Escribe James Quiroz
Lima, 27 de octubre, 9:15 P.M., la espera ha terminado. El público ha activado las cámaras de sus celulares, aguarda, excitado, el ansiado momento, por el cual han esperado cuatro meses interminables, luego de que anunciaran la fecha del concierto.
Chris, el DJ que lo acompaña en sus giras, no hace mucho ha terminado su labor. El escenario espera a los artistas, solo quedan a un costado los técnicos en sus puestos. Las imágenes proyectadas en las dos pantallas gigantes se suceden con fotos de distintas épocas, ahora queda en primer plano la imagen de su bajo, símbolo inequívoco de su leyenda, los vientos psicodélicos de A day in the life, el acorde final en Mi mayor y la frase final de The end cierran las mezclas preparadas por Chris que han paralizado corazones a generaciones esta noche; el tiempo, desde este momento se detiene, ahora retumba el murmullo constante y cada vez más persistente de las 45 mil almas que permanecen en vilo, un canto coral que al unísono domina la atmósfera del Estadio Nacional, alaridos, nervios, un tobogán acelerado de emociones que se incrementa cuando la leyenda viva de la música, de 82 años, aparece ante el júbilo apabullante que ha esperado diez años para verlo.
Lleva colgado su inseparable bajo Höfner, lo acompañan sus músicos, saludan con las manos al público que los aguarda desde las 5PM, hora aproximada en que se abrieron las puertas del estadio; los fanáticos de las primeras filas lo tienen frente a sus ojos, los demás, frente a las enormes pantallas instaladas cada una a un costado del escenario, gritan, corean su nombre, se alteran, no pueden creer lo que están viendo, un beatle, por tercera vez en Lima, está frente a ellos, cercano, sobrio, impecable. Los artistas toman sus ubicaciones, se escucha un conteo, el mágico acorde en sol mayor que abre el álbum A hard day’s night (1964), el disco con el que empezó todo, el acorde que simboliza la beatlemanía, el público explota extasiado.
Llegamos la mañana del sábado a Lima. Después de un generoso desayuno de mediodía en familia, enrumbamos en taxi al Belmond Park Hotel de Miraflores para asediar a la leyenda. No había mucha gente a esa hora pero a medida que pasaba la tarde los fanáticos comenzaron a apostarse frente a los cercos de metal de las inmediaciones con la esperanza de ver a Paul abandonar el hotel. En Montevideo había salido a ensayar un día antes del concierto, así que muchos guardaban esa expectativa. Los más jóvenes, los que lo verían por primera vez, mantenían la ilusión intacta de que les correspondiera los saludos y las muestras de afecto. Los que lo habíamos visto más de una vez sabíamos que eso no sucedería. Pero quién es uno para quitarle la ilusión a un fanático. Cómo se mide el fanatismo entre fanáticos. ¿Y si Paul sí salía? Por eso, hicimos guardia a las dos entradas del edificio, de salto en salto entre la principal donde se congregaba el mayor número de fans y curiosos, y la discreta puerta trasera, por la que alguna vez fugó para irse a un malecón de Miraflores a montar bicicleta sin ser reconocido por sus admiradores, solo por las cámaras de Magaly TV.
Algunos cánticos beatleros al son de una guitarra para matar el tiempo y de paso el vibrante clásico español en vivo en mi celular. Idas y venidas, cantos espontáneos, coros con su nombre, pero Paul nunca salió. No había salido desde la noche del jueves 24 de octubre que arribó desde Córdoba y, sin contar su salida rumbo al estadio el día del concierto y una breve e inexplicable inspección -presunta fuga – por la puerta trasera el día de su partida, no habría de salir hasta dicha fecha, miércoles 30 de octubre en que saludó a sus incondicionales fans desde la ventana de su auto, cuando partía rumbo al aeropuerto con destino a Bogotá y de paso se llevó algunos obsequios; en total, siete días y seis noches los que el beatle permaneció en nuestro país, disfrutando de su suite y del amor de los peruanos. Todo un record de estadía. Algo histórico y nunca antes visto en una gira, que yo sepa.
Al caer en cuenta de que Paul no saldría, recién a las cinco de la tarde fui consciente de la hora y fuimos a almorzar. Más tarde recogimos nuestros disfraces del Sargento Pimienta que habíamos mandado a confeccionar: Yo de Paul, ella de Ringo. Volvimos al hotel para una última vigilia, saludamos a los amigos de la comunidad beatle y, para cerrar el día, nos relajamos en el Bowling, luego una cena ligera cerca a la calle de las pizzas.
El domingo empezó temprano, con la expectativa al tope. Nos tomamos fotos con nuestros trajes del Sgt Pepper junto a la familia y partimos rumbo al estadio para disfrutar el Experience Hot Sound, un paquete exclusivo que ofrecía, además de un asiento en las primeras filas y acceso a la prueba de sonido, una recepción de bienvenida con música de los Beatles de fondo, comida vegetariana, tragos, gaseosas, refrescos, piqueos, regalos conmemorativos del concierto por parte del equipo de Paul McCartney y acceso prioritario a nuestros asientos numerados. Mientras ubicábamos la puerta 5 de la calle José Díaz y buscábamos camisetas y poleras para comprar, la gente nos paró varias veces para sacarse fotos con nosotros. Aceptamos complacidos. A continuación, nuestras fotos de rigor con el estadio a nuestras espaldas para perennizar el momento antes del control, antes de pisar, por fin, el Nacional.
A medida que íbamos entrando al estadio certificábamos que era real, que la emoción de estar allí era la misma que habíamos imaginado. Una amable comitiva nos dio la bienvenida y nos invitó a disfrutar la experiencia. Y aquí empezó la aventura. La aventura de sentirse consentidos y reconocidos todos, como una comunidad secreta. Unos con el atuendo del Pepper, otras caracterizadas como Paul en la película animada Yellow Submarine, otras con el chalequito tejido que usaba Paul en 1967, en su época psicodélica. Entre lo más destacado: la sazón de la comida vegetariana (Paul es vegetariano desde los años 70), la cordial atención personalizada y la ventaja de esperar en un ambiente privado del estadio hasta minutos antes del concierto. Más fotos, comunión y comida y fans locos, insaciables.
Se anunció la primicia de que Paul ya había salido del hotel y estaba en camino. Llegaba la hora del soundcheck, previa indicación del equipo de Paul: Nada de grabaciones ni llamadas ni mensajes ni en vivos durante la prueba de sonido, solo fotos. Nos dirigieron a la zona indicada del campo. Primero subieron los músicos: Abe (batería), Wix (teclados, desde 1989), Brian y Rusty (guitarras) y el trío de vientos. Paul apareció minutos después para algarabía de los cerca de cien espectadores que gozaríamos de ese mini concierto privado que es la denominada “prueba de sonido” que no es sino una presentación adicional para aquellos incondicionales que pueden pagar el costo de esta experiencia (su precio esta vez osciló entre los 3800 y los 4900 soles). En ella Paul suele ofrecer un repertorio distinto al que hace luego en el concierto. Empezó haciendo una improvisación instrumental como para ir soltando las manos, para luego ejecutar algunos temas de su repertorio beatle y algunos covers. Entre las más aclamadas por el público: Magical Mistery Tour (tema con el que abrió su concierto el 2014), All my loving (beatlemanía pura y dura), Lady Madonna y Mrs Valderbilt.
Una hora aproximada duró la prueba de sonido, Paul se despidió en inglés diciendo que nos esperaba más tarde, y retornamos, eufóricos, a la zona de recepción a seguir degustando los tragos y los aperitivos mientras teníamos aún la imagen viva de Paul en nuestras mentes. Mientras volvíamos vimos pasar a los ganadores del Meet & Greet, aquellos tocados por la suerte que lo conocerían en persona. Para entonces habían transcurrido cerca de seis horas desde nuestro ingreso al estadio. La noche había caído, el ingreso general ya se había habilitado y los fanáticos ya empezaban a colmar sus locaciones. Los de Campo A y Campo B lo hacían corriendo para ganar una mejor ubicación junto a los cercos. Había llegado el momento, el momento de entrar a nuestros asientos numerados para sentir, desde adentro, la víspera, las mezclas de Chris Holmes.
La beatlemanía no tiene edad ni ciudad de procedencia. Y parece que nada hubiera cambiado desde los años 60. Cuando las féminas eran llevadas por los policías, víctimas de los desmayos o cuando podías ver a adolescentes llorando a mares cuando Paul se casó con Linda, la dulce fotógrafa que lo acompañó 29 años. Ahora, con la tecnología a favor, los fanáticos renuevan sus métodos para sostener la beatlemanía. Habían seguido mediante una página de internet todo el vuelo de Paul. Sabían la hora de su vuelo de salida y la hora exacta de su llegada al Perú, así como su ubicación en tiempo real. Admiradores de Madre de Dios, Tacna, Iquitos, Chiclayo, Chimbote, Trujillo, Huancayo, Cusco, Piura, hasta de México, Colombia, Bolivia y El Salvador recalaron en la vieja capital peruana.
Cada admirador tiene su altar personal. Para Sandy, el día del concierto tenía un significado especial. Un día antes, su padre había cumplido veinte años de fallecido y sus emociones estaban al límite. Recordaba también a su hermano fallecido hace dieciséis años, el que le inculcó la pasión por los de Liverpool. A quien siempre recordaba cantando en casa con su guitarra. Sandy iba a ver a Paul por primera vez. Ese día acudió junto a su esposo (quien tiene una banda tributo a Los Beatles) y sus cuatro hijos y cumplió un sueño personal. Víctor, uno de los fundadores del club de fans de Los Beatles – Trujillo, posee una colección admirable y envidiable de memorabilia beatle, fue a verlo con su familia en tribuna. Ha visto a Paul siete veces, en Argentina, Brasil Colombia y Perú. De hecho, la sétima vez lo vio en Colombia, luego del concierto en Lima; pero esta vez viajó sin familia, adquiriendo la Experience Hot Sound. Por su parte, “Pibe”, fundador de la comunidad BeatlesPerú, lo ha visto nueve veces en varios países.
Para él, ver a Paul es caer en un estado de trance, un no tiempo en donde los minutos no tienen importancia sino la música y las sensaciones generadas, el miedo de que esta vez sea la última y la bendición de haber coincidido en espacio y tiempo con el ídolo. Antes de verlo en Lima lo siguió en Argentina y también viajó a Colombia luego del concierto en el Nacional. Aixa y Jazet tampoco olvidarán el concierto, no solo porque fueron dos de los afortunados ganadores del Meet & Greet con Paul, sino también porque subieron al escenario en pleno concierto para una “pedida de mano” singular. Su olor es “muy suave”, “como dulcecito”, “como el olor al cielo”, cuenta una emocionada Aixa. Imposible enumerar cada historia. Muchas historias se pintaron y tuvieron un final feliz ese día del concierto y los siguientes días hasta que Paul se marchó del Miraflores Park Hotel rumbo al aeropuerto Jorge Chávez para continuar su gira en Colombia.
Mientras escribo estas líneas, se cumple exactamente una semana de haber visto a Paul McCartney. Yo lo he visto por tercera vez, siempre adelante, en la mejor ubicación que he podido encontrar. La primera vez fue el 2011, por dos segundos lo tuve a menos de un metro frente a mí en el aeropuerto. Aún conservo un video de ese momento. La emoción de ver a un beatle por primera vez, tan cerca, fue impagable. La segunda vez fue el 2014. Con las emociones más ordenadas pude verlo interpretar, como en 2011, Yesterday, una de sus obras maestras, inscrita en el record Guinness como la más versionada de su discografía, tema que ha dejado de tocar y que se echa de menos en sus últimas giras. La tercera vez traía también sus designios. El tiempo ha hecho su trabajo.
Paul regresaba al Perú con 82 años y nunca se sabe si acaso será su última gira por sudamérica. Su concierto tenía un toque de premonición, de despedida. Gracias a su iniciativa, el 2 noviembre del año pasado se lanzó Now and then, el último tema firmado por la marca Beatle, un tema que John Lennon dejó grabado en una cinta con su voz al piano y que no pudo salir en el Proyecto Anthology de 1995 debido a problemas técnicos y a la negativa de George Harrison por considerar el tema inacabado. Todos estábamos viviendo las mismas ansias, la misma pasión desde que Paul había pisado tierras sudamericanas, tierra uruguaya, el 29 de setiembre para dar inicio a su gira Got back.
Lima, 27 de octubre de 2024. 9:15 PM. La algazara del instante, el momento en que la vibración en el cuerpo es incontrolable y la cordura lleva a la histeria y a la euforia. Así estábamos todos, excitados, sudorosos, poseídos por una misma exaltación, la de la música. Un repertorio de casi 40 canciones que se sucedieron en casi tres horas de concierto, una voz admirable, desgastada como es natural por los años, pero digna para su edad, recuperada de la seguidilla de conciertos diarios en Argentina y Brasil, luego de tres días de responsable descanso en nuestra capital. Las tribunas del estadio se pintaron orgullosas de rojiblanco por arte y magia de los celulares cuando sonó Juniors farm, la segunda canción de la noche. El fan action fue un éxito y los carteles con la bandera peruana levantados por el público de la zona Central se vieron en todo el mundo desde la página oficial de Paul.
Episodios épicos: Now and then y el llanto de los más jóvenes; Hey Jude, el coro más universal del beatle; Let it be y el feeling nostálgico del último álbum publicado; Band on the run, la inagotable vena rockera de su más exitoso álbum solista; Helter skelter, el desvarío imponente del Álbum Blanco y sin bajar un solo tono a los acordes; Here today, el dolido réquiem por su “pataza John”; Something, con ukelele, para su “gran hermano George”, My Valentine, para su “bella esposa Nancy”; Live and let die, la canción de James Bond y el espectáculo enloquecedor de pirotecnia que hizo saltar al estadio; I´ve got a feeling, el reencuentro emotivo junto a John Lennon quien aparece cantando desde la pantalla gigante contrariando el tiempo y los acontecimientos, desde el techo de Apple Corps en 1969 y el cierre grandioso y colosal del medley de Abbey road que desemboca en The End, el fin de la noche, porque “al final, el amor que tomas es igual al amor que haces”, como reza el último verso de la canción. “Ya nos tenemos que ir”, “chaufa”, “ya me quito” pronuncia Paul McCartney con su incipiente español, ante sus fieles fans, rendidos, entregados, extasiados luego de haber rozado el paraíso.
Paul McCartney, coda
A una semana del concierto, solo quedan los videos, las fotos, los souvenirs y las imágenes vívidas en la memoria. La vida vuelve a su normalidad. Nos queda el peso de la experiencia. Agradezco a la vida por haber podido compartir esta experiencia con las personas amadas. Gracias, Beatles. Gracias, Paul. Gracias por ser el soundtrack de nuestras vidas.