Círculo de Lectores
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Mario, el último inmortal

Mario Vargas Llosa quemó sus naves para ser escritor y lo logró con fuego. Su partida deja un vacío en la literatura hispanoamericana. Intelectual tenaz y figura controvertida, fue muchas veces incomprendido. Hoy, su obra perdura como testimonio de una vida consagrada a la libertad y la palabra.

Publicado

18 Abr, 2025

Cuando todo estaba escrito en el Perú, Mario dijo todavía. “Yo voy a ser un escritor”, se dijo para convencerse, mientras tanto su beca en la Complutense se ha acabado, cancela su vuelo de regreso a Lima y marcha a París, quema sus últimas naves: “Yo voy a ser un escritor”, se repite.

“Pero yo voy a salir loco: frente la máquina siento malhumor, palpitaciones, odio, impotencia, excitación, fiebre, frío, diarrea, contención, ahogo, asco, vómito, vértigo, una inexpresable y espantosa desesperación”, confiesa a Abelardo Oquendo mientras lucha para cristalizar su opera prima, una novela para exorcizar los demonios de su adolescencia en un colegio militar, su padre violento, su oscuro porvenir en Lima. Seré un escritor. Escribe La ciudad y los perros. Está casado. Tiene 22 años.

89 marzos después, Mario ha cumplido años. Ve sereno el mar de Barranco, disfruta su presente pero mira inquieto hacia el pasado. Los signos de la muerte lo apresuran, entonces recoge sus pasos. Se interna en la Lima de sus novelas. Una Lima de hace más de sesenta años que él recrea en su mente. “Mario solo recuerda el número de teléfono de nuestra antigua casa pero el número ya no funciona hace años, así que es inútil su recuerdo”, dice risueña Patricia, la «primita de naricita respingada». Los tiempos idos son nuestros mejores recuerdos.

Caía la tarde y sonaba Forever Young de Alphaville, esa canción que ponen de fondo para recrear con la IA imágenes de ayer y hoy de artistas extintos. Nunca lo olvidaré. Aun cuando uno es consciente de la impecable ruleta de la muerte, parece inadmisible pensar que ciertos personajes van a desaparecer de repente y no los volverás a ver. Pero ese día llegó -segundo domingo de abril, el mes más cruel- y algo seguramente veía T.S. Eliot cuando perennizó ese profético y famoso verso. Sigo caminando consternado, observando cómo ha caído de golpe la noche sobre Trujillo. “Vemos cosas que otros nunca verán, tú y yo viviremos para siempre” también cantaban los hermanos Gallagher en Live forever.

Mario Vargas LLosa
Vargas LLosa

Mario Vargas Llosa parecía inacabable, inextinguible

Que hasta parecía que no era de carne y hueso sino un personaje fantástico, legendario, casi mítico que salía de vez en cuando de algún libro suyo para convivir entre esa realidad que tantas veces esbozó. Como para comprobar que dicha realidad correspondiera con sus libros. Y es que su volcánica energía siempre lo mantuvo activo hasta el final. Esa curiosidad y voracidad intelectual tan poco peruana, tan poco representada que hacían de él una especie en extinción.

En este país un perro negro sobre un prado verde es cosa de maravilla y de rencor, decía Antonio Cisneros. El peruano promedio no valora la grandeza. El Perú ofende a sus escritores. Todos sueñan con la libertad pero todos la envidian en quien la proyecta. Y Vargas Llosa, el valiente, el más intrépido, sorteó los caminos agrestes por los que se llega a la gloria de la libertad verdadera, la única: ser firme, tenaz y consecuente. La libertad de ser lo que eres. Se requiere valor para intentarlo.

Y es que no se trata de saber ser escritor, sino de saber ser un hombre. Y ser hombre es sobrevivir, dar batalla, abrazar todos los días la posibilidad de una derrota pero acariciando en secreto la posibilidad de la victoria. Habrá quien no entienda el revelado secreto. La tentación del fracaso. Disciplina y talento. Y escribir y escribir. Y vivir y vivir.

“En la novela avanzo y me retuerzo. Me cuesta mucho trabajo. Creía tener el argumento perfectamente armado y ahora le encuentro puntos débiles, lunares, incoherencia. Me paso horas enteras corrigiendo una página o tratando de cerrar un diálogo y de pronto me lanzo a escribir sin parar una docena de páginas. No tengo la menor idea acerca de cómo está saliendo, pero me siento embriagado. Escribir es lo único realmente apasionante que existe”. La literatura es fuego.

Ahora que Mario ya no está, es más evidente que la literatura peruana y aún la universal ha quedado desprovista de voces tutelares. La novela peruana y de habla hispana queda plana y chata y esto es desconcertante. Mario se une a la constelación más gloriosa de escritores que ha podido dar la lengua española en nuestro continente: García Márquez, Cortázar, Fuentes, Borges, Donoso, Onetti, Roa Bastos, Rulfo, Carpentier, Asturias, Lezama, Cabrera. No hay un novelista contemporáneo que se acerque siquiera a esos nombres.

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Peor aún, los que quisieran acercarse, no conocen al hombre detrás del autor, no lo han entendido. No lo entenderán jamás. Sus ojeras ideológicas no les permitirá nunca ahondar en el trasfondo del ser humano que vivió, pleno, su siglo. Mario fue muchos hombres. Novelista, ensayista, cuentista, periodista, polemista, político, intelectual, amigo, humanista, padre de familia. Y en todos ellos, fue imperfecto como cualquier mortal. Como imperfectos son los que pretenden arañar, sin éxito, su integridad como intelectual, aunque en el fondo envidiarán siempre su éxito. Esa doble moral tan vergonzosa entre nuestros acomplejados escribidores. Ahí están los hortelanos. Los que le increpan su conversión política, del socialismo al liberalismo, son los mismos que justifican dictaduras y tiranías.

Los que le critican su respaldo a gobiernos de derecha, son los que apoyarían sin reticencias a gobiernos mediocres de extrema izquierda. Los que desvaloran su obra investigadora, Uchuraccay por ejemplo, son cegados por la terquedad correligionaria, enemigos de la verdad cuando existe amplia información que evidencia que el trabajo de Vargas Llosa fue meritoria en ese aspecto. Revisar Ponciano del Pino, En nombre del gobierno, por citar un ejemplo. Los que desvaloran su consecuente liberalismo y su independencia crítica jamás recordarán que rechazó cargos consulares ofrecidos por gobiernos de turno: Belaunde, García, Toledo y Humala. Olvidarán su generosidad para con otros escritores: Bryce, Heraud o Reynoso.

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Un joven Mario Vargas Llosa.

La vida de un hombre es la suma de sus actos, de sus ambiciones, de sus proyectos. Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él, decía Sartre. ¿Qué habría sido de su obra si su madre no resucitaba a su padre? Hasta los 10 años, Mario creció convencido de que su padre estaba muerto, le rezaba a su foto antes de dormir. Era un niño engreído y feliz. Descubrir que su padre estaba vivo trastocó su existencia. Y quizás fue ese primer golpe psicológico el que lo sacudió y lo obligó a abrazar desesperado la carrera de escritor.

Se le acusa de frío y distante. Yo creo que fue discreto y receloso de su privacidad, solemne y formal, circunspecto hacia afuera, ardoroso y gentil por dentro; no fue histriónico ni falso, fue contenido, honesto consigo mismo y sus obsesiones más secretas, de las que seguro su biógrafo Gerard Martin nos dará cuenta pronto, le sirvieron de acicate para hacer lo que mejor hacía: escribir.

Junto a García Márquez fueron el sello indiscutible del Boom latinoamericano. Los escritores mayores de aquel irrepetible fenómeno literario, hay que decirlo. No hubo amistad más entrañable en el mundo de las letras hispanas. Dos personalidades, dos estilos, dos modelos, dos mundos. Si no fuera agnóstico, creería que el Gabo y Mario, a pesar de sus disidencias y vaya uno a saber líos privados, ya habrían hecho las paces y se habrían fundido en un sentido abrazo, bajo la rigurosa mirada de Carmen Balcells. Disfruten el cielo. Donde están los que no le temen a la muerte.

“La muerte a mí no me angustia, me gustaría que la muerte me hallara escribiendo”, dijo Mario y se disolvió en la transparencia.

Será el tiempo y los justos lectores los que ponderen su obra. Cuando quede piedra sobre piedra y no seamos más que polvo en los cuadernillos de la historia. En la fiesta de la memoria donde La ciudad y los perros, La casa verde, Los cachorros, Conversación en La Catedral, La fiesta del fin del mundo y La fiesta del chivo serán todavía sus trabajos más logrados, sus ya obras maestras. Estimo que Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo van a quedar.

Y si tiene que sobrevivir una sola novela, esta será Conversación en La Catedral que es la gran novela de Latinoamérica, nuestro eterno drama de corruptela y dictaduras. Cien años de soledad y Conversación en La Catedral, las dos grandes novelas de nuestro continente.

No hay más, por ahora.

La muerte no es más que un accidente, un retorno. Queda la obra, el ejemplo, las lecciones.

Bienvenido, inmortal.

James Quiroz
James Quiroz (Trujillo, 1984). Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Trujillo y siguió una Maestría en Derecho Penal por dicha casa de estudios. Ha publicado los poemarios La noche que no has de habitar (2010), Rock and roll 2015 y El libro de los fuegos infinitos (2018).

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