Escribe Antonio Sarmiento
En sus libros publicados, Juan José Soto despliega una palabra poética signada por dos polos dialécticos: tiempo y espacio. Ese tiempo-ser, subjetivo, interior, halla correlato con el espacio-estar donde predomina la amplitud del paisaje, el desdoblamiento progresivo de la voz poética. En estas dos líneas envolventes, la vertical, de tiempo concentrado, íntimo; y la horizontal, de horizontes y firmamentos hundidos en los hondones del lenguaje se desarrolla gran parte de la trama lírica de Juan Soto.
En los propios títulos de estos poemarios observamos dicha refracción interna y externa, lo temporal y lo espacial. En Cárcel de mi ojo, el primer libro de Juan, aparece ese ojo panorámico, que abarca con un trazo todo el horizonte de la palabra, pero ésta mira hacia el ser, se encarcela en su esencialidad; requiere guarecerse en un centro, en un meollo, en la cuadratura del alma humana, en la Morada Diosa, por donde desciende esa Palabra sobre el abismo, ese Airado verbo con el que el autor cincela una primera etapa de gran densidad lírica. Los siguientes versos, por ejemplo, nos dan una idea de la fuerza emocional que envuelve al poeta, para quien el centro de gravedad está en las antípodas, en el ser o en la nada, en el vértigo, en el descoyuntamiento verbal. Leo:
Eres tú
ese todo
que me nada
muriendo a medias
porque sabes
que me todo
de tanta nada
a medias
de tanta medio
nada
que me sepulta
que me mata
siempre todo
sin medio
sin nada.
(de Cárcel de mi ojo)
La vastedad del dolor, el deseo febril y la pasión por la amada, el fíat lux de la ardorosa voz poética son temas medulares con los que Juan Soto, encuentra un estilo sugerente y erizado. A veces, incluso, solo son suficientes algunos trazos o pinceladas para graficar mejor la exultación y las angustias: “Qué más montañas / que no alcanzo a comprender / obnubescencia de mi paso / arañón / al zigzag de tu dibujo” (de Cárcel de mi ojo).

Una segunda etapa inicia con el poemario Lado B de las sombras y se acentúa a plenitud con Cielo exhausto, en donde junto a las imágenes futuristas y sus novedosos versos, hay una requisitoria contra la época que rinde culto a la virtualidad de la imagen fácil y abundante. Estos libros abren nuevos giros en la poética de Juan Soto. Nótese la contraposición entre dos títulos -uno de su primera etapa-: Airado verbo y –otro de la segunda-: Cielo exhausto. La diferencia radica en ese espacio lleno de tensión y respiración sanguínea versus ese espacio decadente, de fatigas y liviandad donde se despliega la voz poética.
En el primer rótulo ésta se incuba en el reverso y anverso de la propia palabra, y en el segundo título esa visión cinética se singulariza en una ciudad a merced de aquel “cielo que cae de bruces”. La imagen de lo poético se visualiza en la forma de una perpetua caída; el poeta es más o menos un suicida, un ángel rebelde o acróbata temerario. La deconstrucción activa, como vehículo del fenómeno poético, será la forma de alcanzar resquebrajados niveles o marcas fragmentadas de lo que se alimentará el conjunto. En este último libro, pervive aún el estilo de sus primeros textos de poesía desenfocada, fuera de su eje. Acéntrica, si es que pudiéramos aplicarle un término del autor de los 5 metros de poemas, Carlos Oquendo de Amat. El vate escribirá en la pág. 29:
Camino con las manos
sobre la Tierra
Esquivo la gravedad del lenguaje
Las trampas cibernéticas
Y en la pág. 45, dirá:
En medio de la danza sísmica
del planeta
Y las tribulaciones
los gritos abisales
las noches sórdidas
las sombras aterradas
Caían como ramas quebradas
en la gravedad de la Tierra
El cielo y el humor
Por este cielo verbal baja también un ramalazo de aire fresco de humor negro. El humor apicarado es una de las características de Juan, cuando hace tertulia, con los amigos. En Cielo exhausto hay algunos toques de humor, desde una dimensión desmitificadora; no llega a la sátira inclemente y burlona, y daría la impresión de que este libro será punto de inflexión para un futuro torrente de humor a dentelladas como forma de contrarrestar la desvitalización y quitarle a la poesía su semblante grave, de tonos grises.
En “Cielo exhausto” la experiencia artística es también testimonio colectivo de la destrucción planetaria por obra del propio hombre; la crítica del poeta alcanza a la civilización de consumo; su lenguaje se reviste de coloquialismo, de estructuras lingüísticas pertenecientes a la realidad cotidiana y cibernética. Trae consigo una jerga de vida automatizada; sin embargo, no cae en lo trivial. El suyo es un lenguaje con claros indicios oníricos, simbolistas, especie de teatro de la crueldad o bestiario poético. Leamos dos fragmentos:
Peces insomnes
discuten l a r g a m e n t e
la frugalidad de la última cena
bajo el cielo voraz
de la civilización
Infantes brotan de la arena
gatean en busca del mar
evaden petreles gigantes
Con el torso desnudo
surcan los cielos
en sacos celestes
de pelícanos desesperados
(VIII)
En otro momento dirá:
Terca y ciega luz
que revoletea
entre los escombros
Desorbitado grito
Que busca el origen de las cosas
En el borde trémulo del caos
Gallinazos sobrevuelan
Las ciudades abatidas
Por bandadas de obesos
y lúbricos misiles
(XII)
Cuando Juan Soto escribe:
La poesía no crece
en el algoritmo de las máquinas
Anda ciega
y sin conexión
en el lomo de un relámpago
(VI)
lo dice para acentuar su propuesta vital, de ahondar en la esencialidad expresiva. En una oportunidad, me referí al sentimiento del artista de nuestro tiempo, quien realza la importancia de la obra que se tensa y se encrespa al máximo, a partir del desencanto, de las vicisitudes y los vacíos de esta época angustiada. En esta línea aparece el poeta protagonista de su tiempo y de su circunstancia; él no le rehúye al vértigo y a la náusea existencial de la que hablaba Sartre. Soto conoce desde dentro el drama de la vida. Él mismo es un ser trágico y agonal, tal como lo quería Nietzsche en su sentido de lucha y recuperación de la vida.

Y eso es lo que nos atrae de este libro: su actualidad y su coraje, su simpleza y su complejidad a la vez, su sincretismo posmoderno, los términos acuñados de la era tecnológica, su vanguardia fresca que se resuelve ya no en la conquista de lo imposible, de lo inédito y lo utópico o en la búsqueda de lo que se desea y sueña. Apunta hacia otra senda más inmediata: un hacer lo que se debe hacer, un espacio humano conforme a las urgencias y necesidades artística y vitales de la hora presente.
El cielo como tema poético es una de las zagas más alucinantes de la literatura. Desde tiempos remotos, desde los pueblos nómadas y las primeras civilizaciones todas las miradas estaban puestas en la bóveda celeste. Ahí buscaron la clave de sus destinos. Hace ya varios años uno de los profetas de la poesía del 90, José Pancorvo, en su extraordinario poemario Profeta el cielo, se elevó verbalmente a zonas muy antiguas y modernas a la vez, con un marcado arraigo espiritual como oposición frente a la creciente deshumanización material y humana y, como un deseo de trascender mediante la levitación y la asunción verbal. Como ese hierofante del verso, Juan Soto nos ofrece visiones y delirios apocalípticos insospechados, en esta nueva versión celestial que atañe a la precaria existencia y a la encendida palabra poética, como en el siguiente fragmento:
Multitudes de versos
se descuelgan de las escotillas
acróbatas
temerarios
Y toman rápidamente
las galerías subterráneas
En los intramuros
Hombres a bordo de sus dispositivos electrónicos
Reciclan artefactos poéticos
en un ChatGPT
(VI)
El romántico Gustavo Adolfo Bécquer escribió: “podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”, y en el epígrafe inicial de Zurita el cielo se autoflagela y se resquebraja hasta caer y hacerse añicos en los quintos infiernos. En medio del caos, sin embargo, queda en pie aquella palabra que se subvierte, se rebela y se concentra en su propia esencia, en “el rudimentario amor”, como lo dice Juan Soto, inapelablemente, en los siguientes versos:
En el refugio de las palabras primordiales
Crujen voces
y la sinfonía de una persistente canción.
(X)