Escribe Evgueni Bezzubikoff, desde Nueva York
Contra la marea de islamofobia y propaganda sionista amplificada por los magnates y las élites mediáticas, la elección de Zohran Mamdani, el primer alcalde musulmán de Nueva York no es solo un hecho político: es un gesto de afirmación moral. En medio del ruido y el miedo, la ciudad más diversa del planeta ha optado por un lenguaje distinto: el de la justicia, la organización de base y la solidaridad de clase.
El político improbable
Zohran Mamdani nació en Uganda, hijo de padres indios exiliados, y creció en Nueva York, esa capital de la contradicción donde la miseria y el lujo comparten acera. A los 34 años, este joven político -formado en las campañas de Barack Obama y Bernie Sanders- ha logrado lo que parecía impensable: ganar la alcaldía enfrentando simultáneamente al Partido Republicano y a buena parte del establishment demócrata. Solo un pequeño círculo lo respaldó: Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y, a la distancia, una llamada de Obama.
Su triunfo no puede leerse únicamente como una victoria electoral. Es, más bien, un cambio de tono: una respuesta desde abajo a un sistema político agotado, dominado por el dinero y por una retórica vacía que ya no convence ni a los convencidos.

La revolución de lo cotidiano
Lo singular de Mamdani es su mirada hacia lo ordinario. Su campaña no fue un discurso sobre religión o política exterior, sino un inventario íntimo de las urgencias urbanas: el transporte que no llega, el alquiler que asfixia, la vivienda que falta. “¿Pueden dejar de subirme el alquiler?”, “¿Pueden hacer que mi autobús sea puntual y gratuito?”, “¿Pueden construir viviendas que pueda pagar?”, fueron las preguntas con las que interpeló, sin metáforas, a una ciudad harta de discursos.
Frente a candidatos que prometían visitar Israel como primer gesto diplomático, Mamdani respondió que su primera visita sería a los barrios de Queens y a las sinagogas locales. “Ahí es donde empieza el trabajo real”, dijo.
La ciudad que se transforma
El estratega político Hank Sheinkopf lo explicó sin rodeos: “Lo que tenemos es una ciudad mucho más diversa. Es más china, más musulmana, más africana que nunca. Y cuando ocurre ese tipo de cambio, el sistema electoral se altera, y eso es exactamente lo que pasó aquí”.
Mamdani representa esa mutación demográfica y cultural. Su victoria no fue construida en los platós, sino en las calles: un movimiento de base que redescubre la política como conversación, no como espectáculo.

Una nueva ética del poder
Su ascenso ha dividido opiniones. Desde el universo de la tecno-oligarquía, Elon Musk lo ha tachado de “estafador” y ha advertido sobre el “declive significativo” que sus políticas podrían generar. En respuesta, el novelista Stephen King ironizó: “Es curioso: después de elegir a un extremista de derecha como Presidente, ahora se alarman por Zohran Mamdani”.
El contraste no puede ser más elocuente. De un lado, el capital financiero y tecnológico que teme cualquier política que cuestione sus privilegios. Del otro, una ciudad que, por fin, parece reconocerse en su diversidad.
Un símbolo que trasciende la política
Mamdani no encarna solo un relevo generacional, sino una posibilidad: la de un nuevo contrato social en el que identidad y lucha de clases no se excluyen, sino que se entrelazan. Su figura condensa el deseo de una ciudadanía que no busca carisma, sino coherencia; que no pide héroes, sino instituciones que funcionen.
En un tiempo donde las ciudades del mundo se vuelven espejos de sus desigualdades, Nueva York ha elegido a alguien que promete mirarse de frente. Lo que ocurra en su mandato -sus errores, sus victorias, su inevitable aprendizaje- será observado con la atención que se reserva a los experimentos que pueden redefinir una época. Porque, más allá de los titulares, Mamdani simboliza algo más profundo: la tentativa de reconciliar la política con la vida cotidiana, y la esperanza –siempre precaria, siempre necesaria– de que la ciudad vuelva a pertenecer a quienes la habitan.
