Sporting Cristal: diario de una paSCión

El hinchaje es fe y es ilusión. Es casi una religión. Y la fe no se quebranta, se alimenta, se fortalece a pesar de la derrota, no hay discurso disuasivo que valga.

Publicado

25 Ago, 2024

Escribe James Quiroz

Uno no elige los colores, los colores nos eligen. Es un enigma ese proceso. Una racha de victorias en el torneo local, un partido emblemático en la Libertadores perennizado en la memoria, el persuasivo ambiente familiar, la imponente barra que te impactó un domingo en el estadio, el color de las sedas o, simplemente, una afinidad o conexión instantánea inexplicable que se revela desde que ves jugar a ese equipo que te elije de por vida.

El hinchaje es regocijo. Es pasión. Y es esa pasión la que facilitó la ubicación del asesino en El secreto de sus ojos, la consagrada película argentina que le ganó, con justicia, a La teta asustada el Oscar a mejor película extranjera. La película aborda precisamente el tema del amor/obsesión, esa otra pasión incontrolable: Tras el crimen de una mujer y ante la escasa evidencia recabada, el secretario de juzgado Benjamín Espósito (Ricardo Darín) y su auxiliar judicial Pablo Sandoval (Guillermo Francella) deciden rastrear, con sus propios métodos, las pistas que puedan dar con el responsable. Ciertas coincidencias advertidas en las fotografías del álbum matrimonial permiten que las sospechas apunten hacia el joven que mira, embobado, en todas las fotos, a la novia.

Guillermo Francella es un funcionario alcohólico que trabaja con Ricardo Darín en «El secreto de sus ojos».

El viudo identifica al sospechoso, un antiguo conocido natural de Chivilcoy, amigo de la infancia de la víctima. Pablo y Benjamín viajan en secreto a la localidad. Sigilosos, ingresan, sin orden judicial, a la vivienda del sospechoso llevándose unas cartas cuyo remitente cita con frecuencia unos nombres extraños (“quedate tranquila, vieja, en eso soy como Manfredini y no como Bavastro”), nombres que el secretario ignora, pero que el auxiliar Pablo, un hombre apasionado por la bebida y las cantinas, sabe cómo y dónde descifrar. Y el secreto de los ojos se descifra: Los nombres son nada menos que jugadores del Racing Club, decodificados por “Platón”, el amigo de Pablo que “vive de la Academia”, apodo acuñado por la pasión que siente hacia el club del Clilindro. Pablo Sandoval, el auxiliar judicial encarnado por Guillermo Francella, pronuncia entonces aquella célebre frase que es el emblema de la película y quedará sellada para siempre en la historia del cine:

El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios, pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín, no puede cambiar de pasión”.

Es la pasión la que hace intuir a los protagonistas, con acierto, que el asesino tiene que ser hincha del club albiceleste. A un hombre le puedes cambiar hasta el alma, pero el hinchaje lo lleva hasta la muerte.

El primer episodio nítido que recuerdo de Cristal es jugando la Libertadores. 1992. Cristal jugando contra los equipos colombianos en su serie, la voz de Roberto Zegarra, Dante Mateo y todos los narradores estelares del espacio deportivo de Radio Programas del Perú que acompañaron mi infancia a través de una radio portátil cuando aún en mi casa no había un televisor. Ni teníamos casa. El color celeste. La garra de Maestri celebrando provocador frente a la barra del equipo de Breña. La calidad del Chorri Palacios, El tricampeonato nacional. El subcampeonato de la Libertadores. El color celeste.

Julinho anotó 137 goles con la camiseta cervecera. (Foto: El Comercio)

Cristal, en mi memoria, siempre fue un equipo ganador, copero y de buen futbol. En los años 90, más de la mitad del equipo rimense o, por lo menos, exjugadores del club, conformaban la selección: El “viejo” Balerio, el “camello” Soto, “ñol” Solano, Percy Olivares, el “chorri” Palacios y Flavio Maestri coincidieron en el mismo once titular del seleccionado patrio. El club “cervecero” de esa época fue un equipo que brindaba espectáculo con sus actuaciones que casi siempre terminaban de manera contundente, como aquel 11 a 1 que le propinó a Defensor Lima en el Descentralizado 1994 o la obtención de sus títulos faltando aún varias fechas por jugarse.  

Jorge «el piqui» Cazulo, lector de Onetti y héroe celeste. Se retiró joven y pasó a ser formador celeste.

Por qué me hice hincha del Cristal a los siete años, no lo tengo claro. Creo que fueron sus colores. Cuando era niño mi padre me decía que su club, bicampeón por aquellos años, era el equipo más grande del Perú y yo secundé su fervor, pero a los siete años ya no me sentía seguro de mi elección. Dos años después, en 1994, Cristal era una máquina y pasaba por encima a cuanto rival le saliera enfrente. No hubo conexión con los colores que alentaba mi padre, en cambio, la sintonía con la celeste fue inmediata. Sabes que eres hincha de un equipo cuando te contentan sus triunfos y te duelen sus derrotas y Cristal cumplía a cabalidad con ese postulado. Desde 1995 el club pasó a jugar de local en el remodelado estadio San Martín de Porres –rebautizado como Alberto Gallardo, máximo ídolo rimense-inaugurando el gramado con un triunfo de 6 a 0 sobre Cienciano.  Sin duda, los 90 fueron una década perfecta para reclutar a nuevos hinchas y afianzar a los más viejos. 

Hinchas trujillanos del Sporting Cristal, uno de los equipos de fútbol más queridos del Perú.

No soy un hincha fanático; soy, más bien, un hincha de provincia sereno que disfruta viendo jugar a Cristal por televisión y va al Mansiche de Trujillo cuando el club juega contra el Manucci o la Vallejo, y viaja a Lima, cuando el tiempo lo permite, para verlo jugar en la capital algún partido clave. Pero como toda religión necesita acólitos, Cristal los tiene. Hoy en día, Cristal tiene hinchas fieles por todos lados. Una legión de fanáticos acompaña al equipo (masculino y femenino) por todas las ciudades. Los espera en el aeropuerto y los escolta al hotel buscando la ansiada foto del recuerdo o un autógrafo. Es ya una práctica recurrente organizar “banderazos” frente al hotel donde se hospeda el equipo. Una especie de vigilia acompañada de cánticos frenéticos que a veces es recompensada con la salida de los jugadores a los exteriores del hotel para firmar camisetas.

Martín Cauteruccio, la máquina goleadora continental es celeste.

En esas comitivas se pueden ver a hombres y mujeres, incluso a infantes en brazos de sus padres, -muchos, seguramente, futuros hinchas de Cristal-, ataviados con camisetas celestes, vibrando de memoria las canciones que entona el Extremo, muchos de ellos venidos desde otras provincias. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué obtienen a cambio de dejar a sus familias por un par de días? El hinchaje sobrepasa cualquier explicación racional. Ni el propio hincha podría definir racionalmente su experiencia.

Ñol Solano y el Chorri Palacios, leyendas de fin de siglo del Sporting Cristal.

Y es que el fervor futbolero no tiene bandera ni color, pero sí un solo corazón. Un coro humano de cuarenticinco mil personas puede hacer fallar un penal al equipo rival y puede hacer anotar a tu equipo en el último minuto. El jugador número 12 existe. Yo lo he visto extasiado en la popular Sur.

El color es un código de identidad e identificación y los códigos generan lazos de hermandad. En el estadio todos los hinchas se reconocen y se mezclan en una euforia común. Ser hincha es sentirte parte de una familia grande y llevar la camiseta celeste puesta es el distintivo que te permite ser parte de ella.

James Quiroz
James Quiroz (Trujillo, 1984). Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Trujillo y siguió una Maestría en Derecho Penal por dicha casa de estudios. Ha publicado los poemarios La noche que no has de habitar (2010), Rock and roll 2015 y El libro de los fuegos infinitos (2018).

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