[El yunque]
En el yunque golpea su herradura
la pata dolorida del caballo
como golpea el martillo en las palabras.
Así ahormadas, sin vuelo ni estampida,
caminan dócilmente hasta la boca
atadas por las riendas del desgaste.
Cuando saltan las chispas con violencia
tropiezan en la herida del presente,
en el rostro apagado de la edad
y en la grupa que avivan los estribos
–latidos de metal en los ijares–.
Pero cuando la mano del herrero
pule el sonido azul de las campanas
y acaricia sus cuatro corazones,
las crines del caballo se impacientan,
son raudo remolino encabritado.
Las palabras también piden ser viento
que arrase los paisajes de la usura,
también piden ser fuego y tolvanera,
respingo que celebra en su osadía
la roja ceremonia de vivir.
[Todo lo recubre piel humana]
Todo lo recubre piel humana.
Como una moqueta despellejada y sola; como si nombres propios y comunes uniesen sus órganos, su temperamento desigual; como si lo heterogéneo pudiese estar contenido en lo homogéneo, todo lo recubre piel humana: puentes que unen sin mampostería las tres letras de la palabra río, lujosas viviendas desocupadas en las ciudades que muerden el extrarradio de su necesidad, maltrechos ascensores que siempre huelen a lejía, piscinas públicas y esas catedrales que albergan, bajo la vehemencia sorprendida de sus bóvedas, tendón y ligamentos de quienes las pusieron en pie sobre los hombros.
Cuando giran los cuerpos en sus piedras molares entregan la proporción áurea de su propio agotamiento, las toxinas que enfermaron en los bronquios, la dermis desgastada a causa de ese tránsito: el que va de lo orgánico a lo mineral, el que envía a través de las venas una tumultuosa proliferación de eritrocitos para que en el espesor calcáreo se abran cauces de sangre liberada.
Como si hubiese conductos escondidos, corredores de sombra que nunca aparecen en los planos, pero comunican entre sí, furtivamente, la maquinaria exactísima de los huesos radio y cúbito con el magro caudal de la pobreza.
Compás que oprime la musculatura del brazo en sus tardes desesperadas para que la piel sea tegumento y protección, cápsula de aire que todo lo envuelve sobre su propia precariedad y lo protege del desalojo de vivir.
Muy cerca tiembla el trueno de la tilde en el grisú y bajo las redecillas para el pelo de las cocineras quedan atrapadas las declaraciones de libertad, igualdad y fraternidad. La comuna de París está tan lejos que es solo una línea imaginaria, un brevísimo apunte descarado que no termina de desaparecer de los manuales.
Pero también en los barrios de Madrid o Palencia es piel humana la primera que arde y se estremece. No importa que parezca lo contrario.
Luego caerán los días o las bombas, pero justo antes de ese estallido que todo lo compete, será piel la que entrega su nombre hasta morir. No importa que parezca lo contrario.
Piedras, pasajes, porterías de fútbol. Todo lo recubre piel humana.
Por eso las manos de mi padre, ahora que envejece, se atormentan. Van agarrotándose hasta quedar inmovilizados los tendones.
Mientras lo miro caer hacia otro tiempo él va volviéndose un bloque desnudo de hormigón. Las casas que ha levantado, el tiempo que ha levantado, los enseres y caminos que ha levantado serán más duraderos que él mismo porque ha entregado su corazón a esa tarea inflexible y pertinaz. Ha donado su luz, su consistencia.
Nada se ha quedado para sí. Ninguna monedita de fulgor ha quedado olvidada en sus bolsillos.
La piedra, a cambio, le regalará su inmovilidad, el noble territorio de lo ausente.
Por eso sé –no importa que parezca lo contrario– que cuando sus manos rotas, incompletas y bellísimas sean tan solo sillares para el aire, formarán argamasa y trabazón. Índice en que el oxígeno se asienta.
Piedra padre que todo lo ha fundado. Geología y canción de los nudillos.
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María Ángeles Pérez López (Valladolid, España, 1967). Poeta y profesora de la Universidad de Salamanca, donde trabaja sobre poesía contemporánea en español y coordina la “Cátedra Chile”. Como poeta ha recibido varios premios, entre otros el Premio Nacional de la Crítica por Incendio mineral (Vaso Roto, 2021) y los premios de la Fundación José Hierro y “Meléndez Valdés” por “Libro mediterráneo de los muertos” (Pre-textos, 2023). Antologías de su obra han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey, Bogotá, Lima y Buenos Aires. También, de modo bilingüe, en Italia y Portugal. Acaba de aparecer en Honduras la antología “Piedra del desconcierto” así como el ensayo poético “La belleza de la materia” en España. Su libro “Carnalidad del frío” ha sido publicado en edición bilingüe en Brasil y Estados Unidos. La edición de Nueva York Poetry Press (Carnality of Cold) recibió la Mención de honor en International Latino Book Awards 2023. Forma parte de la Asociación «Genialogías», volcada en reconocer el legado de las poetas. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, honoraria de la Academia Nicaragüense, hija adoptiva de Fontiveros y miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros, el pueblo natal de San Juan de la Cruz. Ha sido jurado de numerosos premios literarios en España y varios países americanos, siendo los más destacados el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Cervantes.