Escribe Luis Eduardo García
Julio Ramón Ribeyro sostiene que los escritores peruanos no han cultivado géneros como las memorias, las autobiografías, los diarios y los epistolarios, con lo cual se pierde la oportunidad de enriquecer el contexto y medir la trascendencia de una obra literaria.
En realidad, son muy pocos los que lo han hecho. Están Ribeyro, Bryce Echenique, Vargas Llosa, Alberto Hidalgo, otros más que no me vienen a la memoria y ahora Roger Santiváñez, quien acaba de publicar: Camarada bailarina. Memorias de una generación derrotada (2024) y antes El sentido de la soledad. Memorias (1961-2001), (2022), libros con los que se remedia de algún modo la queja de Ribeyro.
El sentido de la soledad, el primer libro de memorias de Roger Santiváñez, empieza en los años sesenta y se extiende hasta comienzos del siglo XXI, cuando este se marcha a Estados Unidos. En esos casi cincuenta años, seguimos al poeta, quizás la voz más representativa e importante de los ochenta, en su educación sentimental, literaria y política. Se trata de un relato que enfatiza su vida en la década del setenta, periodo en el que llega a Lima y afirma su vocación poética y, sobre todo, se sumerge en una aventura personal llena de excesos y revelaciones.

En Camarada bailarina. Memorias de una generación derrotada, el autor continúa con el tono de las memorias, aunque con menos ambición totalizadora. Santiváñez carga sus recuerdos en la década del 80, cuando SL tenía al país entre la espada y la pared. Mediante relatos fragmentados y sin un riguroso orden cronológico, nos ofrece un testimonio descarnado de su descenso a los infiernos de la droga, sus vacilaciones políticas y su acercamiento a ciertos círculos artísticos vinculados al mundo de la subversión.
El título del libro es, hasta cierto punto, engañoso, porque el lector espera que el relato se concentre en la famosa captura de Maritza Garrido Lecca, la bella bailarina de ballet que daba protección al líder de SL, pero esto solo es un pretexto. Lo que Camarada bailarina. Memorias de una generación derrotada verdaderamente ofrece, por un lado, es un retrato fehaciente de un país quebrado, ganado por la barbarie, el desconcierto y la corrupción; y por otro, una confesión abierta, visceral, valiente y sincera sobre su descenso a las tinieblas de la vida, itinerario en el que la poesía y el arte juegan un rol central.

El periodo histórico que cubre el libro comprende la década del 80 hasta 1992, año en que ocurre la captura de Abimael Guzmán. Si bien el autor ofrece un relato del contexto social y político del momento, se trata de una evocación subjetiva, de un ejercicio de la memoria en que la verdad de los hechos podría estar en entredicho, como lo reconoce él mismo. Santiváñez califica como “autoficción” y “ejercicios de la nostalgia” sus textos.
Más adelante dice: «[…] debo expresarles que estas memorias configuran un testimonio de lo que el azar me llevó a vivir y, por ende, el primero en exponerme soy yo mismo. Yo y las circunstancias —y personas— que me rodearon durante el tramo de la historia —y de mi trayectoria personal— que narra esta obra. De modo que el único derecho que me asiste es el de la experiencia vivida y el de mi libertad como creador» (p. 12).
Consciente de este desafío que supone esta aproximación a la verdad, Santiváñez no usa la primera, sino la tercera persona gramatical, como si el personaje central fuera alguien ajeno a él. En todo caso, se trata de un alter ego, un espejo testimonial donde el poeta, narrador, periodista, militante y cronista se mira a sí mismo y a la época que le tocó vivir. Tengo la impresión de que el uso de este punto de vista le resta intensidad a la narración, cosa que no ocurre, por ejemplo, en El sentido de la soledad, que utiliza el yo como voz principal.

Las memorias recogen la utopía, las veleidades, las dudas y la vida cotidiana de una generación que le tocó vivir uno de los periodos más amargos y oscuros de la vida peruana: los 80 y los 90 y, al mismo tiempo, establecen un balance de las utopías políticas y los sueños artísticos y literarios que albergó cada uno de ellos en medio del sonido de las bombas y la miseria material de un país metido en un hoyo del que parecía nunca iba salir. “Generación derrotada” quiere decir, por lo que se infiere del libro, vencida en el ánimo, deprimida, sin capacidad para triunfar, truncada en sus anhelos. Y, claro, alude al mismo tiempo a una generación víctima de sus propias dudas y miserias frente a una situación límite como la guerra interna que devastó al Perú a fines del siglo XX.
¿Enriquece el contexto y sirve para medir la trascendencia literaria personal y de una generación el libro de Roger Santiváñez? Aunque incompleto como balance, yo creo que sí, que nos ofrece de todas maneras luces sobre el contexto social y político en el que se movía la generación del 80, así como un retrato vital, fidedigno y somero sobre el arte y la literatura que se creaban en una Lima inestable, endeble y peligrosa como la que vivió el autor. «Escribir me da derecho a la versión, como sostuvo el poeta Antonio Cisneros. En pocas palabras; aquí está lo que yo viví, cómo y con quienes lo viví», dice Santiváñez en el “vestíbulo” del libro.