Escribe Karina Miñano
Recuerdo la primera vez que abrí Guerra y Paz. Me abrumó su magnitud, su complejidad, los personajes atrapados entre la historia y sus propios destinos. Era muy joven y no tenía la experiencia para cuestionar lo que leía. Hace poco vi el libro de nuevo en las manos de un joven lector y pasajero de tren. Estaba sentado frente a mí y no podía dejar de notar su concentración. Cuando llegué a Ámsterdam desvié el camino y fui a la biblioteca a buscar esa obra maestra y decidí darle una hora de lectura para recordar lo que hace muchos años había leído. Conforme avanzaba, comencé a preguntarme: ¿qué hay detrás de esta obra monumental? Esa pregunta me llevó a Sophia Tolstaya, una presencia silenciosa, fundamental y, sin embargo, invisible en la narrativa oficial.

León Tolstói es, sin duda, una de las figuras más imponentes de la literatura universal. Guerra y Paz ha trascendido generaciones como un testimonio profundo de la condición humana, el destino y la historia. Sin embargo, en la vastedad de este logro literario, la figura de su esposa, Sophia Tolstaya, ha permanecido en las sombras.
Su nombre rara vez aparece en los análisis sobre la creación de esta novela, pero sin su entrega, su amor por la palabra escrita y su paciencia infinita, quizá el mundo no conocería Guerra y Paz como la obra que es hoy. Este no es solo un caso de una esposa que apoya a su marido, sino un ejemplo de cómo las mujeres han sido arquitectas invisibles de la literatura a lo largo de la historia, sin recibir el reconocimiento que merecen.

Sophia Tolstaya y la forja de Guerra y Paz
Cuando Tolstói escribía Guerra y Paz, Sophia no solo lo acompañaba en su vida cotidiana, sino que también sostenía la carga del hogar. Administraba la casa, criaba a sus hijos, organizaba las finanzas y, además, gestionaba la finca de Yasnaya Polyana. Tuvo trece hijos con León Tolstói, de ellos solo ocho se convirtieron en adultos. Durante su vida, enfrentó pérdidas, embarazos constantes y el agotamiento físico y emocional de la maternidad. Intentó convencer a su esposo sobre el uso de métodos anticonceptivos, pero Tolstói se opuso, lo que la llevó a sufrir complicaciones de salud y depresiones recurrentes.
A lo largo de los seis años que le tomó completar el libro, Sophia copió a mano al menos siete versiones del manuscrito. Sus manos, desgastadas por las labores del hogar, también encontraban fuerzas para corregir errores, sugerir modificaciones y asegurarse de que el texto fuera claro y legible. Cada noche revisaba los manuscritos, cuidando que cada palabra reflejara la intensidad de la historia que su esposo quería contar. Además de la transcripción, Sophia tuvo un rol importante en el proceso editorial. Según la biógrafa Alexandra Popoff, Sophia editó y copió el manuscrito para el editor de Tolstói. Su trabajo fue fundamental para preservar los borradores y manuscritos de Guerra y Paz, que de otro modo podrían haberse perdido.

La influencia de Sophia en el proceso creativo
Se ha documentado que Sophia no solo corregía la prosa de Tolstói, sino que también le ofrecía observaciones que influenciaban de forma directa la caracterización de algunos personajes. Un caso emblemático es el de Natasha Rostova, uno de los personajes principales de la obra, cuya complejidad emocional podría haber estado inspirada, en parte, en la propia Sophia. La riqueza psicológica de los personajes femeninos en la obra de Tolstói sugiere la presencia de una mirada cercana a la sensibilidad femenina, un elemento que debió haber surgido de las conversaciones con su esposa. De igual manera, Sophia conocía las inseguridades de su marido. Sus diarios reflejan cómo lo alentaba en los momentos de duda y cómo su opinión tenía peso en las revisiones.
La otra escritora: la vida literaria de Sophia Tolstaya
Sophia no fue solo la musa y editora de Tolstói; también tuvo su voz y pequeño espacio en la literatura. Sus diarios y memorias, como Diarios y Mi vida con Tolstói, constituyen una de las fuentes más valiosas sobre la vida del autor, pero también revelan una voz literaria con fuerza y profundidad. En ellos, se percibe a una mujer atrapada entre el deber y su deseo de expresión propia. Su estilo es introspectivo, agudo y sin adornos innecesarios, características que la acercan a la narrativa moderna.
A través de sus escritos, Sophia nos deja ver el sacrificio emocional de ser la compañera de un genio. Su vida estuvo marcada por la devoción a la obra de su esposo y por la frustración de no recibir el reconocimiento por su labor intelectual. Su legado como escritora se ha revalorizado con el tiempo, aunque sigue siendo eclipsado por el nombre de Tolstói.

Tolstói y la invisibilización de Sophia
El propio autor, pese a depender de Sophia para estructurar sus manuscritos, no la reconoció públicamente como colaboradora. En sus cartas se pueden encontrar menciones a su trabajo con un tono que minimiza su importancia y destacando más su rol como su compañera y madre. Este silencio no es sorprendente en un siglo XIX que relegaba a las mujeres a la esfera doméstica, aun cuando eran piezas clave en la producción literaria.
La historia de Sophia Tolstaya es el eco de muchas otras mujeres cuyos nombres han quedado en un segundo plano. Acompañantes, editoras, transcriptoras, inspiradoras, pero rara vez reconocidas como coautoras o creadoras en su propio derecho. Este fenómeno también ha afectado a escritoras que publicaron bajo seudónimos masculinos o bajo la sombra de nombres más conocidos. Algunos ejemplos son George Eliot (Mary Ann Evans), Currer Bell (Charlotte Brontë) y Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber), quienes ocultaron su identidad para sortear los prejuicios de su época y lograr que sus obras fueran tomadas en serio.

Reconocimiento
Reivindicar la figura de Sophia Tolstaya no es solo hacer justicia a su memoria, sino abrir una conversación necesaria sobre las contribuciones de las mujeres en la literatura. Guerra y Paz es todavía una de las cumbres de la narrativa universal, pero su gestación no fue un acto solitario del genio, sino el resultado de un trabajo conjunto, en el que Sophia jugó un papel determinante. Si algo nos deja su historia, es la necesidad de darle rostro y voz a todas aquellas mujeres que, desde las sombras, ayudaron a forjar las grandes obras de la literatura.
Al repasar Guerra y Paz, me pregunto: ¿qué otras voces hemos dejado en las sombras? Leer a Sophia Tolstaya y a tantas otras escritoras invisibilizadas no es solo un acto de justicia, sino una forma de completar la historia de la literatura, dándole a cada creador el lugar que merece en sus propias páginas.