Una entrevista de Alessandra Tenorio
Un nuevo libro de Juan Cristóbal nos sorprende y nos ilumina en estos momentos aciagos. «Desde esa luz que ya no veo» (Grupo Editorial Arteidea) es el pretexto para conversar sobre su poesía, su visión del mundo y compartir las reflexiones de un autor comprometido que conoce a la perfección su oficio.
Juan Cristóbal, al terminar la lectura de tu libro me vino a la memoria el verso de Vallejo «Cómo hablar del no-yó sin dar un grito», ¿cómo escribir de la muerte, de la desesperanza y luego continuar? ¿Es la escritura para ti una catarsis, un bálsamo o un acto doloroso en sí mismo?
Todo ello. Me explico. Fue y es un proceso: desde el pensar hasta el acto de aceptar sus posibilidades y presencia, sus consecuencias, sus dificultades, realizaciones, postergaciones y desalientos. Es enfrentarse a todo ello, desde lo idealizable hasta lo impostergable, pasando por abismos y luces diversas.
En muchas entrevistas has mencionado cómo la muerte de Javier Heraud, amigo y compañero de generación, te marcó profundamente. También, has escrito mucho sobre la muerte y la desazón frente al mundo actual. ¿Por qué crees que estos temas te acompañan desde siempre, Juan Cristóbal?
Es como la infancia, que nos lleva marcados para toda la vida. Hay temas que te son caros, afines y benignos. Con el tiempo uno va decidiendo. Cada etapa del escritor es diferente. Y cuando ya te decides por alguno o algunos temas, tienes que ser fiel hasta el final. Para mí, la muerte y la desazón del mundo en que vivimos ―como bien dices― son mis elementos finales y para los cuales me he preparado a enfrentar. Y no desde la incongruenta incertidumbre, sino desde el conocimiento de lo que son y significan, tanto en la reflexión personal como en la vida diaria de su realidad y transformaciones. Porque cada día o minuto es una señal diferente en nuestra conciencia que es importante revelar, sentir, enfrentar y conocer.

El poeta Bernardo Álvarez dice a propósito de tu libro: «Esa luz que no ves. Claro, no la ves porque esa luz la proyectas tú, a través de tus palabras, de tu poesía». Coincido con él. Siempre me ha sorprendido cómo en tus textos existe ese claroscuro: puedes hablar de temas dolorosos, pero con un lenguaje poético que ilumina, sobrecoge. ¿Cómo lograr ese balance? ¿Cómo hablar de lo terrible sin perder la estética y la plasticidad de las palabras?
Ahora que hablan de ello ―tú y Bernardo, de manera benévola― me siento sumergido en una interrogante de cómo hago lo que dicen. No es una expresividad consciente, sino sospecho que viene de mi infancia, que fue tierna pero dolorosa. Y tal vez de esa alquimia que nos dan los años, especialmente los finales, se produce ese balance del cual hablas. Por eso escribí en la contracarátula [del poemario] algo que me vino de pronto a la memoria, cuando me pregunté: «¿Y qué he tratado de escribir en este libro que titulo Desde esa luz que ya no veo?». Y pude contestarme, como alentándome en mi vivencia [el autor lee el texto que aparece en la contratapa del poemario]: «Si tuviese que decir qué son o significan estos versos y de dónde y cómo surgieron, lo dirían con palabras muy sencillas: “De esa experiencia que se me presentó alguna vez, de manera muy lejana, los recuerdos en los ojos de mi muerte: al igual que ese viejo y oculto remolino cuando merodeaba las huellas agrietadas de la noche, mientras arrastraba sombras y pueblos olvidados».

Juan Cristóbal, encuentro dos textos que contrastan con el tono del libro. El poema 5, que es un diálogo entre una madre y su hija, y presenta a la hija cómo un símbolo de paz, de armonía, de limpieza, y el poema final, que contrasta la muerte con la inmortalidad. ¿Qué puedes comentarnos sobre estos textos de alguna manera disruptivos en el conjunto del libro?
Un libro (o poemario) no es un mismo sentimiento (abstracto y lineal). Porque los sentimientos, aún cuando sean lo que se expresan, no tienen la misma carga de experiencia e intensidad, ni en una persona, ni en cada una de las demás. Cada quien tiene honduras que se van tallando de diferente forma por cada experiencia o pensamiento que realiza. En el poema 5, trato de explicitar lo que puede ser el Paraíso, en el marco de una experiencia dolorosa. En el poema final, hablo de la muerte reconociéndola en su inmortalidad. Son contradicciones que vienen de un momento determinado, que a su vez surgen de una experiencia determinada, que quizá alguna vez se me presentó en la realidad o en el sueño (que es una de las formas de la inmortalidad).
Juan Cristóbal y el poema
5
(Desde la piel y la memoria)
La madre salva a su hija de un incendio. La hija le pregunta:
«Madre, ¿todo es vergüenza, odio y olvido?». La madre no
contesta, llora. La hija le dice: «¿Y dónde está el Paraíso?». La
madre contesta: «En tus ojos, hija mía, en tus ojos».

Ibas a leer un testimonio en la presentación, pero esta no se realizó y lo publicaste en tu Facebook. En una parte dice: «[he] sabido trajinar por caminos y recuerdos que tuve que redescubrir para poder avanzar, casi invisiblemente, en la escritura (…) ahora que miro y leo estos textos, recuerdo que no fue fácil recuperar las llaves que me llevaron a sus puertas». ¿Es este un libro testimonial? Es decir, en 2004, publicaste un libro llamado Final de vida, ¿es otro «final de vida»?
Por todo lo que hemos venido diciendo te darás cuenta de que la carga testimonial en un libro es enorme y decisiva. Y como también hemos dicho, cada instante del poeta y ser humano es un «final de su vida» de ese momento y luego vendrán otros «finales de su vida», hasta el final de su vida. Desde donde comenzará un nuevo camino o derrotero que lo llevará a la inmortalidad de su mortalidad. Todo lo cual hace del ser humano (y del escritor) un ser profundamente contradictorio en su mortalidad (o inmortalidad).
Finalmente, en el poema 18-A dices: «Dejar de vivir sería un alivio». Más allá de la voz poética, ¿qué dice el poeta? ¿Es cierto este verso? ¿Por qué?
Vivir no es un alivio. Morir, ¿lo sería? Espero que me creas.
Juan Cristóbal
(Lima, 1941), seudónimo de José Pardo del Arco.