y miedos se han perfilado hasta volverse filosos. Así que de alguna manera sí le he sido fiel a esa Liliana, pero con un upgrade.

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Desde pequeña, siempre me sentí un poco fuera del mundo: es decir, que no había un lugar para alguien como yo. Quizá por eso los seres que no encajan en el mundo y tienen que abrirse paso en él a pesar de su anormalidad (causada por la razón que fuere) siempre han sido de mi interés. La gente normal, la que es igual a toda la demás, la que se puede encasillar dentro de grandes clasificaciones, la que se puede predecir, me parece lo más aburrido del mundo.

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Cuando escribo jamás pienso en cómo va a ser leído mi trabajo, o cómo sería clasificado. No me detengo a pensar en lo que opinarán mi familia o amigos al respecto. Yo solo trato de contar la historia de un personaje que se encuentra en pugna con el mundo y sus expectativas. Si mi obra resulta un poco anormal o fuera de tipo, es tan solo un efecto secundario.

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Nunca he escrito algo pensando que imito a alguien. Para mí funciona más bien como un proceso de fotosíntesis. Uno absorbe las distintas lecturas a lo largo de los años, así como las plantas la luz del sol, y después esa energía (conocimiento, reacciones, emociones) que generan las lecturas, unida a nuestras propias experiencias, nuestra personalidad, carácter, son el material que se usa para crear algo nuevo y único.

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Los cuentos nacen de una idea o impresión en mi cabeza y se desarrollan a medida que empiezo a escribir. Desde luego siempre edito. Con las novelas sí hago una planeación previa, un bosquejo general de la historia: soy flexible a la hora de seguir el mapa, pero al menos me da un rumbo general hacia donde avanzar con la historia.

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No me atrevería a escribir de algo que desconociera totalmente, ni es mi labor como novelista “enseñarle” al lector algo que no sabe y que yo investigué: me concentro en contar una historia universal, que indague en los motivos de la naturaleza humana, y no en alguna manera o tópico investigable.

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Representar. Contar una historia vista a través de mis propios ojos, es decir, de la manera como yo veo el mundo. Sin duda el solo hecho de escribir sobre un tema supone una postura, pero no ha sido jamás mi afán decirles a mis lectores cómo deben pensar, o decirles: esto está bien, y esto otro, no tanto. Aspiro a que mi historia los sacuda, los conmueva o los enoje y, tal vez, a través de estas emociones, se cuestionen su manera de pensar en torno a un tema que ya daban por hecho. Es decir, la reflexión como un efecto secundario del impacto de la historia.

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Es un circo de tres pistas y hay que actuar simultáneamente en ellas. Por un lado, está la dificultad de escribir. Literalmente, de sentarse y producir un cuento, una novela, y trabajarla hasta el cansancio. Por otro lado, está quizá la mayor dificultad, que significa tocar puertas en las editoriales, hacer equilibrio, aguantar los rechazos que caen como sillas sobre la cabeza, y volverlo a intentar hasta que en algún momento se abre como un resquicio, una pequeñísima oportunidad. Al mismo tiempo, vivir en un país como México, donde la media de lectura es medio libro por año, supone un gran acto de fe, pensar que alguien va a comprar y leer tu libro. A esto se le podría agregar también el factor de que al menos hasta hace muy poco, el medio literario mexicano ha sido dominado por hombres, y todavía hay que ir en contra de esa inercia machista que hace que, por ejemplo, algunos de mis colegas califiquen mi literatura como “cosas de señoras”. Así es que sí, ha sido difícil llegar a ser escritora.

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Alguna vez una señora en un club de lectura me dijo, muy enojada, que ella se había rehusado a leer mi novela porque el mundo ya era los suficientemente feo como para leer mis historias también. Sin duda lo que escribo no es para todos; sin embargo, los que se han vuelto mis lectores disfrutan esta particularidad de mi literatura y de alguna manera esperan más de eso mismo.

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En mi caso, desde niña mi forma de entender el mundo siempre fue a través de las historias: en las canciones, en la televisión, en los libros. Desde que comencé a escribir, mis textos han sido una forma de explorar el mundo hacia afuera, y también dentro de mí. He descubierto aspectos muy personales de los cuales no tenía idea, solo luego de verlos repetirse una y otra vez en mis textos.

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Los libros son capaces de evocar historias que con la imaginación necesaria pueden sentirse como reales. En ese sentido están vivos. Son además la prueba palpable de genio y vida de alguien más, el autor, que aunque quizá ya haya muerto, permanece a través de su obra. Al mismo tiempo, un libro puede permanecer cerrado por décadas, inerte, desconocido, hasta que un lector lo toma en sus manos y lo lee. Entonces se activa.

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Leer sí, sin duda. Es la razón por la que leo: para evadirme de mi propia realidad y trasmutarme en alguien más, y vivir otra vida.  Escribir no me ayuda a escapar, pero me ayuda a entender cómo funciona lo que me rodea.

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Me interesan los personajes que no encuentran su lugar en el mundo, que no logran encajar porque son y se saben diferentes. Otra de mis obsesiones somos las mujeres: ¿por qué hacemos, permitimos, toleramos ciertas cosas de parte de los hombres? Mi teoría es el miedo a la soledad. Que a la mujer en nuestra cultura se le inculca que no puede estar sola, que no es nadie si está sola. Esta es una de mis obsesiones y algo que exploro en gran parte de mis textos.

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Aunque no me lo había planteado así, ahora que lo mencionas, creo que es un texto sobre la disconformidad (Pandora). Es decir, todos los personajes de esa novela no están conformes con su vida: Gerardo es infeliz en su matrimonio porque a él le gustan las mujeres obesas y su esposa siempre está haciendo ejercicio y a dieta. No es solo la incomunicación, es el miedo de asumirse distinto a todo lo que la sociedad, la cultura, los medios, te dicen que es la norma. Abril, la esposa de Gerardo, está inconforme también con su matrimonio: nota la distancia de su marido, sospecha que hay engaño. Ella tampoco está conforme con su cuerpo y vive una diaria batalla con él. Pandora, por su parte, está inconforme con la manera en que el mundo la ha tratado: con burlas, agresión, desdén, asco, desamor. Ella quiere ser amada, aceptada. Ante esta inconformidad, mis tres personajes se lanzan a tratar de alcanzar lo que quieren: Gerardo, su fantasía y deseo sexual; Abril la verdad de las cosas; Pandora, el amor.

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La verdad es que vivimos envueltos en una camisa de fuerza que nos impide total libertad. Es decir, tenemos una noción de libertad y nos gusta creer que somos libres, pero en el fondo nos rige lo que nos rodea: la opinión de los familiares, de los colegas, de los amigos. Los mensajes que nos mandan los medios sobre los estándares de belleza, las cosas a las que deberíamos aspirar. De manera inconsciente, estamos atrapados en estos cánones y cuando no nos ajustamos a ellos, nos sentimos culpables, u obligados a vivir una doble vida, vergonzante, porque sabemos que estamos fuera de lo que los demás aprueban o consideran normal. En Pandora se explora ese salirse de las normas, ese ir en contra de los estándares impuestos.

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Así es. Hay una enorme crítica social en esa novela (Pandora) respecto a las expectativas en cuanto al cuerpo de la mujer. Para tener un cuerpo aceptable, es decir, que se parezca a los cuerpos que los medios bombardean constantemente como el ideal, hay que estar en una dieta hipocalórica y estar muy por debajo del peso normal para una mujer. Es algo que las niñas aprenden desde muy pequeñas. Incluso las mujeres cuyo cuerpo dista de parecerse a estos estándares tan duros, distan de ser felices: viven con culpa, sintiéndose menos valiosas, feas y no deseadas. Es un tema muy complejo sin una solución sencilla: es difícil desaprender algo que se ha inscrito tan profundamente en la psique social.

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Intento no presentar una visión maniquea del mundo, algo que sea o puro o corrupto, sino mostrar toda la gama de grises que hay entre uno y otro extremo. Por eso las diversas voces en mis novelas, los distintos ángulos de mirar la misma cosa, y mi intento por mostrar a todos mis personajes desde el punto de vista más humano, a pesar de que sean unos monstruos o de que tomen las decisiones equivocadas.

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Los personajes, al igual que las personas reales, tienen siempre sus propias agendas y sus motivaciones: también llevan a cuestas sus propios miedos, experiencias y formas de ver el mundo. Justamente ese es el motor de cualquier historia: cuando se enfrentan sus cosmovisiones. En el caso de El monstruo pentápodo es muy claro: Raymundo quiere secuestrar una niña y solo piensa en su propio placer; Aimeé, por su parte, quiere ser amada, sentirse enamorada y, sobre todo, no quiere ser abandonada.

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La sexualidad es algo tan poderoso en el ser humano que a veces pienso que en realidad todo lo demás gira en torno a ello, aun cuando pretendamos que no es así. Y más allá de la sexualidad, muy por encima de ella, está el poder de ejercerla, de someter a otros a los propios impulsos sexuales, lo quieran o no. Ciertamente es lo que sucede en esta novela (El monstruo pentápodo)  y es terrible: tan terrible como la realidad que viven millones de niños en el mundo a cada segundo.

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Creo que hay mucha cercanía entre Gerardo y Raymundo: ambos tienen una pulsión sexual y los dos asumen que pueden disponer de una mujer y de una niña como meros objetos para saciar su deseo. Gerardo lo hace a través del engaño y la manipulación, aprovechándose de que Pandora está enamorada y hambrienta de cariño y aceptación; Raymundo lo hace aprovechándose de Aimeé como un instrumento, y de la niña como un mero pedazo de carne. En esencia, ambos personajes masculinos son muy parecidos. La única diferencia es que Pandora, por ser mayor de edad y estar involucrada en una relación con él, parece dar su consentimiento.

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Nos gusta creer (quizá porque el mundo sería más sencillo así) que las cosas son blancas y negras. Que la gente es buena o mala, siempre en los extremos. La realidad es que los tonos de grises son infinitos, y la mayoría de las veces cualquier acción tiene un trasfondo que provoca que emitir un juicio no sea tan sencillo. Si conocemos a los personajes, sus motivaciones, pasado, sufrimientos, fracasos, sueños, defectos y demás, una vez que quitamos esa cáscara y nos asomamos para ver al ser humano, podemos entender mejor. Y entender es aceptar y hasta (un poco) perdonar.

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Pienso que a pesar de que la mayoría de mis textos son de corte realista, no intento documentar la realidad tal cual es: intento contar una historia que tenga algunos elementos anclados a la realidad (a veces) o al menos que puedan ser verosímiles dentro del mundo real. Intento contar una historia y mostrarle al lector cómo se ve el mundo a través de estos mis ojos, mi cerebro (¿será confiable?), y a través del filtro de mis experiencias, mis obsesiones, miedos, defectos. Eso es algo soñador: creer que lo que tenemos que decir o que la manera en que percibimos al mundo es algo que le podría interesar a alguien más.

* Quisiera pensar que seguiré escribiendo y que con cada libro aprenderé un poco más. Quisiera pensar que puedo seguir explorando los temas que me llaman la atención y me apasionan, sin dejarme llevar por las modas o tendencias literarias. Quisiera pensar que lo anterior hará que mis lectores se depuren, pero se vuelvan más fieles a lo que yo hago. Ahora mismo estoy a cuatro días del lanzamiento de mi nueva novela, Cara de Liebre, que sigue por la misma línea de Pandora y El monstruo pentápodo. Trabajo también en una novela juvenil que será un poco fuerte como las otras novelas. También proyecto un libro de cuentos de corte sobrenatural, para retarme un poco. No sé a dónde va Liliana Blum como autora, pero espero que el futuro sea generoso con ella.

Salvador Luis Raggio
Salvador Luis Raggio Miranda (Lima, 1978). Se licenció en dirección de cine y literatura y es doctor en Lenguas Romances. Ha publicado colecciones de cuentos y novelas cortas, y participado en antologías nacionales e internacionales. También ha escrito diversos ensayos y editado los libros académicos. Actualmente se desempeña como catedrático de humanidades en los Estados Unidos y dirige la revista de ficción insólita Cósmica Calavera. Sitio web: www.salvadorluis.net

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