Escribe James Quiroz
Por encima de otras artes, siempre me ha intrigado el misterio de la música. Cada artista es un universo y la dedicación para escuchar y estudiar a cada artista es proporcional a la devoción que se le tenga. A veces esa labor requiere tener un conocimiento previo: lecturas, una recomendación, etc. Paul McCartney es uno de esos misterios.
La música exhibe nuestro espíritu y, personalmente, componer una canción me resulta más estimulante que escribir un poema. El fenómeno compositivo puede ser espontáneo y siempre le antecede un estado de inquietud mental que preste las condiciones para la creación. Puede darse antes de coger el lápiz, el papel o el instrumento o “en la marcha”.
McCartney, el creativo
En el primer caso, están los que un día se levantan y tienen el poema o la canción en su cabeza y solo la transcriben. Paul McCartney ha confesado que Yesterday, el tema musical más versionado del mundo según el Record Guinnes, le vino en un sueño. Lo único que hizo fue despertar, sentarse frente al piano y grabar de inmediato la melodía para no olvidarla. Son casos excepcionales, pero puedo dar fe de que algunas canciones se pueden gestar en esas circunstancias. En cambio, se puede crear “en la marcha” cuando la canción se va asomando a medida que el creador va improvisando o ejecutando su instrumento hasta encontrar una pista primitiva adecuada que se convierta en definitiva. Siguiendo con Paul como ejemplo, en el documental Get Back podemos ver cómo el beatle, a primera hora de la mañana, frente a un Ringo y George aún somnolientos, coge su bajo como si fuera una guitarra rítmica y, de la nada, esboza la melodía primitiva de Get back. El resto es sencillo, darle forma a la melodía definitiva, armar la estructura y escribir una letra decente.
Como en la poesía, puedes tener el tema rondando por tu cabeza (o no tenerlo) y de pronto experimentar esa insinuación de ritmos y palabras. Hay algo de automatismo, pero solo algo, porque no es del todo arbitrario el desarrollo de la creación al estilo bretoniano, sino que es el mismo autor el que da orden, consistencia y forma a su discurso. Su “automatismo” es deliberado (ninguna fuerza sobrehumana le dicta a uno lo que tiene que decir). Es el propio autor y no las musas o una “fuerza superior” quien interpreta hacia donde lo está llevando la creación. Es un proceso extraño, terrible y extraño, una lucha encarnizada que solo termina cuando la creación se aproxima y se consuma.
Como bien señala María Gómez Ávila en su artículo “Creatividad y proceso artístico: ¿Inspiración divina o procesos cognitivos?” la concepción de la creatividad como un influjo divino, reservado a unos cuantos dotados, fue propia de períodos históricos tales como la Grecia Antigua, la Edad Media y el Renacimiento. En la actualidad, se ha reconocido que la creatividad y el ejercicio de esta en el trabajo artístico son procesos cognitivos que cuentan con sustratos neurofisiológicos orientados a adquirir y gestionar información mediante los sentidos y las experiencias, es decir, la creatividad requiere del trabajo con representaciones mentales. En ese sentido, el acto creativo es una capacidad del cerebro humano que se nutre de los conocimientos y experiencias para activar un gran número de representaciones mentales en un mismo momento con la finalidad de descubrir nuevas asociaciones e interpretarlas en forma de soluciones eficientes e innovadoras ante retos desconocidos; ergo, podríamos considerar la creatividad como un proceso cognitivo[1].
A menos que alguien escriba con molde y a sueldo, no es fácil lidiar con el resultado final de la obra. He allí que la interrupción profana proveniente del exterior produzca dolores de cabeza y frustradas situaciones. Algo que siempre me he preguntado es ¿de qué depende que el producto final pueda resultar impactante para nuestros sentidos? ¿por qué algunas canciones o poemas pueden sonar tan increíblemente apabullantes, descorazonadoras, deprimentes, intensas, energéticas o tristes?
También es verdad que, con ciertos conocimientos previos, con cierto oficio, podemos “recrear” en el lector/oyente una creación que complazca sus sentidos (dichas composiciones suelen llegan a ser éxitos comerciales). Se puede crear bajo fórmulas seguras. El quid está en exteriorizar fielmente esa desesperación genuina y en transmitir esa desesperación al escucha quien sentirá que alguien narra su historia, aquella que no ha sido capaz de expresar ni plasmar.
Paul McCartney es un compositor virtuoso y versátil, eso no admite discusión. Pero, ¿en cuál de todas sus canciones está realmente su esencia? ¿En Let it be? ¿En Hey Jude? ¿En Helter Skelter? ¿En Eleanor Rigby? ¿En All my loving? ¿En Obladi Oblada? ¿Estará en sus álbumes electrónicos, en los de música clásica, en los de jazz? A veces pienso que Paul es un genio. Por esa capacidad de convertir en éxito todos los géneros que se planteó. Pero en otras ocasiones, también creo que es un embustero, un oficioso disfrazado en su ropaje de músico disciplinado que nos hace creer que es un rockero, un baladista, un blusero, un eternizador de coros y estribillos memorables.
Como buen hacedor de éxitos, la mayoría de sus canciones sigue un patrón melódico predeterminado, una cuidada estructura conformada por una interesante intro, un estribillo, un coro ganador y un mejor final. Una impecable producción. Esa es la fórmula. La gracia natural de los artistas pop. Siempre he creído y sigo creyendo que todos los artistas aspiran a eso. Al reconocimiento unánime. A ser comerciales. El ser comercial no tiene que ser visto necesariamente de manera negativa. No creo que Leonard Cohen, Lou Reed o Bob Dylan hayan renunciado en sus mejores épocas a ser masivos, aunque sí creo que fueron conscientes de que no lo serían al mismo nivel que otras artistas de su tiempo. El problema está en que cuando se quiere ser puro y honesto se renuncia al producto pop, ya que no siempre la honestidad artística y el pop van de la mano. Esto le ocurrió a Vallejo con Trilce o a la Velvet Underground con sus primeros discos. Cuestión de talento, perspectiva artística y estrategia. Pocos son capaces de conciliar lo artístico con lo comercial sin sacrificar autenticidad.
Equilibrar libertad creativa y negocio es también todo un arte y los Beatles lo sabían.
[1] María Gómez Avila. Creatividad y proceso artístico: ¿Inspiración divina o procesos cognitivos’”. En A y H. Revista de Arte, Humanidad y Ciencias Sociales. https://scholar.google.es/scholar?hl=es&as_sdt=0%2C5&q=Creatividad+y+ejercicio+art%C3%ADstico%2C+%C2%BFinspiraci%C3%B3n+divina+o+procesos+neurocognitivos&btnG=.