Escribe Karina Miñano
Tomaba un café virtual con una excolega, ahora un buena amiga, quien me comentó su fascinación por las artes experimentales, en especial la combinación de imagenes reales y aquellas creadas por la tecnología, como los hologramas. Su entusiasmo me hizo recordar que la poesía, o mejor dicho, el poeta también ha usado el poema como un objeto de experimentación para profundizar en los significados de su obra.
Y es que cuando hablamos de poesía, solemos pensar en versos y metáforas que nos tocan desde la palabra escrita. Pero ¿y si las palabras pudieran dibujar sus emociones? ¿Si cada verso fuera, además, una imagen que traspasa el lenguaje? En el mundo de la poesía visual, esto es posible: un género poético donde las palabras no solo se leen, sino que también se ven. Ocupan un espacio, dialogan con el vacío y la forma, y expresan tanto desde el silencio como desde el sonido. Este tipo de poesía ha crecido de forma constante en las últimas décadas, ha encontrado su lugar en galerías, redes sociales y proyectos colaborativos. Eleva la manera en que percibimos la poesía como arte porque enfatiza lo visual del texto poético y su capacidad transformadora para desafiar los arquetipos establecidos.
Es importante destacar que la diversidad y el aspecto gráfico del texto son rasgos distintivos de la poesía visual. Aquí, estos elementos no son meramente decorativos, sino que aportan significado. La primera impresión que recibe el lector es visual, precediendo a otros niveles de interpretación. Como resultado, la lectura no sigue un patrón lineal tradicional, sino que se asemeja más a una exploración «vertical». Es decir, el lector navega por capas que fusionan variados sistemas de signos, alteran el código lingüístico convencional y proponen nuevas formas de codificación.
Esta fusión de elementos transforma la experiencia lectora, conduce al receptor a un terreno donde los significados pueden ser múltiples y además, cambiantes, y donde la ambigüedad se considera un valor añadido. En este contexto, la poesía visual invita a interpretaciones abiertas y personales, desafía la lectura tradicional y estimula una interacción más compleja entre texto y lector.
De los caligramas a la poesía experimental contemporánea
Para entender la poesía visual, vale la pena remontarnos un poco a sus orígenes. Aunque podemos encontrar indicios en las formas visuales de los antiguos poetas griegos o en la caligrafía de culturas orientales, la poesía visual moderna encuentra uno de sus principales impulsores en el trabajo de Guillaume Apollinaire. Con sus caligramas a principios del siglo XX, Apollinaire desarmó la estructura común del poema, creó figuras y formas con las palabras, como si cada letra formara un pincelazo de significado.
Estas primeras exploraciones visuales abrieron un camino nuevo para los poetas, y dio libertad a quienes querían explorar el espacio en blanco de la página y la estética de la palabra escrita.
Il pleut (Guillaume Apollinaire (1880- 1918):
“llueve, como las voces de mujeres que están muertas incluso en el recuerdo
llueve también como los maravillosos encuentros perdidos de mi vida.¡oh gotitas!
las nubes se encabritan y relinchan todo un universo de sonidos de ciudad
escucha la lluvia mientras el arrepentimiento y el desdén lloran una música antigua
escucha el romperse de las cadenas que te atan desde arriba y desde abajo.”(Traducción de la version en inglés: Karina Miñano)
Un ejemplo es el poema “Está lloviendo” (Il Pleut). En él, Apollinaire hace caer las versos como cascadas de lluvia sobre la página, creando un recorrido visual que podría muy bien reflejar el estado de ánimo del poema. La disposición no es solo estética, sino que intensifica la melancolía, la sensación de pérdida y la liberación purificadora que emerge entre los versos.
A mediados del siglo XX, la poesía concreta –una corriente nacida en Brasil y Suiza– llevó la poesía visual un paso más allá, enfocándose en el aspecto gráfico del lenguaje. Influenciados por las vanguardias artísticas de la época como el dadaísmo y el futurismo, poetas como Eugen Gomringer (Suiza-Bolivia), John Hollander (Estados Unidos) y Augusto de Campos (Brasil) comenzaron a experimentar con la tipografía, las formas geométricas y el color. Rompieron la linealidad del verso para crear una poética donde el diseño es tan importante como su significado semántico.
Sin embargo, este desarrollo también generó ambigüedad terminológica. Conceptos como poesía concreta, conceptual y visual suelen usarse de manera inconsistente, lo que refleja la riqueza de estas prácticas y su capacidad para adaptarse a diversos contextos y lenguajes.
Eugen Gomringen: Wind (Viento – 1953)
Augusto de Campos: Amortemor (1970)
La poesía visual en América Latina y España
En América Latina, el uruguayo Clemente Padín es uno de los mayores exponentes de la poesía visual. Su obra encarna el inconformismo, la rebeldía y la curiosidad que caracterizan esta forma artística. Padín explora diferentes facetas visuales en su poesía, desde investigaciones asémicas –donde el texto pierde su función lingüística para convertirse en forma gráfica– hasta textos cargados de mensajes políticos. Además, manipula los códigos mediante juegos intersemióticos, destrucción y reelaboración del sistema lingüístico, y crea relaciones paradójicas entre forma y contenido.
Clemente Padín: Paz=Pan (1984)
Clemente Padín: La poesía no es suficiente (1984)
Desde España, Chema Madoz lleva la poesía visual a un terreno fotográfico para jugar con paradojas, surrealismo y una estética que cautiva por su simplicidad. Sus fotopoemas exploran cómo los objetos cotidianos pueden transformarse en metáforas visuales, y cuestiona así las percepciones tradicionales.
Fotopoema del libro Chema Madoz, Poesía visual, ediciones La fábrica
Fotopoema del libro Chema Madoz, Poesía visual, ediciones La fábrica
En Perú, el artista Jorge Eduardo Eielson fusionó poesia y artes plásticas. Inspirado por los quipus andinos, sus poemas visuales trascienden el papel al incorporar materiales como textiles y elementos naturales, para crear un lenguaje conceptual desafiante.
Canto visible (1960), Jorge Eduardo Eielson.
Jorge Eduardo Eielson – Misterio – en la fachada de Noordeinde 6, Leiden – Países Bajos
La poesía visual como un acto de libertad
Descubrir la poesía visual ha sido, para mí, una aventura hermosa. Mi primera aproximación fue a través de los poemas de Vicente Huidobro y Fernando Pesoa, cuyos caligramas se apropiaron del espacio, del vacío y la forma con total libertad.
Todavía hay más por conocer y creo que las posibilidades son infinitas, sobre todo ahora que contamos el apoyo de la tecnología. Al combinar sistemas de signos y manipular códigos, la poesía visual nos empuja a conocer nuevos significados y a cuestionar nuestras certezas lingüísticas. Estoy convencida de que es un acto puro de libertad, tanto en su creación como en su lectura. Nos abre los ojos a la posibilidad de que los poemas no solo se escriben: se ven, se tocan, se sienten. Por eso te invito a mirar más allá de los versos, a explorar el lenguaje que habla desde lo visual, y a vivir el poema como una experiencia multidimensional. Nuestra tarea, como lectores es sencilla: observar, dejarnos llevar y permitir que cada palabra y forma, nos muestre algo que nunca habíamos visto antes.